Las aventuras de Gisbert
El 'número dos' español en la final de 1965 cazó un canguro, toreó en la pista y ganó un torneo de aficionados
Joan Gisbert se ha reencontrado en Australia con una parte de su historia casi olvidada. Licenciado en Derecho, asegura que fue tenista de forma circunstancial porque entonces había pocos jugadores de nivel: "Como mi problema era acabar la carrera, sólo me lo tomé en serio a partir de los 24 años. Pero se convirtió en algo muy grande para mí". Ahora vive en Florida (Estados Unidos) con su segunda esposa y es constructor. Pero si se hizo famoso fue por su subcampeonato en el Open australiano de 1968 y por haber integrado el equipo español que jugó, y perdió, contra los aussies las finales de la Copa Davis de 1965 y 1967. "Fue una experiencia inolvidable", rememora.
"¿Son suficientes diez días de preparación?", se le pregunta mientras ve entrenarse a Juan Carlos Ferrero y Carlos Moyà. "Es lo ideal. Lo que no tiene sentido es lo que hicimos nosotros la primera vez que viajamos aquí, cuando estuvimos un mes pisando la hierba. Llegó un momento en que ya no sabíamos qué hacer", explica. Pero sí que encontraron fórmulas para matar el tiempo. Una fue irse a la caza del canguro. "Les sobraban y cacé uno", afirma divertido; "me dieron su piel y no se me ocurrió nada mejor que colgarla en la terraza del hotel para que se secara. Era grande, hacía sombras y los vecinos se asustaron: les pareció ver un fantasma", se ríe. Ya en la pista, Gisbert cogió una capa de torero, José Luis Arilla se puso unos cuernos en la cabeza y simularon pases. La foto salió en todos los diarios.
Perdida la Davis, Gisbert decidió que quería ganar un torneo sobre césped. Así que se fue a Balarat, un pueblecito cercano a Melbourne, y lo logró. "Me dijeron que no podían pagarme nada y les respondí que estaba de acuerdo. Jugué contra el panadero, el barbero y algunos otros jugadores. Y me hicieron una placa que me acreditaba como el campeón", relata.
Algunas de sus vivencias se hicieron famosas por trascendentes y... excéntricas. Jaume Bartrolí, el capitán español más histórico -ya fallecido-, contaba que muchas veces se negó a jugar alegando lesiones. Él lo desmiente: "Siempre hubo un motivo". Y advierte de que, cuando ganó al ruso Alexander Metreveli en la final de la zona europea tras remontar cuatro pelotas de partido y una desventaja de dos sets a cero, no pudo concentrarse hasta que lo tenía todo perdido: "Tenía mi último examen de Derecho al día siguiente y mi cabeza sólo pensaba en él". Su victoria puso a España en la cumbre del 67.
"Aquel año, en cambio, llegamos sin tiempo", rememora; "ganamos a Suráfrica y nos quedaban dos semanas para enfrentarnos a Australia". En Johanesburgo debutó un jovencísimo Manuel Orantes porque él alegó sentirse mal. Luego, en Brisbane, ya no jugó. Sin embargo, Orantes y él -uno de los mejores dobles españoles: "éramos como padre e hijo"- se quedaron tres meses para mejorar el saque y la volea: "Nos dieron 500 dólares y sobrevivimos ganando al póker a turistas japoneses".
En la Davis cobraban 400 pesetas diarias: "Manolo Santana, 600, porque era el mejor". La mejor oportunidad de aquella generación fue en 1970: "Ganamos las tres primeras eliminatorias por 5-0 y las dos siguientes por 4-1. Y nos tocó Alemania, en Düsseldorf. Tuvimos que entrenarnos en el club Rochus Club, en tierra batida, pero los germanos no aparecieron. Al cabo, improvisaron una pista de cemento que parecía hielo en un rincón del recinto. Ellos sí que habían practicado en superficie rápida y nos ganaron por 4-1. Fue un escándalo de tal calibre que la federación internacional dictó normas para evitar que aquello se repitiera".
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