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Reportaje:REPORTAJE

Putin crea su propia 'nomenklatura'

Pilar Bonet

Vladímir Putin ha logrado mantenerse en el poder desde el año 2000 sin destapar todas sus cartas. Para desvelar el enigma habrá que esperar a que pasen las elecciones presidenciales del 14 de marzo, que, según indican los pronósticos reforzados por los comicios legislativos del pasado domingo, prolongarán el mandato del líder ruso por cuatro años más, durante los cuales contará con un Parlamento cómodo dispuesto a ejecutar su voluntad.

La imagen de Putin tiene contrastes agridulces. La guerra sucia de Chechenia y las restricciones a la libertad de prensa muestran la peor cara del presidente y su indiferencia por los derechos humanos, pero la continuación de las reformas económicas indica que es partidario de una modernización de Rusia entendida a su manera.

Desde que llegó al Kremlin, Putin se ha desembarazado de gran parte de la herencia de su antecesor y ha debilitado el peso de la 'familia' de Borís Yeltsin
Los representantes de los órganos de seguridad y militares, que en Rusia son denominados 'silovikí', se han fortalecido en todos los escalones del poder
Putin tiene poder y responsabilidades enormes en la configuración política surgida tras las elecciones, pero también grandes problemas

Por su trayectoria biográfica, que durante la segunda mitad de los ochenta transcurrió en la República Democrática Alemana como espía del Comité de Seguridad del Estado -el tristemente célebre KGB-; por su calculado enfoque utilitario y el entorno del que se ha rodeado en el Kremlin, el teniente coronel Putin sigue teniendo mentalidad corporativa de los servicios secretos. Su actividad en todos los ámbitos está subordinada a la defensa y fortalecimiento de Rusia como Estado.

Desde que llegó al Kremlin, Putin se ha desembarazado de gran parte de la herencia de su antecesor y ha debilitado el peso de la familia de Borís Yeltsin, que con el cese de Alexandr Voloshin, el jefe de la Administración presidencial, ha perdido este otoño uno de sus principales apoyos. Es probable que otros supervivientes del equipo de Yeltsin en el Gobierno sean sustituidos tras las presidenciales en una remodelación del Gabinete. En este contexto, el cese de mayor envergadura sería el del primer ministro, Mijaíl Kasiánov, que, según dicen fuentes próximas al Gobierno, ya ha puesto sobre la mesa su dimisión tras discrepancias por la política de acoso al petrolero Mijaíl Jodorkovski. Para evitar que los órganos de seguridad del Estado desempolven los trapos sucios acumulados contra él en los noventa, Kasiánov ha ignorado a quienes le animaban a competir en las presidenciales. Su relevo, de producirse, ocurrirá previsiblemente en el curso natural de los acontecimientos.

"Acción profiláctica"

Al iniciarse la temporada electoral en Rusia, Putin ejecutó una "acción profiláctica" cuyo fin era cortar los flujos financieros a cualquier eventual oposición a su persona, incluidos los comunistas, que han sido sometidos a una operación de acoso y derribo desde el Kremlin. El resultado fue el encarcelamiento en octubre del magnate Mijaíl Jodorkovski, acusado de delitos que fueron prácticas generalizadas durante las privatizaciones de los agitados noventa. La persecución contra Jodorkovski se ha extendido a Yukos, la primera petrolera del país, cuyos proyectos de ampliación y expansión internacional se derrumban estos días uno tras otro. Los que quieren hacer carrera política o económica en la Rusia de Putin hoy se alejan de Yukos como si esta compañía, que hasta hace poco era considerada un modelo de eficiencia, estuviera apestada, y observar estos distanciamientos es aprender sobre la calidad humana de muchos. El diario Kommersant, que tiene una rúbrica en la que los famosos son felicitados por amigos en su onomástica, no encontró a ningún empresario que se atreviera a dar su parabién en público a Vasili Shajnovski, uno de los dirigentes de Yukos, acusado de evadir impuestos.

Si se habla de lealtad hoy en Rusia, Putin es más fiel a los órganos de seguridad de los que procede que los políticos liberales a Yukos, que ha sido su benefactora. El presidente nunca critica a los órganos de seguridad, se pone en guardia cuando les atacan y los defiende a capa y espada. En octubre de 2002, comandos especiales asaltaron el teatro de Dubrovka de Moscú, ocupado por un comando checheno, y dejaron tras de sí más de un centenar de muertos y varios centenares de rehenes intoxicados por el gas usado en la "liberación". Mientras los parientes de las víctimas buscaban ansiosamente a los suyos en los depósitos de cadáveres y hospitales, a los miembros de los comandos asaltantes les faltó tiempo para llegar a su casa, cambiarse de ropa y apresurarse hacia el Kremlin, según contaba un anónimo oficial de seguridad a Izvestia. El presidente Putin, que les había invitado a una recepción, felicitó a los comandos, brindó por ellos y les leyó con orgullo un telegrama de los servicios secretos israelíes. A los funerales de las víctimas, el jefe del Estado no asistió.

