_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La tercera dimensión

Josep Maria Vallès

He compartido muchas horas de sobremesa con Francesc de Carreras, discutiendo de política y, por fortuna, también de otras cosas. De su último artículo (EL PAÍS, 20 de noviembre de 2003) se desprende que algunos amigos le privan ahora de su afición al diálogo. No quiero ser uno de ellos. Le dedico estas notas sobre los resultados del día 16 por si le faltaran estímulos -aunque lo dudo- para la controversia.

Coincido con Carreras en que los datos electorales del domingo no pueden analizarse exclusivamente a la luz de los 15 días de campaña. Es cierto que habrán tenido efecto la conducción y los temas de la propaganda de cada una de las fuerzas, los debates televisados, las declaraciones de Jaime Mayor Oreja, José Bono y Juan Carlos Rodríguez Ibarra o la opción militante de algunos medios de comunicación públicos y privados. Pero no les corresponde probablemente el influjo mayor. Lo que ejerce mayor peso en la distribución de apoyos electorales es la percepción que los ciudadanos tienen sobre la posición de partidos y líderes acerca de grandes cuestiones de interés colectivo.

A partir de aquí, empieza mi discrepancia con Carreras, y dejo a un lado -para no perder el hilo principal- la profusión de adjetivos poco favorables con que mi amigo obsequia al PSC, a Pasqual Maragall y a sus partidarios. En su análisis domina un punto de vista que viene sosteniendo con tenaz insistencia. Es el punto de vista que le lleva a prestar atención exclusiva a la posición de los partidos sobre la llamada cuestión nacional. Carreras considera que la posición adoptada por PSC-CpC en este asunto es la que le ha conducido a una "derrota sin paliativos". Por de pronto, sorprende esta calificación para los resultados de una formación política que -por segunda vez en unas elecciones autonómicas y bajo la dirección de Maragall- ha conseguido más de un millón de votos y se ha convertido en la fuerza más votada del país, por delante de CiU.

Pero dejemos a un lado la calificación y vayamos al argumento. Carreras insiste en que un PSC de supuesta orientación maragallista ha primado lo nacional sobre lo social. Y que esta presunta opción -que los datos no confirman- le habría perjudicado electoralmente. ¡Extraño perjuicio el que -en dos ocasiones sucesivas- es compatible con los mejores resultados autonómicos del PSC! Por esta misma superficial correlación, sería fácil concluir justamente lo contrario de lo que afirma Carreras: esta hipotética "primacía de lo nacional sobre lo social" le habría sido más rentable al PSC que otras supuestas posiciones en las cinco elecciones anteriores cuando los socialistas no conseguían superar a CiU.

Pero creo que lo más discutible del argumento de Carreras no es esta fijación por la posición del PSC en materia nacional, para la que tampoco sugiere abiertamente una alternativa. Y no puedo suponer de la inteligencia de mi amigo que apueste por una versión catalana de la opción Mayor Oreja-Redondo Terreros, a la vista de los resultados obtenidos en el País Vasco por la versión original. Lo que creo insostenible es reducir obsesivamente el análisis a la dimensión nacional o identitaria. Entre paréntesis, algo hay de ello también en el comentario de otro amigo -el de Joan B. Culla (EL PAÍS, 21 de noviembre de 2003)-, pero en sentido opuesto al de Carreras.

A mi modesto entender, los comportamientos electorales del día 16 no se han definido sólo y principalmente por una combinación de lo social -la dimensión derecha-izquierda tradicional- y lo nacional -la llamada dimensión identitaria-. Existe una tercera dimensión que aflora aquí y en otros países cuando se trata de delimitar el espacio político. Es la dimensión que contrapone dos polos. Por un lado, el de la política institucional, establecida, organizada, estructurada, convencional. Por otro lado, el de la política informal, espontánea, contestataria, intermitente. La primera es la que encarnan partidos e instituciones representativos. La segunda es la que se expresa en plataformas, movimientos sociales, iniciativas locales y movidas circunstanciales.

Una parte no menor del electorado catalán -como el de otras sociedades complejas- presta creciente atención a esta tercera dimensión, aunque sea de modo intuitivo y poco elaborado: como vecino de un barrio o de un territorio, como asociado de una ONG, como miembro de un colectivo con sentimiento de discriminación o de explotación. Es lo que mis compañeros de la ciencia política identifican como una actitud de desafección respecto de la política instalada, una actitud que el llamado altermundismo proyecta a escala global.

Pienso que las elecciones del día 16 se han jugado también en este terreno, y es aquí donde se ha disipado ahora una parte de la ventaja que la propuesta de Maragall y de sus Socialistes-Ciutadans pel Canvi adquirió en 1999, cuando supo situarse de modo más decidido en el espacio delimitado por esta tercera dimensión. El calendario político -local y mundial- de estos últimos años ha extremado la importancia de esta otra cara del cambio esperado. ERC e ICV-EUiA la han captado con parecido atrevimiento al que Maragall apuntó en 1999 y han cosechado votos que no se fundan exclusivamente en lo identitario ni tampoco en lo social.

En esta tercera dimensión se sitúa la aspiración a un cambio político de mayor calado, más allá de una nueva mayoría parlamentaria o de un nuevo gobierno. El 16 de noviembre nos ha dicho que esta aspiración está repartida entre más de un electorado y que afecta a las formas de participación y actuación ciudadana, a las políticas sociales y también -con toda seguridad- al ámbito de autogobierno que los ciudadanos de Cataluña reclaman como sujetos políticos. Atención, pues, a los pactos de gobierno. Las combinaciones de aritmética parlamentaria -por acción o por omisión- pueden ser varias y rebuscadas. Pero cabe adelantar que si el pacto final no responde a las demandas de cambio expresadas por una mayoría del electorado catalán, buena parte de la opinión rechazará este pacto y se agrandará la brecha de confianza entre ciudadanía y política institucional.

Josep M. Vallès es miembro de Ciutadans pel Canvi.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_