Maldito nuevo periodismo
Por motivos del todo ajenos a mi voluntad, soy una de las aspirantes a paje de Rey Mago en la cabalgata de Barcelona. El miércoles, me voy al sorteo público a ver si me ha tocado. Estoy apuntada al grupo "mayores de 13 años" y opto al puesto de "paje a pie". Poseo experiencia. He interpretado el papel de tigre, en la Cadena los Tigres, y el de Papá Noël afeminado, en El Corte Inglés. (Fue una época horrenda que quisiera olvidar.)
Minutos antes del sorteo, el ambiente es increíble en el Palau de la Virreina. Cinco personas, todas mayores de 13 años, abarrotamos la sala de actos, ávidas de conocer nuestra suerte. En la primera fila se han sentado dos mujeres de unos 50 años, una de ellas en chándal, la otra, en pantalón tejano elástico. En la última fila, un hombre barbudo, y a su lado, una chica joven. A las doce en punto, cuatro personas del Instituto de Cultura se sientan en la mesa, frente a nosotros. "Aviam si donem rapidesa al tema del sorteig", dice el portavoz, un chico con gafas. Y nos presenta a su compañero, que ejercerá de letrado, y a sus dos compañeras. En la mesa hay cuatro bolsitas de terciopelo rojo y verde. De cada una de ellas sacarán un número y formarán uno de cuatro cifras. Ése será el número "de corte", a partir del cual los aspirantes -que tenemos un número adjudicado según el día en que nos apuntamos- seremos seleccionados automáticamente. Pero lo que me sorprende es que para ser paje no te hagan una prueba de aptitud. Para hacer de Papá Noël me entrevistó el psicólogo de El Corte Inglés. Me dijo que mi voz no le parecía nada adecuada para interpretar a Santa, aunque al final fui contratada. Y para hacer de tigre, el dueño de la cadena, Miquel Planas (ese que salía en la tele haciendo un programa de anuncios), me hizo un casting. El papel de paje es mucho más delicado. ¿Y si entre los elegidos se cuela un tipejo como Spencer Tunick y se desnuda delante de los niños? ¿Y si hay un gamberro que se pone a dar vivas a la República? ¿Y si uno viene borracho? ¿Y qué pasará si un paje no entiende el catalán y un niño inocente se le dirige en este idioma? En el librito informativo que me han dado al entrar lo pone bien claro (traduzco): "Los Reyes Magos han aprendido las lenguas de todos los países que atraviesan". Y luego hay una lista de lenguas habladas por sus majestades, como el corso (que no es una lengua), el suajili o el catalán.
Tras hacer de tigre y de Papá Noël afeminado me presento al sorteo de paje en la cabalgata de Reyes para vivir la noticia desde dentro
De las cuatro personas que hay en la mesa, las dos mujeres son las que ejercen de azafatas extractoras de números. El portavoz explica que, si hubiese habido niños en la sala, lo habrían hecho ellos. (Pero como hoy es día laborable, los niños buenos están en clase y los malos robando bolsos en la esquina). Así que, a falta de niños, echan mano de las mujeres. No sé qué opinarían de esto las feministas. A lo mejor nada, porque me he dado cuenta de que las feministas protestan siempre por la discriminación de las mujeres, excepto si se trata de la monarquía. En ese caso, les parece de lo más normal.
Una de las dos chicas, que viste falda corta y lleva tacones, se coloca como las azafatas de la tele sin darse cuenta: con la pierna izquierda delante de la derecha. La otra chica, que va en vaqueros y bambas, parece más a disgusto en el papel. El primer número lo saca ella. Es un cero. La de la falda saca otro cero y dice: "¡Cero!", con un mohín de sorpresa. La de las bambas saca otro cero y la cosa empieza a ser preocupante. Por suerte, el último número es un cinco. "Cinco", dice, aliviada, la de la falda. Luego, el chico de las gafas nos recuerda que, en caso de que nos haya tocado ser pajes, recibiremos una llamada telefónica. Entonces, nos convocarán a una reunión informativa y a una cita para probarnos los vestidos. Pero no podemos esperar. La turba de cinco aspirantes nos lanzamos a la mesa para ver si estamos en la lista. La señora de los tejanos elásticos y su amiga del chándal no están. "Y es el tercer año que lo intentamos...", se quejan. En cambio, la chica joven, Irene González, ha tenido suerte. Será paje a pie. "He hecho bien en perder la hora de comer del trabajo", me cuenta, feliz. Y añade: "Si el vestuario es como el del año pasado... El año pasado era monísimo, monísimo". Mientras una de las trabajadoras del Instituto de Cultura me busca en la lista, insisto en lo mío. ¿No harán ningún tipo de test a los pajes? "Ahora nos estás poniendo paranoicos", dice una de las chicas. "Desde el año 97, en que empezamos a organizarlo, no ha pasado nunca nada. Las fuerzas del orden reducirían a cualquier striker. Hay que controlar a los chavales mayores, eso sí, para que no tiren caramelos de uno en uno a las cabezas de la gente, como si fuesen munición. Y un monitor les vigila para que no les digan a los más pequeños que los Reyes son los padres". El chico de las gafas añade que, cuando llaman por teléfono al interesado para darle la buena nueva, lo único que le preguntan es si sufre algún tipo de minusvalía que le impida hacer el trabajo. "Una vez nos encontramos con un señor al que le faltaba un brazo y, claro, estaba apuntado a repartir caramelos".
Entonces veo mi nombre en la lista. Soy un paje. Dios mío. Esto me pasa por querer vivir la noticia desde dentro, por querer hacer periodismo en primera persona. Nueve kilómetros a pie. Y en leotardos.
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