Los representantes de los órganos de seguridad y militares, que en Rusia son denominados indistintamente con el nombre genérico de silovikí, se han fortalecido en todos los escalones del poder. "El color caqui es el color de la élite", escribe la socióloga Olga Krishtanóvskaya, según la cual el número de los uniformados no para de crecer y la élite rusa de la época de Putin tiene un 25,1% de militares (en relación a un 11,2% en 1993, en época de Yeltsin, y un 3,7% en 1988, bajo Gorbachov).

Con la división del país en siete distritos tutelados por siete representantes del Kremlin (una especie de comisarios), Putin ha conseguido tensar de nuevo la correa de transmisión de su autoridad a las organizaciones policiales y de seguridad de provincias. En época de Yeltsin, estas organizaciones en la práctica dependían cada vez más de los gobernadores regionales. Krishtanóvskaya cree que la institución de los comisarios presidenciales es el grupo más militarizado de la élite política. Los silovikí, por otra parte, también están en los ministerios centrales, que teóricamente se encuentran fuera de su ámbito, pero dirigidos por paisanos de Putin. Así, en el de Desarrollo Económico, cuatro viceministros son militares; en el de Comunicaciones, tres, y en el de Industria, dos. El segundo puesto de responsabilidad en la jerarquía de los ministerios de Prensa, Exteriores, Transportes, Propiedad Estatal, Justicia e Impuestos está también ocupado por uniformados. Según Krishtanóvskaya, militares y miembros de los servicios de seguridad trabajan en ministerios civiles manteniendo el sueldo y las obligaciones de su primer puesto de trabajo en tanto que "oficiales de reserva" y cobrando también un segundo sueldo de la entidad adonde han sido enviados y a la cual vigilan. La invasión de los silovikí, concluye Krishtanóvskaya, no es un fenómeno aislado, y su presencia va del 15% al 70%, según diferentes grupos de la élite. Además, los silovikí han perdido los complejos, porque con Putin en el poder, el paso por el KGB, que a principios de los noventa era una mancha, se ha convertido en un motivo de orgullo.

Militares en la Duma

Entre los nuevos diputados de la Duma, los militares y veteranos de órganos de seguridad forman un contingente notable. Ródina aporta al ex jefe del servicio de análisis del KGB, el septuagenario Nikolái Leónov, un amigo de Fidel Castro y Che Guevara, además del general Valentín Varénnikov, uno de los golpistas de 1991. Por su cuenta, regresa el general Albert Makashov, un personaje de discurso antisemita que se enfrentó a Gorbachov en los ochenta y organizó la marcha contra los estudios de televisión de Ostánkino en octubre de 1993.

En la Rusia de Putin ha aumentado el presupuesto militar (2,7% del PIB en 2004), que conjuntamente con los gastos de orden público supondrá el año próximo del 25% al 27% de los gastos generales del Estado. Además, en la exportación de armas, Rusia ha recuperado el liderazgo perdido en los años noventa.

Durante la era de Putin, la política, ya de por sí patriarcal, se ha masculinizado. En el Kremlin, Putin se ha rodeado de sus antiguos colegas en los órganos de seguridad, y aunque el presidente tolera mal que le impongan cosas, fuentes próximas a la plaza Roja afirman que los vices de su Administración, Ígor Sechin y Víctor Ivanov, gozan de gran influencia y deciden muchas cosas por Putin, seguros de que conocen a fondo a su jefe y le interpretan correctamente. Sechin, de 43 años, que trabajó con Putin en la alcaldía de San Petersburgo, dirige el secretariado del presidente, un cargo en el que responde de todos los documentos, la agenda de visitas y también los archivos, cuyo acceso se ha restringido incluso a los usuarios por razones de su trabajo. Víctor Ivanov, un profesional de los servicios de seguridad de 53 años, es el responsable de la política de cuadros y a él puede atribuirse en gran parte la infiltración de sus colegas en la administración civil. Ivanov, que entre 1994 y 1998 se dedicó a los negocios, tutela la industria de armamento y empresas como Almaz-Antéi, dos de cuyos dirigentes fueron asesinados el pasado verano.

