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Un año de problemas para Boeing

Los últimos años han sido difíciles para la industria aeronáutica. El 11 de septiembre inició una grave crisis en el transporte aéreo, que se transmitió luego a los fabricantes de aviones. Con ventas decrecientes, la competencia arreció. Boeing y Airbus andan a la greña, arañando contratos de donde pueden.

La estrategia de Boeing ante la caída de las ventas de aviones civiles fue correcta: poner énfasis en otras líneas de negocio, sobre todo las de defensa. Así consiguió mitigar el golpe. Y sin embargo, ha tenido problemas también en otros sectores, problemas en los que la dimensión ética ha sido dominante.

El primero fue la noticia de que Boeing tenía documentos de un competidor, Lockheed Martin, que se había llevado un empleado de esta empresa cuando fue contratado, hace unos seis años. No es de extrañar que Lockheed se preocupara, porque perdió muchos contratos de la Fuerza Aérea norteamericana en beneficio de Boeing. El tema reapareció en 1999 y Boeing admitió que tenía siete páginas de documentos secretos de su rival. En junio de este año, esas siete páginas se habían convertido ya en 37.173 páginas. Lockheed, por supuesto se querelló, porque sostenía que Boeing había aprovechado aquella información para presentar pujas mejores en sus contratos con el Departamento de Defensa. El castigo fue perder pedidos de este departamento por 1.000 millones de dólares.

Boeing admitió sus errores y prometió enmendarse. En julio, los 75.000 empleados de su división de sistemas integrados de defensa estaban tomando cursos acelerados de ética, en un intento de convencer al Gobierno norteamericano de que la compañía trataba de portarse bien. Es un problema de un par de personas, decían, no de la organización en su conjunto.

Pero en enero de este año la Oficina de Contabilidad General del Congreso declaró probado que Boeing había obtenido y usado de manera ilegal información de otro competidor, Raytheon, en un concurso para proporcionar vehículos para el sistema de defensa antimisiles.

Y finalmente, en noviembre Boeing volvió a las páginas de los periódicos, al anunciar que había despedido a su director financiero y a una vicepresidenta recién contratada, que había ocupado un puesto importante en la sección de compras del Departamento de Defensa. La razón era que el director financiero había llevado a cabo conversaciones para la posible contratación de esa persona cuando aún estaba en condiciones de proporcionar a Boeing información relevante sobre las ofertas de sus competidores, concretamente, de Airbus.

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¿Cuál es el problema? En industrias basadas en la competencia por contratos de unos pocos clientes -en este caso, uno solo, el Departamento de Defensa-, tener información sobre las ofertas de los competidores puede ser clave para presentar propuestas mejores que las suyas. Y esto puede dar lugar a actuaciones ilegales e inmorales, como contratar empleados de la competencia con la condición de que nos pasen la información que nos interesa, robar esa información (espionaje industrial) u obtener favores de los que deben tomar la decisión.

Y esto tiene consecuencias importantes. Supone actuar injustamente contra los competidores, utilizando armas desleales -y el que ellos también traten de usarlas no convierte en virtuoso lo que era criminal: robar a un ladrón es robar, y no tiene cien años de perdón, como dice el refrán-. Invita a otras personas a ser cooperadores en esas acciones ilegales. Falsea la competencia, perjudicando a todo el mercado. Implica un perjuicio para los clientes, en este caso los ciudadanos, que deben pagar los impuestos para cubrir los gastos de defensa. Y crea desconfianza en el sistema y en la opinión pública.

Al final, la conclusión que algunos sacan es que ésa es la ley del mercado: todo vale. Y no es verdad. Boeing ha tenido siempre excelentes relaciones con su gran cliente, el Departamento de Defensa. Y sin embargo, el caso de espionaje industrial mencionado al principio le acarreó el veto para seguir operando en el sector de satélites. La ley existe y su cumplimiento es clave para la buena marcha de los negocios. De todos.

Pero la ley acaba siendo difícil de cumplir si no hay un mínimo de actitud ética por parte de los directivos. Y no me refiero a los cursos tomados por los 75.000 empleados de la división de sistemas integrados de defensa: tengo muy poca fe en esas recetas, que sirven para poco más que para lavar imagen. A la hora de la verdad, lo que cuenta es la rectitud moral de los altos directivos, que están dispuestos a sacrificar beneficios en un año difícil antes que admitir una práctica de dudosa moralidad.

Antonio Argandoña es profesor de Economía del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE).

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