Cohabitación
Es un principio químico. Cualquier fontanero con oficio sabe que, al conectar una tubería de cobre con otra de acero, se desata un proceso electrolítico que provoca corrosión en las juntas. Ocurre también entre los seres humanos. Hay personas que, por muy próximas que estén o por mucho que les convenga mantener una buena relación, no logran conectar nunca. Tengo la impresión de que eso les sucede a Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón, que les falla la química. Una vez más resulta imprescindible invocar a Winston Churchill cuando aseguraba que los políticos de otras formaciones eran sólo rivales, mientras que los enemigos estaban en el propio partido. No digo que lo deseara, pero para el nuevo alcalde de Madrid hubiera sido políticamente más cómodo el tener a Rafael Simancas en la Puerta del Sol. Con un presidente socialista habría mantenido una tensión cordial que hubiese sabido manejar en su propio beneficio, apareciendo como un político conciliador con las izquierdas. Los conflictos que enfrentarán necesariamente a ambas instituciones, y que van a ser muchos y encrespados, habrían sido resueltos proyectando a la opinión pública una imagen de moderación propia de un hombre de centro. Con la experiencia y cintura de Gallardón, un presidente socialista le hubiera dado mucho juego. Con doña Esperanza será distinto.
La nueva presidenta de la Comunidad de Madrid está en su mismo partido, pero no en su misma familia política. Sus primeros pasos en la gestión los dio en un gobierno municipal, el dirigido por Álvarez del Manzano, que siempre fue cuestionado en la Puerta del Sol. Entre ambos equipos nunca hubo buen rollo y la señora Aguirre, desde sus tareas de Estado, se mantuvo muy próxima al Ayuntamiento, institución a la que siempre pensó volver como alcaldesa. Aunque apartada de los manejos y las batallas intestinas por la sucesión en Moncloa, la actual jefa del Ejecutivo autonómico nunca ocultó sus simpatías por Rodrigo Rato, el adversario más enconado del hoy alcalde de la capital. Al entorno de Rato atribuyen los hombres de Gallardón la filtración este verano de aquellas insidiosas informaciones que trataban de cuestionar la honorabilidad de alguno de sus más directos colaboradores. El que Esperanza Aguirre haya recurrido al equipo del vicepresidente económico para montar buena parte de su gabinete supone casi una afrenta para el regidor de la Villa. Es un signo importante que se suma a lo que constituye toda una declaración de independencia por parte de la nueva inquilina de la Casa del Reloj. Lo primero fue su discurso de investidura al anunciar una bajada de impuestos, cuando Gallardón hablaba de subirlos, y después en la toma de posesión con el polémico silencio del presidente regional saliente. Escaldados por lo acontecido la noche del 26 de octubre, en que don Alberto eclipsó el protagonismo de la candidata anunciando su victoria ante los medios de comunicación, los colaboradores de Aguirre quisieron evitar a toda costa que esta vez chupara cámara. La declaración expresa de amistad fraternal y el poner su nombre al auditorio de música que la Comunidad de Madrid construye en El Escorial no fueron suficiente medicina para paliar el disgusto del señor alcalde, que a duras penas logró escenificar su disimulo para no dar el cante. Al día siguiente, la ausencia de Ruiz-Gallardón en la jura de cargos del Gobierno regional por una invitación que nunca llegó, y que nadie sabe si tenía que haber llegado, evidenció todavía más el desencuentro. En Génova saltaron las alarmas y, a cuatro meses de las elecciones generales, lo último que le conviene a Mariano Rajoy es una agarrada institucional que convierta Madrid en la cubierta de un barco pirata. Su llamada al orden y a la reconciliación originó declaraciones de amistad y respeto, además de una medalla de oro que doña Esperanza otorga a Ruiz-Gallardón por los servicios prestados a la Comunidad de Madrid.
El estilo Rajoy es distinto al de Aznar: el todavía inquilino de La Moncloa sofoca los incendios manu militari; don Mariano los apaga pidiéndolo por favor. De momento, ha sido suficiente para parar el golpe, pero mucho me temo que, tarde o temprano, tenga que alzar la voz. La cohabitación será problemática. El acero y el cobre simpatizan poco, y en la política poner una junta electrolítica no es tan fácil como en fontanería.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.