Los silovikí de San Petersburgo tienen hoy buenas relaciones con los jefes de empresas petroleras rivales de Yukos, como Lukoil, o que se han enfrentado con Jodorkovski por cuestiones de estrategia (la privatización de los oleoductos o el tendido de éstos hacia China). Además, los silovikí podrían haber formado o estar a punto de formar una nueva familia en el sentido literal, de ser cierto que la hija de Sechin y el hijo del fiscal Vladímir Ustínov iban a contraer matrimonio, como anunciaban dos periódicos de Moscú que se vieron imposibilitados de informar sobre el casorio que habían anunciado en noviembre.

Hacia un tercer mandato

A la vista del nuevo Parlamento, donde Rusia Unida (RU) tendrá como mínimo 222 diputados (del total de 450) y podrá aliarse con otros grupos para tener una mayoría constitucional de 300, cabe pensar que Putin hará lo que le plazca. El presidente ha dicho que no tocará la Constitución, lo que, de creerle, significaría que no desea prolongar su mandato una tercera vez. Sin embargo, en el entorno del líder es muy fuerte la presión para que siga en el cargo. En el supuesto de que sea sincero hoy, Putin puede cambiar de opinión en las cercanías de 2008. Habida cuenta de las tradiciones autoritarias rusas y el miedo visceral a males mayores, muchos son partidarios de que el líder se quede en el Kremlin. Hasta el ex presidente de la URSS Gorbachov ha dicho que si Putin tiene éxito en su segundo mandato, "debe plantearse la posible prolongación de sus competencias, es decir, encontrar una posibilidad de presentarse a un tercer mandato u otra variante".

El presidente tiene un poder y unas responsabilidades enormes en la configuración política surgida tras las elecciones, pero también grandes problemas. El espacio de centro que pretende ocupar Rusia Unida no ha cristalizado aún como tal y es posible que RU se divida en varios grupos parlamentarios. Ródina (Patria), la gran revelación electoral, ya ha anunciado que tratará de que RU corrija hacia la izquierda la política liberal heredada de los noventa.

Además, los controlados medios de comunicación, con su machaconería sobre la estabilidad social, tal vez incrementan la popularidad de Putin, pero, desde luego, no estimulan la iniciativa. La participación ciudadana en las legislativas fue inusitadamente baja. La Comisión Electoral Central (CEC) dio el porcentaje del 55,7% (en 1999 fue del 61,85%), pero confundió a los analistas al evaluar el número de electores en 107 millones el día de los comicios para aumentarlo después a 108,4 millones y volver a reducirlo a 106,09 millones al dar los resultados provisionales a las tres de la tarde del lunes. El periódico Kommersant no logró que la CEC le explicara el porqué de estas oscilaciones. El tema no es baladí, porque, para que las presidenciales sean válidas, se necesita la asistencia de más del 50% del electorado, a diferencia de las parlamentarias, donde sólo se requiere un 25%. El Kremlin, ciertamente, no desea que la reelección de Putin se frustre por falta de interés de los ciudadanos.

Los comicios presidenciales se perfilan como una lucha desigual entre el favorito y sus rivales, que no serán muchos y que, según recomiendan los analistas, deberían ser jóvenes para tener unas perspectivas de futuro más allá de Putin y utilizar la campaña como un rodaje. Serguéi Gláziev, el economista de 42 años que dirige Ródina, reúne esas condiciones, pero asegura no querer presentarse. El populista demagógico Vladímir Zhirinovski, que aprovecha cualquier oportunidad de exhibirse, y el candidato comunista sí lo harán. En las próximas semanas, los partidos políticos celebran congresos para decidir si van y cómo van a las presidenciales.

Hoy, Putin está en la cresta de la ola, pero nada está asegurado eternamente en un país que puede pasar rápidamente del amor más apasionado al rechazo más visceral, como lo demostró su relación con Yeltsin. Los petrodólares están permitiendo a Rusia posponer la realización de dolorosas reformas estructurales. La burocracia frena la actividad empresarial pese al paquete de leyes destinadas a acabar con la arbitrariedad del funcionariado, la administración pública es corrupta y está fuera del control de la población, los derechos elementales de los ciudadanos, como la sanidad, la educación y el trabajo, no están asegurados.

