Siete días para descubrir Tenerife
Un viaje en coche por una isla que ofrece playa y mucho más
Otoño en Tenerife. Puede que sol, piscina y playa en el sur. Puede que lluvia, bruma y fresco en el norte. Y tal vez viento. O puede que no. Un punto de incertidumbre, pero no para desaconsejar el viaje. Y, en cualquier caso, una oportunidad única para disfrutar de unas vacaciones fuera de temporada, durante la semana blanca de los niños en el colegio (si es que la tienen) o en algún fin de semana largo. Un menú completo: lo que ofrecen las costas de la Península en verano, más una naturaleza montañesa, recortada, boscosa y volcánica, y variadas muestras de una arquitectura popular (blanco de cal y negro de madera y roca volcánica) cuya influencia viajó hasta América desde los tiempos de Colón hasta este inicial recodo del tercer milenio.
Canarias es un regalo para los turistas, para los que llegan de otras zonas de España y para los millones de visitantes británicos, centro y noreuropeos que la invaden cada año. Otra geografía al alcance de la mano. No sólo es el clima. Es una diversidad paisajística apabullante: desde las dunas ventosas e infinitas de Fuerteventura hasta los mares de lava de Lanzarote; la gigantesca caldera de Taburiente, en La Palma, o los roques vecinos a la imponente mole del tinerfeño volcán Teide, de 3.718 metros, el techo de España.
¿A qué carta-isla quedarse? Depende de la lente con la que se mire. Lanzarote, por ejemplo, tiene un tamaño asequible y maravillas naturales suficientes como para llenar con holgura una semana de vacaciones a base de excursiones matutinas, de media jornada, hasta hartarse de lava, y sin olvidar el inevitable paseo en camello por la montaña de Timanfaya. Una oportunidad única para colocar de rondón a los más pequeños una clase de vulcanología y para dejarles las tardes libres hasta que se harten de piscina en el hotel.
A Tenerife le ha faltado algo: un César Manrique (suerte que tuvo Lanzarote) que realzase su personalidad, que le dotase de un alma universal, de una imagen de marca reconocida internacionalmente. Pero, en cambio, como si fuera un continente en miniatura, Tenerife gana en tamaño (es la mayor isla canaria) y en variedad. Tiene mejores playas e infraestructuras hoteleras, fundamentalmente en el sur, que también pone en el escaparate los acantilados de vértigo de los Gigantes. Añade un centro con carreteras de infarto (por las curvas, los barrancos y los panoramas) dominado por la corona forestal y el impresionante parque nacional del Teide, con su buena dosis de volcanes y ríos de lava que recuerdan las erupciones de antaño. Y ofrece un extremo nororiental marcado por el monte de las Mercedes y los miradores de la península de Anaga, húmeda como ninguna otra parte de la isla, lo que conforma singulares perspectivas y el colorido de frondosos bosques de brezos y laureles.
Parque marítimo
La capital, Santa Cruz, cada vez más viva y bulliciosa, no deja de remozar su oferta cultural y ofrece su parque marítimo, gran complejo de ocio con varias piscinas, que constituye una de las pocas muestras de que también en Tenerife dejó su huella César Manrique, autor de los bocetos. Pero es sin duda La Orotava la ciudad de mayor interés monumental y arquitectónico, con un casco antiguo de viejas casonas con balcones de tea especialmente abundantes en la calle de San Francisco. El jueves siguiente al Corpus Christi se celebra una de las fiestas más singulares de España, y el espacio urbano se llena de alfombras de flores y de pinturas confeccionadas con tierras de colores.
Si se viaja con niños, los parques temáticos son una garantía de diversión. Tenerife no anda escaso de ellos, con el aliciente de que se pueden utilizar para complementar las clases de ciencias naturales. Como el Loro Parque del puerto de la Cruz (principal centro turístico del norte); el de aves rapaces, o el de cactus y animales cercanos a la playa de las Américas, o el Mariposario vecino del drago milenario de Icod de los Vinos, con centenares de lepidópteros en libertad y una iguana a la que hay que vigilar para que no te caiga en la cabeza cuando rompe por un error de cálculo la rama de un árbol con el peso estático de sus 12 kilos de pachorra. Más instructivo aún, si cabe, es el jardín de Aclimatación de La Orotava, un espléndido botánico de 20.000 metros cuadrados fundado por Carlos III en el siglo XVIII. Tenerife, además, es el punto de partida casi obligado para acceder por barco a una de las joyas menos conocidas y más sorprendentes del archipiélago canario: la isla de La Gomera, visible desde los complejos vacacionales del sur y tan al alcance de la mano que hay excursiones organizadas de tan sólo un día de duración. Suficiente para quedarse con ganas de volver por más, tal vez al año siguiente.
Para disfrutar a tope de Tenerife, resulta casi imprescindible alquilar un coche. La oferta es infinita. Y ni siquiera es necesario reservar con antelación, aunque hacerlo por Internet puede suponer un ahorro significativo. Si se arriba a la isla por el norteño aeropuerto de Los Rodeos y el hotel está en el sur, a unos 90 kilómetros de distancia, la recomendación de motorizarse nada más tomar tierra es obligada, aunque sólo sea para controlar el gasto: por el precio del trayecto en taxi es posible alquilar un automóvil durante tres días.
Recorrer la isla a fondo exige varios días, tal vez demasiados para hacerlo compatible con unas vacaciones de playa y piscina en una estancia tipo de siete días. Baste por ello con algunas sugerencias tomando como punto de partida las urbanizaciones del sur.
Una primera ruta, factible en una mañana, si se madruga, pasa por los acantilados de los Gigantes y, a la altura de Santiago del Teide, exige desviarse por Masca y el valle del Palmar hasta Buenavista del Norte. Desde allí, bordeando ya la costa norte, pasa por Garachico (donde se ha trazado un curioso paseo entre los escollos) y termina en Icod de los Vinos. Si la visita a su venerable drago y al Mariposario termina a la hora del comer, hay allí mismo un buen restaurante canario de precios razonables.
Vistas impresionantes
Una segunda ruta, que exige un día completo, va hacia Santa Cruz por la autopista; continúa al norte hasta la punta de Anaga, con algunos de los más impresionantes panoramas de la isla; continúa, ya de vuelta, por el monte de las Mercedes; incluye una escala en La Laguna (ciudad universitaria y antigua capital de la isla); pasa por el mirador de Humboldt, sobre el valle de La Orotava, y, tras una buena parada en esta localidad, culmina en el gran centro turístico del puerto de la Cruz. Visitar allí el Loro Parque exigiría casi un día más. Para volver rápido, lo mejor es repetir parte del camino y tomar de nuevo la autopista del Sur.
La tercera ruta recomendada, absolutamente imprescindible, tiene el Teide como foco. Hay que tomar la salida 26 de la autopista, y, pasando por Vilaflor (que presume de ser el pueblo más alto de España) y atravesando la corona forestal, llegar hasta la brecha del Tauce, ya a más de 2.000 metros de altitud, y al circo rocoso de las Cañadas del Teide, un espectacular cono volcánico, la joya de la corona de la isla. Justo enfrente del parador están los roques, que, con el gran volcán al fondo, enmarcan una foto que todos los turistas se llevan a casa. Desde la Rambleta, en una zona con un buen aparcamiento, es posible ascender en teleférico hasta 3.555 metros, a tan sólo 163 de la cima del Teide. Sólo hacen falta dos cosas: que el viento lo permita y que se esté dispuesto a pagar 20 euros por el viaje. Menos mal que los niños tienen descuento.
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