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HISTORIAS DEL 'CALCIO' | FÚTBOL | Internacional
Columna
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Obreros en el paraíso

Enric González

Los equipos grandes suelen mostrarse perezosos cuando se enfrentan a los pequeños y tienden a dar el máximo ante los de su talla y en las ocasiones cruciales. El Juventus es una excepción. Habrá madridistas que, con la memoria de la pasada semifinal de la Champions aún fresca, no se lo creerán. Pero es cierto. Lo que ocurrió en ella fue que Lippi dio un baño técnico a Del Bosque. El Madrid, acostumbrado a ganar por talento, no apretó lo suficiente. Cuando el cuadro de enfrente tiene galones y presiona, a la Vieja Señora turinesa le asaltan todas las dudas y la máquina futbolística más poderosa del Calcio se cala miserablemente.

Como el sábado ante el Inter. Zaccheroni se llevó al estadio Delle Alpi un equipillo de circunstancias, en el que faltaban el ciclotímico Vieri, Cannavaro y Materazzi. Después del calamitoso 1-5 contra el Arsenal en San Siro, con tres goles ingleses en los últimos cinco minutos, nadie daba un duro por ellos. Zac tuvo que echar mano del viejo Gamarra y de los ignotos Adani y Pasquale y confiar el ataque a Oba Martins, un joven gimnasta nigeriano que juega al fútbol para celebrar los tantos con triples saltos, y a Cruz, un argentino humilde futbolista "por casualidad".

La clase obrera, sin embargo, demostró orgullo. Y el entrenador demostró talento. Colocó a Almeyda como primer defensa para comer el terreno a Nedved, tapó las bandas con Zanetti y Van der Meyde y ordenó a Martins que corriera como un loco hacia los centrales juventinos: el pobre Montero se quedó con todas sus lentitudes al aire. O no llegaba o llegaba justo a tiempo para cometer una falta desesperada.

El Inter le jugó a la Juve como la Juve juega contra el Lecce: con prepotencia y saña. Fue una cuestión de actitud, de mirada. Y la Juve se convirtió en un conjunto normalito y acobardado, como en la final de la Champions ante el Milan, como ante el Roma en Turín un mes atrás.

Zaccheroni ha decidido lavar el cerebro colectivo del Inter, siempre dubitativo, siempre capaz de echarlo todo por la borda, y hacer de él un equipo ganador. Con todo este proceso de reconstrucción psicológica, los interistas se olvidaron el sábado de quiénes eran y, sobre todo, de quién era el contrario. Ganaron por tres y podían haber sido más. La Liga, que parecía encaminarse de nuevo hacia Turín, es ahora cosa de la Juve, el Milan y el Roma. O hasta del Inter, si su clase obrera sigue empeñada en ir al paraíso.

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