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LA COLUMNA
Columna
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Y ahora, las generales

HAY UNA APARENTE paradoja en las diferentes muestras de fortaleza que los partidos socialista y popular intentan transmitir en sus mítines multitudinarios. En el PSOE, el grupo de políticos con peso específico está integrado por los presidentes de comunidades autónomas. En el PP, sin embargo, cuando quieren dar impresión de fortaleza, a nadie se le ocurre llamar a un presidente de Comunidad: son ministros, que a su vez son vicepresidentes del partido. Ser alguien en el PP lo da el hecho de pertenecer al aparato central y al Gobierno; tan es así que se considera una promoción saltar de la presidencia de la Comunidad a un ministerio. En el PSOE, sin embargo, ser alguien se dice más de los barones que de los miembros de la Ejecutiva.

Las cosas no fueron siempre así. En el PSOE, hasta la quiebra de la relación González / Guerra y los escándalos que afectaron a ministros y a miembros del aparato central, quien mandaba era la comisión ejecutiva. El vaciado de poder en el centro, que fue resultado de la escisión en la cima y de la rápida rotación ministerial de los últimos Gobiernos, tuvo como efecto compensatorio el incremento del poder en las periferias, a lo que contribuyó también el éxito del Estado de las autonomías y el incremento del poder de sus presidentes, secretarios generales, además, de sus respectivas federaciones. En el PP, la evolución de los últimos años ha ido en sentido inverso: de agrupaciones territoriales que vivían o vegetaban a su aire, y de una permanente debilidad en el centro -Fraga, Verstrynge, Hernández Mancha, ¿quién se acuerda?- a una concentración tal de poder en la cúspide que ha liquidado la posibilidad de oír voces con sonido propio desde las periferias.

No parece que, con la nueva ejecutiva socialista y el cierre de la crisis interna, las cosas hayan cambiado en este partido respecto a la asimétrica relación entre centro y periferia. Cada vez que Rodríguez Zapatero quiere proyectar una imagen de fortaleza, convoca a los barones: toda la plana de esa pequeña nobleza estuvo presente en Vista Alegre, arropando a Simancas en su candidatura a la presidencia de Madrid; pero abrigando a la par al mismo Zapatero, que si hubiera subido al estrado con la única compañía de miembros de la Ejecutiva habría agudizado esa sensación como menesterosa que su equipo se complace en transmitir al público. Pero si allí están Rodríguez Ibarra, Bono, Chaves, Iglesias o Maragall, entonces es otra cosa; entonces sí hay allí gente de peso que de inmediato se presenta como garante de una España plural. No por casualidad, el discurso de la vertebración de España, al que tan adictos eran González y Guerra, ha devenido en un canto a su pluralidad.

Al PP, sin embargo, le importa sobre todo transmitir un mensaje de firmeza y de estabilidad. De hecho, esas dos palabras no se les caen de la boca a sus más destacados tenores. Y nada mejor que un sólido equipo ministerial, con capacidad de imponer disciplina a los eventualmente díscolos presidentes de comunidades autónomas, para interpretar a coro el himno a la unidad del partido y de España entera. En el PSOE, las múltiples voces de la periferia confluyen para sostener a un centro que no acaba de encontrar un papel propio; en el PP, la voz firme y poderosa del centro se impone, hasta ahora, de tal manera que nadie -excepto Ruiz-Gallardón, y aún- se atreve a entonar un solo por su cuenta y riesgo.

¿Puede un partido con personalidades políticas territoriales más fuertes, de más peso, que su aparato central, presentarse a unas elecciones generales? Hombre, por poder, quizá pueda; pero mejor sería equilibrar la balanza. En unas elecciones generales se trata del gobierno del Estado, y está claro que a ese gobierno no son candidatos los presidentes de las autonomías. Por eso, y por el ancestral temor a corrientes centrífugas y particularistas, bien está que en ocasiones solemnes el aparentemente frágil secretario general del PSOE aparezca arropado por los evidentemente musculosos barones territoriales. Pero, en unas elecciones generales, esa imagen tendrá que vérselas con la de un equipo ministerial que, en tiempos que amenazan tormenta, aspira a revalidar un mandato definido por, otra vez, la firmeza y la estabilidad. Mucho tendrán que cambiar su aire los socialistas hasta transmitir la sensación de que ahí, tan amables y sonrientes, tan educados y comprensivos, hay gentes que saben de verdad qué se traen entre manos cuando pregonan las excelencias de la España plural desde un escenario sostenido en las espaldas de presidentes de comunidades autónomas.

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