Tetragordillo
¡Tetragordillo! o ¡Gordillo por los cuatro costados! He aquí un par de exclamaciones de pasmosa aplicación literal, no sólo porque, en efecto, nos encontramos con una convocatoria cuatripartita, con todo lo que este despliegue tiene de excepcional, sino por lo que indica de la potente ambición y la complejidad del artista ahora multiplicado y, por supuesto, del enorme caudal de su invención y energía, que venturosamente no se encalma con el paso del tiempo, ya que, nacido en Sevilla en 1934, se halla al borde de la respetable edad de los 70 años. En verdad, cualquiera puede entretenerse con este tipo de consideraciones, que finalmente nos remiten a la pujante madurez de los artistas superiores, que dan lo mejor de sí mismos en los apurados momentos finales, pero cabe también completar esta obviedad adentrándose en la identidad dual de Luis Gordillo, que, hasta para exponer, no puede librarse de un múltiplo par.
De todas formas, sea cual
sea la numerología concorde con el psiquismo de Luis Gordillo, sin duda uno de los artistas más cruciales del arte español de las últimas décadas, lo que viene al caso, a tenor de lo ahora exhibido en Madrid a cuatro bandas, es su extremosidad, la vieja pasión de este artista dualizado por los extremos. En efecto, si nos fijamos, he aquí que, por un lado, una de las convocatorias nos remite a la obra informalista que el pintor realizó en París el año 1960, la que marca su definitiva inmersión en la vanguardia y la que, asimismo, señala también cómo, a partir de entonces, esta relación con la cambiante dinámica de lo moderno será para él una constante fuente de ansiedad o, si se quiere, una relación crítica; pero, por otro, las tres convocatorias restantes nos remiten al Gordillo último, que no sólo es el de la obra más reciente, sino, técnicamente, a la última; esto es: el que se zambulle en la experimentación fotográfica y digital. ¿Se trata, así, pues, de la tensión entre dos extremos cronológicos de una trayectoria, una retrospección del ahora mismo frente al origen, saltándose todo el recorrido intermedio que abarca ya casi el medio siglo?
Con todo lo que de muy sugestivo pudiera tener este planteamiento de sobrevolar por encima de la memoria personal hasta lo que constituyó el primer y decisivo impulso, quedarse sólo ahí me parece como recortar la enjundia de esta dialéctica extremista, cuya fuerza radical nos quiere mostrar, sin embargo, la profunda identidad con que, al principio y al final, Gordillo se ha desdoblado entre la expresión automática de una fluida gestualidad y la reflexión que controla, razona, congela y solidifica. No hay pausa en este trabajo constructivo-deconstructivo de Luis Gordillo, o, en todo caso, durante una larga época ya superada, crisis circunstancialmente paralizantes en el paso de uno al otro estado creativo.
Pero vayamos por partes,
empezando ordenadamente por ese año de 1960, ahora maravillosamente representado por la treintena de dibujos informalistas exhibidos en la galería Guillermo de Osma, que no sólo nos revelan el peculiar grafismo de este artista, entonces inteligentemente fascinado por Wols y Michaux, sino un gesto de obsesiva urdimbre que, ahora lo vemos, permanece maculando u horadando las superficies satinadas de las nítidas superficies emulsionadas de la fotografía o de la impresión digital. Es como si la araña visceral extendiese su tela orgánica por el icono virtual, pero dejándonos visualmente en vilo con el equívoco de cuál de las dos realidades superpuestas ocupa realmente el fondo de lo que no tiene fondo. ¡Resulta que todo Gordillo está aquí!, cierto, pero ¡no de la misma manera! Porque, desde mi punto de vista, ¡nunca Gordillo ha sido más Gordillo que ahora! ¡Nunca ha logrado ser más espontáneamente complejo, más, si se quiere, natural! ¡Fundir o "maclar" más y mejor en una sola impresión sus dos vectores creativos, logrando ese perfecto equívoco del trasfondo de lo superficial o la profundidad de lo plano!
Desde esta perspectiva, la tetralogía de Luis Gordillo eleva las descargas de la electricidad cerebral a la categoría de una épica de lo subjetivo, que deviene fogonazos icónicos de entramados neuronales, el relámpago cegador y la persistente huella de su cimbreante dibujo que se graba en la retina, la prodigiosa suma de la realidad biológica y su propio drama existencial. Dos en uno: Luis Gordillo al completo, o, en fin, por los cuatro costados.
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