Aspero membrillo
La política la entiende nuestro presidente autonómico Camps como llevar a cabo aquello que le interesa a la ciudadanía. Y como servicio al vecindario, la entiende la vela marinera de la alcaldesa capitalina Barberá. José Luis Gimeno, el alcalde de Castellón que a sí mismo se califica como "discreto y normalito" munícipe principal, se pronunció en varias ocasiones en ese mismo sentido de la política. Harto respetable viene a ser ese modo de pensar de nuestros políticos, si se presta atención al murmullo o al comentario de la calle que gira en torno al mal estado del pavimento de esa misma calle, a la falta de zonas verdes, a la recogida de los contenedores de basura tarde y cuando se sembraron las aceras de porquería, a la contaminación acústica que sufren especialmente algunos distritos urbanos o a los euros, excesivos, que desembolsan las familias en gastos escolares. Son sólo algunas de la varillas de ese abanico de intereses ciudadanos que se extienden desde el cauce del Ebro a la inexistente o deficiente depuradora de aguas residuales, desde el desorbitado endeudamiento del laborioso ayuntamiento azulejero que anticipa los gastos de construcciones escolares -gastos que le corresponden al Gobierno autónomo -, hasta el desorbitado peaje que pagan, por algo más de 20 kilómetros, quienes circulan por la autopista que une el Cap i Casal valenciano con la capital de La Plana. Intereses ciudadanos que preocupan al ciclista y a la panadera, al peatón y al ecologista, y a quienes, según sus palabras, ha de servir Rita Barberá.
Harina de otro costal o brevas de otro capazo son las alusiones, de forma más o menos explícita, de la alcaldesa de Valencia y del presidente Camps al discurso y la retórica del político. Discursos y declaraciones retóricas teorizantes que uno y otro observan con cierto desdén. Y tampoco andan faltos de razones. La granizada lanzada desde el propio partido político de Rita Barberá y Francesc Camps hacia sus adversarios políticos, fundamentalmente el PSC, desde que se vislumbró un cambio de gobierno en la vecina Cataluña es de los que fijan un nivel en el dislate de la grandilocuencia vacía y la declaración enervante que no conduce a lugar alguno. El ánimo sereno, indicaban los clásicos, es el mejor condimento de una adversidad. La adversidad electoral, a pesar de que aumentó sus votos, del PP al otro lado del Ebro, no debió dar lugar a tanta tormenta de declaraciones, amenazando miedo con el índice en la frente. De los votos ciudadanos salió allí una coalición democrática y pacífica; una coalición en principio más que aceptable para quienes no comulgan demasiado con las mayorías absolutas. Hace como ocho años, y a pesar de los cardos borriqueros con que se acariciaron mutuamente durante la larga campaña electoral CiU y el PP, vimos muchos con agrado el apoyo parlamentario del nacionalismo catalán de centroderecha a los populares de Aznar, que entonces reivindicaban también el espacio del centro en el ámbito estatal. No acabamos de ver con claridad a qué viene tanto alboroto verbal y tanto nubarrón retórico de la derecha, en la que se incluye Eduardo Zaplana, ante la formación de un gobierno tripartito en Cataluña.
Pero la aspereza del membrillo en la boca y en la retórica del político no invalida la necesidad del debate entre políticos, entre la ciudadanía y sus dirigentes políticos, en todo cuanto atañe a los intereses ciudadanos. El abanico es amplio.
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