Dos líderes valencianos sentados sobre ortigas
Quien por gusto o tedio se apreste a pulsar la actualidad por estos pagos es muy probable que perciba las semejanzas que se vienen dando entre el Valencia CF y el gobierno autonómico, tanto en sus vertientes gratas como en las conflictivas. Cierto es que el lector lúcido podrá anticipar un diagnóstico sumario de tal fenómeno: política y fútbol, dos realidades tan preeminentes y convulsas, no son sino variantes de una misma lucha por el poder. El uno se personaliza en la presidencia de la Generalitat y el otro en el palco VIP de Mestalla, quedando abierto el debate acerca de cuál de ellos suscita pasiones más enconadas y, en ocasiones, absurdas.
Absurdas, especialmente en este caso, por cuanto es evidente que tanto el club como el partido que ocupa la peana tienen motivos y méritos sobrados para gozar sin sobresaltos la bonanza de sus respectivas circunstancias. En el orden deportivo, y no obstante la insaciabilidad de la afición, el equipo está batiendo marcas deportivas históricas. Algo similar puede anotarse del PP, cómodamente instalado en la mayoría electoral absoluta y beneficiario de unas encuestas de opinión que le garantizan larga vida en la cresta de la ola. Con estos créditos, ambos, club y Gobierno, deberían tener una proyección mediática entusiasta, o apacible por lo menos. Sin embargo, ya se ve cómo sus dirigentes, más que felices, parecen estar sentados sobre una brazada de ortigas.
Otro rasgo común es la austeridad financiera a la que son abocados por haber estirado el brazo más que la manga cuando creyeron, por ignoradas razones o igual frivolidad, que el maná no acabaría nunca. Ahora andan a la par practicando ejercicios de austeridad que alientan el reproche de sus respectivas clientelas y opositores. Sin un mal crack futbolístico que llevarse a la plantilla, o una nueva carretera, más o menos temática, que inaugurar es difícil echarle euforias a un personal acostumbrado a las no lejanas rumbosidades. Con la agravante de que, sin estar incursos en un proceso de quiebra, la verdad es que no se otea solución próxima a estos agobios económicos. Y el vecindario lo intuye.
Añadamos a lo dicho la aflicción pareja que incordia a los líderes aludidos, decimos del Molt Honorable Francisco Camps y del atribulado Jaime Ortí, patrón del club mestallero. Para aquél no amanece el día en que no se tropiece con un desdén sutil o decididamente grosero del zaplanismo. Apostaríamos que está deseando con todas sus ganas que acabe de una vez la renovación de los socialistas indígenas para poder desmelenarse contra sus adversarios naturales, en vez de mortificarse con el hostigamiento de sus enemigos correligionarios. Por su parte, el dirigente valencianista no puede siquiera cantar a pleno pulmón los goles, atento como ha de estar a que no se los metan en su propia puerta, ya sea el frente inquisitorial de Francisco Roig, ya sea alguno o varios de los empleados del club, enzarzados en un deprimente espectáculo, al que contribuye ese gran patrón, con visos de padrino afable, que es Bautista Soler.
No nos extrañaría, pues, que los grandes mandatarios que nos ocupan, esto es, Camps y Ortí, concierten mano a mano un plan para afrontar y vencer los suplicios que les envenena la gloria que les otorgó las urnas. Ardua tarea que, posiblemente, no requiera la misma receta, aunque sí sea el mismo problema: recuperar los atributos y la relevancia del liderazgo que les incumbe y que hoy por hoy aparece encogido, acorralado y hasta repartido entre una serie de personalidades que decantan la imagen de un gallinero revuelto en la sede social del Valencia y en la del Gobierno.
Con matices, claro. El presidente de la Generalitat tiene tiempo por delante para administrar sus opciones investido de la clámide institucional. Tiene incluso en su mano la atribución de dar y quitar rangos o prebendas desde la Gaceta Oficial, lo que, sin serlo, se le parece mucho al carisma. Solo ha de esperar la oportunidad. Su consocio en este trance, Ortí, está condenado a ser vicario de quien le ampara y a moverse, inerme, en una ciénaga de intereses que le sobrepasan. Ya hará bastante en que no lo sepulten o lo conviertan en un mero y precario personaje de guiñol. En fin, que protagonizan un trance similar, pero un destino diferente.
Esquerra Unida
Tres aspirantes optan a coordinar EU y cualquiera de ellos puede exhibir una hoja de servicios y aptitudes sobradas para cumplir su mandato con plena garantía. Quien resulte elegido o elegida tiene ante sí un doble desafío: superar el listón que deja Joan Ribó y articular un partido que vaya más allá de la suma de siglas y sensibilidades hegemonizadas por una de ellas, la comunista. Le va en ello el futuro, al partido y a la izquierda que representa, crecientemente atosigada por el bipartidismo galopante. Un reto difícil, hasta indefinible, pero insoslayable. EU sigue siendo necesaria.
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