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Reportaje:

La puerta es el mensaje

Antonio Escobar lleva al Museo de la Ciudad su nuevo horizonte pictórico

El Museo de la Ciudad expone hasta el 26 de noviembre Puertas y enigmas, última creación pictórica de Antonio Escobar (Madrid, 1951), artista de cuidada formación plástica que figura entre los más vinculados al Madrid del realismo social. Hasta hoy su carrera venía signada por una trayectoria que ha llevado sus cuadros, señaladamente paisajistas y de bien trabada hechura, a galerías que abarcan desde Santander, Zaragoza y Madrid hasta Florencia, Bruselas, Buenos Aires y Nueva York.

Pero en esta ocasión, precisamente en Madrid, Escobar ha querido escenificar un hondo trocar no sólo de sus formas pictóricas, sino además de sus ricos contenidos. Unas y otros, innovada y penetrantemente involucrados en su paleta, le han permitido con un nuevo tempo desbordar los límites por su pasado impuestos. Y ello para desplegar su vitalidad, ahormada hasta el momento por una acumulada erudición, en formatos donde ahora resuenan Mondrian, De Chirico y Picasso, completamente distintos de los que el paisaje real le imponía. Su dominio del contorno, que le dota de esa tan rara cualidad de sustantivar el perfil desde el lienzo, más su administración del colorido como volumen luminoso del perfil, brindan a Escobar los elementos adecuados para iniciar este fascinante tránsito. El proceso lo ha recorrido en apenas año y medio, periodo en el que se ha comprometido a seguir el rastro de un estro creativo de timbrazos indomables que hasta ahora mantenía voluntariamente durmiente.

Para comprender su evolución es preciso decir que, en tiempos donde acreditar una vocación artística resultaba casi imposible, Escobar contó siempre con la confianza y el generoso aliento de los suyos. Además de tal don, dispuso del cercano magisterio de un artista impar en la pintura madrileña: Cirilo Martínez Novillo; su elegancia esencial, su economía de luz y de horizontes fueron para Escobar referencia determinante en su nacer al mundo de la pintura. Martínez Novillo, octogenario, sigue irradiando arte desde su estudio de la calle de Hermosilla con la entereza del primer día, bien que con esa desenvuelta holgura que su sabiduría hoy tan grácilmente le procura. Es también Escobar legatario del valenciano Ricardo Zamorano, "emblema del dibujo en toda su riqueza", reconoce. Con estas credenciales, el discípulo troqueló desde su propio esfuerzo un prestigio evidente.

Pero ahora ha querido emanciparse de sus influjos "previamente digeridos", sonríe Escobar, adquiriendo un nuevo desafío. "Desde que pinté Mar de ojos, hace un año largo, descubrí que debía transitar por una nueva senda", señala. La senda se le abrió desde un contenedor: en plena calle, una puerta de madera desechada se irguió ante su mirada como metáfora de la gran visagra donde crepita el latido y el semblante de nuestro tiempo. Visagra del arte, la historia, la emigración y la vida. La puerta, que Escobar incorpora como soporte de sus obras aquí expuestas, no es sólo el pórtico de un naciente e inquietante horizonte, sino también destello de una emancipación inexorable, fruto de su herencia y su albedrío.

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