Yes, sir
David Beckam ha necesitado menos de cien días para convencernos de que el ruido de las monedas es en su vida un simple efecto colateral. Aún más: su imagen de futbolista ha bajado de la pasarela y ha crecido en espiral, precisamente como crecen las galaxias. Hoy no sólo es aquel francotirador de lujo que se concentraba en Robin Hood y ponía la flecha donde había puesto el ojo. Aquí hace indistintamente de príncipe y de mayordomo.
La explicación del cambio está más en su cabeza que en sus botas: antes que un gran jugador, David es un chico listo. Por eso supo muy pronto que no es fácil compartir la foto ni la maniobra con gente como Zidane, nacida para el fútbol de alta costura, y que alguien como él, grande, pero no grandioso, tenía el mismo incierto futuro que los comparsas del Albert Hall. En resumen, estaba condenado a sobreactuar.
La jugada de su gol en Marsella fue, por algún capricho de los dioses, una alegoría de su pasado. Reconoció el lugar desde el que debería ejecutar la falta, peinó la hierba con los dedos, marcó el ángulo para su carrera oblicua, planeó con los brazos, y en el último momento envolvió la pelota con el empeine y le dio una estudiada curvatura descendente: hizo mejor que nunca lo que siempre había hecho bien.
Sin embargo, el paradigma del actual Beckham fue el segundo gol.
Después de conseguir el empate a uno, el Olympique fue al abordaje, convencido de que al Madrid del divino Zizou se le estaba descosiendo el traje. Entonces, David escuchó su propio instinto de conservación, irrumpió en el corral de Casillas, se adelantó al goleador local, se apoderó de la pelota por sorpresa, viró hacia el banderín más próximo y metió un taponazo seco que parecía un despeje pero en realidad era un pase a Figo. Luego, toque a Raúl, toque a Zidane, telegrama a Raúl, toque a Ronaldo, gol de fantasía.
Está claro que, dentro o fuera de la Orden del Imperio Británico, Beckham es un caballero. Y ya no importa mucho su moño inestable, ni tampoco que su chica decidiera plantarse en la cabeza un ficus negro del tamaño de una pava, sin duda para tentar a los vampiros de Palacio y para rivalizar con la reina Isabel.
Sólo importa que en apenas tres meses David haya hecho valer su primer brindis. Ya sabemos que no mintió cuando dijo "No se engañen ustedes; antes que vendedor soy futbolista". Of course, sir.
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