¿Discapaciqué?
Leo en la página 20 de un diario local, en la sección de Cartas al director, una misiva de amor firmada por un hombre feliz y agradecido. Dentro de lo que el género epistolar da de sí y de lo que el talento del escribiente agrega al respecto, la carta tiene su interés. Es un texto moderno en el que se pueden leer frases como "en junio empecé a chatear y en septiembre conocí a la persona más maravillosa del mundo", "Gracias Cristina por quererme tanto como me quieres y por hacerme la persona más feliz de la tierra", "Estoy enamorado y sin ella no sería nada en esta vida". Hasta aquí, el derroche de pasión y gratitud vertido por el autor es eficaz y elocuente, pero hay ciertos detalles en el texto que insisten demasiado en un asunto que, en mi opinión, está demás y que no busca otra cosa que la conmiseración de la amada y del lector. El remitente dice textualmente: "Tengo 40 años y soy discapacitado"; "Sólo quiero que todo el mundo sepa que como discapacitado que soy quiero a mi mujer con todo el amor del mundo".
Ya sabemos que la historia de las personas con alguna discapacidad mental o física ha marchado paralela a una suerte de eufemismos y de errores de fondo. En mi infancia, los disminuidos psíquicos eran llamados subnormales, y los que padecían alguna tara física, sencillamente inválidos. La sensibilidad social ha ido puliendo el apelativo, pero el esfuerzo semántico no ha conseguido alterar en las conciencias esa idea primitiva de que hay seres "normales" y criaturas "no válidas" para la vida común. Y esto es una creencia tan falsa e injusta que bastaría con recordar que mi mecánico, el que me soluciona a la primera la más mínima avería del coche, no tiene brazo derecho, o que grandes obras literarias han sido escritas por mentes acuciadas por la locura, que Bethoven era sordo y Pau Gasol un niño mal visto en la escuela por la anormalidad de su talla. Para la mecánica y la música, por ejemplo, el discapacitado soy yo. Mi minusvalía me impide afinar pianos o jugar de base en un equipo de la ACB, sin embargo no se lo digo a nadie y mucho menos a la mujer que quiero. Si está conmigo es por mí y no por el mérito añadido de esa invalidez que nada revaloriza el milagro.
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