Directivos 'versus' deportistas
¿Por qué cobran tanto los directivos? fue el título de mi anterior artículo (EL PAÍS, 21 de octubre de 2003). Un amigo mío se apresuró a enviarme un e-mail preguntándome: "¿Por qué no escribes sobre las remuneraciones de los deportistas?". Y aquí me tienen, haciendo comparaciones que, como siempre, son odiosas.
Lo primero que salta a la vista es que la remuneración de las personas, sean telefonistas, técnicos sanitarios, directivos o futbolistas, no tiene mucho que ver con el esfuerzo y las horas. Bueno, algo sí que tiene que ver, pero no mucho. En una guardería, al niño bueno se le da un caramelo; en el mercado de trabajo, el reparto de euros es, a primera vista, mucho más injusto, al menos por cuanto no está relacionado -a veces, ni de lejos- con el mérito. Lo que quiere decir que el mundo no es una guardería. Y que los criterios de lo que es justo o no en el mercado de trabajo no son -o no son exclusivamente- los del mérito.
La remuneración de un deportista de prestigio, de un cantante de moda o de una actriz de éxito depende sobre todo de lo que el público esté dispuesto a pagar por ir a ver sus actuaciones o por comprar sus discos o sus DVD. No es que la película sea cara porque la actriz cobra mucho, sino que la actriz cobra mucho porque la gente -mucha gente- está dispuesta a pagar lo que haga falta por ver la película. Y por eso la película puede ser cara, sin que sea una ruina desde el punto de vista económico.
Algo parecido ocurre con los médicos de prestigio y con los directivos de empresa: se les paga mucho porque se espera que aporten mucho. El problema es que a la gente le parece muy claro lo que aporta un futbolista, un cantante, una estrella del cine o incluso un cirujano de primera, pero no ven tan claro, ni mucho menos, lo que aporta el presidente de un banco -"eso lo sabe hacer mucha gente", dicen. Quizá sí lo ven claro en el caso de Bill Gates o de Michael Dell, que han revolucionado el mundo de los ordenadores y el software. Pero es difícil que el comprador de un helado descubra en ese producto la calidad de dirección del consejero delegado de Unilever. Quizá porque, como en el chiste del fontanero, cobran 100 euros por apretar un tornillo: un euro por apretarlo y 99 por saber qué tornillo hay que apretar.
Además, el problema de muchos deportistas, como el de muchos directivos, es que lo suyo es el trabajo en equipo, y no hay manera de saber la contribución de cada uno al rendimiento de todos los demás. Por eso no se les puede pagar por resultados, a tantos euros el gol. El caso de los cantantes o de los deportistas individuales es distinto: pero ahí también estamos dispuestos a admitir que se les pague más, porque su aportación al éxito es mucho más clara.
Todo esto explica que la reacción de la gente ante las remuneraciones multimillonarias sea muy distinta. Los partidarios del fútbol ven con buenos ojos que sus estrellas cobren mucho, probablemente porque les parecen obvias sus genialidades y porque ellos pagan una parte ínfima de esos sueldos astronómicos en su entrada semanal. Aquellos a los que no les gusta el fútbol se escandalizan porque no entienden esas remuneraciones. "Total", dicen, "por correr detrás de un balón durante un par de horas...". Y lo mismo ocurre en el caso de los directivos: los que saben lo que cuesta gestionar una empresa en crisis, capear una coyuntura difícil o reformular la estrategia de una organización para ponerla en la línea del éxito entienden que se paguen cantidades elevadas a los directivos estrella.
"Pero no me negarás", me dice el lector, "que es inmoral cobrar determinados sueldos, tanto si se trata de deportistas o cantantes como de cirujanos o directivos".
Nunca he sabido qué contestar a esto, porque no sé cómo juzgar, desde fuera, la justicia de una remuneración. Entiendo que es injusto que un taxista quiera cobrar a sus clientes un sobreprecio con la amenaza de dejarlos abandonados en un día de lluvia. Pero no entiendo por qué sería injusto que sus clientes quisieran pagarle una cantidad adicional para que les llevase más rápido, o más lejos, o en condiciones más incómodas para el taxista. Y esto es, en definitiva, lo que hacemos con los deportistas, los artistas y los directivos: pagarles más para que hagan aquello que sabemos que hacen bien y que queremos que hagan para nosotros.
El problema de la justicia de esos sueldos multimillonarios, me parece, viene después, una vez cobrados. Hay que pagar el capital humano acumulado -en el caso del cirujano- y el trabajo de todo un equipo -en el caso de muchos cantantes-, hay prepararse para vivir durante muchos años, cuando se acaben los ingresos elevados... -en el caso de los deportistas-, y probablemente hay que devolver a la sociedad una parte de lo que la sociedad nos ha dado al darnos la oportunidad de cobrar esa cantidades.
Antonio Argandoña es profesor de Economía del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa (IESE).
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