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Columna
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Libres

Corren tiempos de confusión. Las administraciones públicas quieren ser como empresas. Las empresas son menos privadas. Las instituciones no se limitan a marcar pautas en la sociedad. Las universidades compiten con las profesiones liberales y se entrometen con la iniciativa privada. Quienes viven de los presupuestos no se contentan con los ingresos que provienen de los tributos. Los políticos anhelan controlar a los empresarios y el mundo de los negocios arriesga su independencia para ventear nuevas oportunidades. En el campo de las actividades, hoy se puede comer en cualquier sitio que no sea un restaurante. Todo edificio con estancias es susceptible de albergar apariencia de hotel. Para acoger congresos, conferencias y seminarios proliferan salas e instalaciones que igual sirven para una feria o para la convención de un partido. No se trata de resquebrajar las estructuras, pero no es idílico que todos acabemos haciendo de todo y de cualquier manera. Si se contempla la gestión y administración de los presupuestos, se han antepuesto las manías y las frivolidades a los criterios racionales y profesionales. Es mucho mejor tener una buena percha que un buen fin y un enchufe oportuno resuelve cualquier desaguisado. Aquí no queda ni un euro para las acciones sensatas ni para poner en marcha lo que conviene a la sociedad y a los ciudadanos.

Habría que preguntarse cómo y con qué calendario nos gastamos los presupuestos, porque no tiene sentido cortar en seco la marcha de vidas y haciendas. No se administra bien cuando nos gastamos en seis meses lo que nos debiera llegar para finalizar el año sin apreturas. Todos hacemos asesoramiento, consultoría y además somos expertos en lo más inverosímil, sin que se logre aportar la más elemental demostración de valía. El poeta Pedro Salinas en el prefacio de Todo más claro recordaba la confusión hecha de encargo y servida a domicilio, a la que hay que combatir para evitar que los extraviados acaben haciendo de directores y las monstruosidades mentales y materiales se conviertan en pan de cada día sin que casi nadie las extrañe. Ahora comienza la tarea de poner las cosas en su sitio. No es cierto que un gestor que hizo algo bien, sirva para organizar y llevar a buen puerto todos los proyectos que se le pongan por delante. Es tiempo de que los médicos se dediquen a curar enfermos, que los arquitectos proyecten casas, que los colegios profesionales defiendan los intereses de sus asociados, de que los sindicatos miren más allá de las conveniencias de sus dirigentes, que las organizaciones empresariales trabajen a largo plazo a favor de la economía y para la libertad de mercado. Los políticos han de reconocer que el futuro de nuestra sociedad está supeditado a la supremacía de los hombres libres sobre la ineptitud de los arribistas sin escrúpulos ni iniciativa. Nos jugamos en ello la supervivencia de un entramado social que no tiene demasiadas oportunidades para influir en el contexto del siglo XXI. El nuestro y el de las próximas generaciones, que no tenemos derecho a malgastar, por supuesto.

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