El Milan se asfixió
El Milan se asfixió. Pasó gran parte del partido boqueando, falto del aire que deberían haberle procurado Shevchenko, Tomasson y, en el tramo final, Inzaghi. El equipo rojinegro depende cada vez más de Pirlo, un mediocentro excepcional que requiere, a su vez, gente que abra espacio en las bandas y le procure horizontes. El único que se ofreció a ensanchar las perspectivas acabó siendo el veterano Pancaro, que remaba por la izquierda; Sheva e Inzaghi, saliendo de una lesión, permanecieron estáticos, envueltos en la telaraña del Boca Juniors.
El primero en detectar la impotencia del centro del campo fue Gattuso, el chico de los recados, que abroncó a Pirlo y Seedorf por retener demasiado el balón. Pirlo, con gestos clarísimos, le hizo notar que no se desmarcaba nadie y que se veía obligado a esperar y ceder en horizontal. Seedorf se guardó el mal café para la conclusión y acusó a sus compañeros de no atreverse a ejecutar los penaltis.
Kaká, el menos resabiado, probó algunas cosas. No fue suficiente. La defensa jugaba cerca del área, Pirlo bajaba a buscar el balón y, cuando alzaba la vista, veía a los dos delanteros a 30 metros, quietos y con un argentino del brazo; entre él y Sheva se interponía una franja en la que mandaba el Boca y el recurso de enviar pases aéreos a larga distancia no funcionó nunca. El Milan de Carlo Ancelotti vive de las transiciones rápidas. Ayer no hubo.
Carlos Bianchi mejoró a los suyos con los cambios. Ancelotti, en cambio, no resolvió nada. Inzaghi, una sombra, hizo menos que Tomasson y Rui Costa fue peor que Kaká.
Maldini, que dirigió con la habitual profesionalidad a la treintañera defensa milanista, se quedó sin su tercer título intercontinental. Lo perdió en la lotería que el 28 de mayo le dio una Champions. Fue, en cierta forma, justo. El Milan se quedó sin aire y, por una vez, sin suerte.
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