Nuestros niños del desierto
En cierto modo también éste es un viaje de cercanías. El Sáhara puede estar geográficamente lejos pero este pedazo del desierto argelino, en el que malviven 200.000 refugiados saharauis desde hace 27 años, lo siente uno muy cerca.
Únicamente en el campo de refugiados de Smara hay 20.000 niños de un total de 40.000 habitantes. De ese total un 65 por ciento son mujeres. Y la razón es simple: los hombres que no murieron luchando con el Polisario para recuperar sus tierras usurpadas por Marruecos, se van a trabajar donde pueden, si es que pueden. Algunos lo intentan en Argelia. Otros en Mauritania. O quizá lo intentan en la zona liberada por el Polisario en el Sáhara Occidental. Pero eso es mas arriesgado. El enemigo -Marruecos- lo tienen a un tiro de piedra.
Una niña estuvo en Siete Aguas. Otra en Buñol. Yo tengo que conocer a sus familias de España. No comprenden cómo no las conozco. Son muy buenas. Los tienen en verano en sus casas
A este pedazo de desierto argelino en el que montaron sus campamentos los refugiados saharauis se le conoce como el desierto del desierto. Es decir, lo mas duro e inhóspito del desierto. Sólo hay piedras (entre ellas una con forma de rosa) y polvo cubriendo la arena.
Pero se diría que cuanto más dura, dañina y hostil es la tierra, más tierna y acogedora se vuelve la gente. Es el caso de los saharauis y, en particular, de los niños saharauis.
Vengo de pasar cinco días con esos niños con motivo de lo que podríamos llamar una aventura cinematográfica. Me explico: a varios cineastas españoles se les ocurrió la idea de hacer un festival internacional de cine en mitad del desierto, al que me apunté como un extra para el rodaje de un anuncio de un todoterreno. Porque hay que ser todoterreno para participar en una excursión de este tipo. Si vas con la suspensión baja no sales del primer hoyo (hay muchos en los que arrojar basuras), o no subes el repecho de las letrinas (cuando existen) porque en los campamentos no tienen agua corriente ni tendido eléctrico. Tienen depósitos de un agua que se reparte semanalmente a las jaimas (tiendas de campaña) y algunos disponen de una pequeña placa solar con batería que proporciona la energía justa para encender de noche un tubo de neón de un palmo.
Pero los niños se han hecho a esta vida. Y son listos. Sonríen a todas horas. Con el primer frío (y ahora de noche hace frío) agarran un buen resfriado que difícilmente se lo quitan de encima. Tosen. El polvo complica aún mas las cosas. De día hace un calor seco y sofocante. Pero no dejan de sonreír. Te rodean y preguntan: "¿Dónde vives? ¿Cómo te llamas? ¿Me das un caramelo?". Tú contestas, por ejemplo, que vives en Valencia. Y enseguida preguntan: "¿En Valencia dónde?". Pues en Valencia, la capital. Y uno dice si conoces a Amparo. Tú dices: hay muchas Amparos en Valencia. Pero ese niño se refiere a una determinada Amparo que vive en la calle de Xàtiva. Porque él estuvo en su casa. Porque Amparo es su madre de España. La otra la tiene aquí, en Smara. Y tiene hermanos valencianos, dice: "No conoces a los hijos de Amparo, a Rafa y a Salva? Pues son mis hermanos de Valencia". Una niña estuvo en Siete Aguas. Otra en Buñol. Y yo tengo que conocer a sus familias de España. Es preciso. No comprenden cómo no las conozco. Son muy buenas. Los tienen en verano en sus casas. Montan en bicicleta. Los llevan a ver el mar. Los saharauis también tenían mar antes de la Marcha Verde. Marruecos se lo robó. Les quitó todo. "Mi abuelo murió en la guerra", dice una niña que estuvo en El Saler. Murieron muchos. Y por las noches en la jaima les cuentan lo terrible que fue aquello. No deben olvidarlo nunca. Sus padres huyeron a pie. Huyeron hacia Argelia. Los españoles no los defendieron pero aun así les parecen mejores que los argelinos. Los argelinos roban. Si van a comprar a Tinduf y traes cosas necesarias en el campamento muchas veces se quedan con algunas cosas los mismos policías de Argelia. Son así. Y ellos no pueden impedirlo. Sería peor. Les han prestado un trozo del desierto. Y si los echan ¿dónde irán?
Ahora estoy en la escuela Valencia, hecha de adobe pintado de blanco, pagada por la Comunidad Valenciana. Tenían el nombre en el muro, y un escudo de Valencia, pero se borró enseguida. Aquí todo se borra, o se cae. La bandera saharaui ondea escuálida en un mástil torcido. Todo se tuerce aquí. Y además hay muchos niños celíacos. ¿Tú sabes lo que es eso? Es una enfermedad que si comes algo con harina te pones muy malito. Necesitas comida especial. Pero esta comida no la tienen. Así que están mal nutridos, aunque siguen sonrientes y corren descalzos como los demás.
Los organizadores del festival del cine proyectaron en la gran pantalla del desierto la película El bosque animado. El director Ángel de la Cruz les ha explicado cómo se hizo la película. Y esto les gustó mucho. Algunos vieron un poco de El Bola. Y los más mayores pudieron ver, aunque ya eran las dos de la madrugada, Los cuentos de la guerra saharaui, una película del valenciano Pedro Rosado que se estrenó en el desierto.
Los niños de la escuela Valencia me piden que les haga una foto para que los vean sus familias valencianas. Se agrupan delante de la pared. Sus familias en Buñol, en Siete Aguas, en Puçol, en Sagunto los reconocerán enseguida. A lo mejor les mandan una bicicleta o una placa solar para las navidades. ¿Puedo pedirles eso? ¿Puedo decir en Valencia que necesitan libros, lápices, cuadernos, una pelota para el recreo, zapatos o zapatillas, medicinas y comida para todos?
El maestro El Kayd, de 34 años, dice que en todas las escuelas necesitan mesas. No es preciso que sean nuevas. Aquí, en los campamentos de refugiados, se aprovecha todo y si vas a tirar algo al vertedero no lo hagas: una silla rota, una mesa vieja, una estantería, cualquier cosa sirve para un refugiado. El Kayd habla un español perfecto que aprendió en Cuba. Dice que estas escuelas las construyeron las mujeres y los maestros mientras los hombres luchaban. Pero ahora ya no luchan. Y no saben qué hacer. No hay trabajo. Viven de lo que llega. El trabajo en el desierto consiste en retrasar tu propia muerte. Porque el desierto mata. Al no tener tierra sientes que te van hundiendo poco a poco en la arena polvorienta y pedregosa.
Hago la foto y pienso que esta generación no aguantará una vida de mendigos. Harán lo imposible por escapar de este asilo, de una tierra de nadie, y pactarán con quien sea un futuro que no puede ni debe ser lo que ahora tienen. Porque no hay nada peor.
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