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Reportaje:

En busca de una respuesta global

El filósofo Pascual Pont plantea en 'Axiomas y conectores' la necesidad de una catarsis que libere al ser humano

Miquel Alberola

Hace dos años Pascual Pont (Xàtiva, 1937) sorprendió con la publicación de Los símbolos complejos, un ensayo filosófico leibniziano editado y avalado por la Universidad Politécnica de Valencia en el que, por decirlo pronto, sintetizaba la complejidad de la vida en una fórmula...

Para empezar, Pont era un autodidacta. Huérfano desde los 15 meses como consecuencia de la guerra, se trasladó a Valencia a los 15 años para ser oficial fresador en la empresa metalúrgica Macosa. Pasó un tiempo en Ginebra (Suiza) y en Madrid, donde se vinculó a la Juventud Obrera Cristiana, pero regresó al barrio de San Marcelino, en Valencia, donde ha trabajado en el torno, declinando trabajos en oficinas que hipotecaban la libertad de pensamiento que le proporcionaba el manejo de la máquina.

La sociedad está enferma y sólo una catarsis podrá sanarla, según Pont
El autor pondera el bien común como la mejor garantía para el bien personal

Aquel libro respondía a esa inquietud intelectual. En su esfuerzo por comprender la existencia, arrancaba de la unión entre lo imaginario y lo real, que en el universo matemático conforman los símbolos complejos. Relacionado con el infinito y con el límite, representaba al individuo con el número complejo i, un individuo que no es autosuficiente y que necesita de una parte de un entorno (+1/n), que a su vez lo transforma del todo. Matemáticamente, esa representación desembocaba en cuatro puntos, con unos valores, que giran sobre un centro que simbolizaba con º...y que en su avance hacia el infinito constituye una pulsión. El otro paso era la interacción, en la que el tetraedro, según Pont, "por su propia simple fórmula, significa esa equidistancia, que además se corresponde con la unión de los armónicos", donde cada individuo tiene una intervención diferente a la de otro, pero que puede confluir en una armonía.

Partiendo del paradigma del puzle, en el que todo el conjunto estaba totalmente determinado desde su creación y donde cada pieza (individuo) tenía su destino marcado, trataba de definir la esencia de esa pieza constituyente, a la que consideraba como una interacción dialéctica entre individuo y entorno, entre infinito y limitado. No le interesaba explicar por qué el individuo estaba aquí sino cómo. En ese sentido, lo define como partícula y onda, como una realidad espacio-temporal concreta dentro de una realidad espacio-temporal más amplia.

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En la portada de Axiomas y conectores, su nuevo libro, destaca un dibujo en el que una circunferencia contiene un cuadrado y éste, a su vez, un triángulo. Las líneas de estas figuras están constituidas por una cadena de puntos con la misma imagen que acaban conformando. Se trata del símbolo creado por Leibniz para representar a Dios. Pont toma esta imagen para fundamentar que cada individuo es un universo y un Dios concebido como totalidad, y que todos juntos conforman otro universo y otro Dios. "Las células son un universo pero han constituido al individuo en un universo, que junto a la humanidad, puede llegar a constituir otro universo", describe, "pero para ello son necesarios los conectores", es decir los medios de comunicación que vinculen entre sí a distintos individuos.

Pont define también al hombre como "verbotario": individuo que habla para producir axiomas, que son las proposiciones que emite. Son los axiomas que enlazan lo biológico con lo cultural, lo individual con lo social, y cuya resolución va a permitir que la evolución progrese. "Pero sobre todo son axiomas que exigen una acción, una respuesta, que marcará su madurez en la medida en que sea automática, mediante sistemas de retroalimentación de homeostasis, servosistemas o actos reflejos", puntualiza.

Distingue entre conectores internos -la sangre, que reparte oxígeno y alimento por el cuerpo, y el sistema nervioso- y externos, como la palabra, la escritura, los teléfonos, Internet y los medios de comunicación, además de la moneda, que se ha constituido en el máximo conector mundial. El poder del hombre se debe a que ha conseguido a través de estos últimos, y como resultado de una progresión acumulativa, una sinergia enorme.

En su análisis considera que la sociedad está enferma, que los enfrentamientos entre sus diferentes personalidades pueden destruirla y que sólo una catarsis general que libere al ser humano de los instintos de depredación que arrastra podrá sanarla. Pont sitúa el gran conflicto de la humanidad en que detecta los problemas que le plantea su propio poder destructor, sabe que se pueden resolver y, sin embargo, es incapaz de desencadenar las acciones necesarias para ello. Su gran esperanza es que alcance la evidencia de que el bien común es la mejor garantía para el bien personal y que se dé una respuesta global -hasta ahora sólo se dan respuestas parciales, como el ecologismo, el pacifismo...- para la superación de los retos que tiene planteada la existencia.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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