El poder del Kremlin

A diferencia de Occidente, el Parlamento ruso ratifica, más que toma, las decisiones previamente adoptadas en el Kremlin. Al analizar el Parlamento, algunos analistas hablan de un retorno al Sóviet Supremo de la URSS en época de Leonid Bréznev. Algo de eso hay, y no sólo en la Cámara, sino también en la forma que un sector ilustrado del espectro liberal ruso ha elegido para influir en el poder. Una élite de excelentes profesionales graduados en carreras humanitarias y técnicas, con experiencia internacional y perfectamente conscientes del mundo en que viven, han optado por repetir la experiencia de aquellos expertos que fueron lo mejor del sistema político de la URSS, a saber, tratar de influir desde dentro en la toma de decisiones. Como aquellos especialistas que en los setenta y principios de los ochenta llevaban sus ideas al Comité Central y se sentían muy contentos cuando éstas se colaban en los discursos de los líderes, aunque fuera en combinación con otras opuestas, los intelectuales que colaboran hoy con la Administración presidencial creen trabajar por la modernización de Rusia. Como sus antecesores, prefieren aportar su grano de arena en restringidos debates cerrados y no en público.

Estos expertos trabajan junto a Dmitri Medvédev, de 38 años, el jurista peterburgués que ha sustituido a Voloshin al frente de la Administración presidencial, o junto a su vicejefe, Dmitri Kó-zak, de 45 años, otro jurista de San Petersburgo. Ambos han tratado de sacar adelante la reforma administrativa, de la justicia y del federalismo. Uno de los expertos que trabajan con ellos opina que el entorno de Putin no puede dividirse en "reformistas" y "autoritarios", sino en "activos" e "indolentes" y en "cualificados" y "no cualificados".

"En unos despachos del Kremlin hay una actividad febril y en otros no pasa absolutamente nada", señalan estos medios, que mantienen la esperanza de que su influencia, gota a gota, resquebrajará algún día el círculo vicioso de una clase gobernante fuera de control y una sociedad que se deja gobernar sin participar del poder. Hoy, señalan, la misión consiste en mantener una fachada de retórica nacionalista y social que tranquilice a los rusos de a pie después de la traumática experiencia de los noventa y, tras esa fachada, llevar a cabo poco a poco la reforma liberalizadora e institucional. Hoy en Rusia es la hora del retorno de la kremlinología.

El presidente ruso con el de EE UU, George W. Bush, en uno de los salones del Kremlin, en mayo de 2002.
El presidente ruso con el de EE UU, George W. Bush, en uno de los salones del Kremlin, en mayo de 2002.REUTERS

Los liberales se quedan a la intemperie en el invierno ruso

SOBREVIVIR. Éste es el objetivo primordial de los denominados "liberales" de Rusia después de la gran derrota sufrida en las legislativas por los dos partidos que cubrían este espectro, Yábloko y la Unión de Fuerzas de Derechas, que obtuvieron, respectivamente, el 4,32% y el 3,97% de los votos, por debajo de la barrera mínima del 5% que exige la ley para poder tener representación en la Duma.

Sin haber encajado aún el golpe, que en parte se debe a su incapacidad para unirse, los "liberales" han comenzado a buscar un candidato común para las presidenciales del 14 de marzo. La iniciativa es más bien un penoso ejercicio para evitar la parálisis y evitar ser arrollados por los proyectos del Kremlin y los politólogos a su servicio. Éstos ya piensan en "construir" un espacio político liberal perfectamente controlado desde la Administración, tras declarar ocupado el "centro" y haber creado una "nueva izquierda" personificada por Ródina.

El liberalismo a la rusa es un fenómeno peculiar que no coincide exactamente con el patrón occidental, ya que, por una parte, está plagado de restos de las tradiciones autoritarias locales, y por otra, se ha manifestado como un "darwinismo" social.

"Ha empezado una nueva época política, y los partidos que no pasaron a la Duma deben tomárselo con tranquilidad y comprender que su misión histórica ha concluido", dijo Vladislav Surkov, el artífice de la campaña de Rusia Unida. En un debate en el que el politólogo Glev Pavlovski presentó a un perfecto desconocido como un ejemplo de las nuevas generaciones liberales ha alarmado a los tradicionales administradores de este espectro político. Tres días después de los comicios, la UFD y Yábloko buscaban jóvenes brillantes para sacrificarlos en el altar del dios Putin el 14 de marzo. Uno de los voluntarios es Vladímir Rizhkov, de 37 años, que confirmó a esta corresponsal su disposición entre otros posibles nombres como Mijaíl Zadórnov, ex ministro de Finanzas; Irina Jakamada, dirigente de la UFD, y el magnate encarcelado Mijaíl Jodorkovski.

Rizhkov, diputado desde 1993, es quien parece tener más posibilidades de representar a la derecha en las presidenciales. A diferencia de otros políticos, su vinculación con Jodorkovski no ha afectado a su reelección.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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