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Columna
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Frufrú

Así define Marine Le Pen, la hija del legionario, a la izquierda francesa: "la gauche friquée, empaillettée et froufroutante". No me digan que no es precioso. Tres adjetivos, tres, y cada cual más expresivo, que encierran en el fondo el mismo tipo de reproche que se le está haciendo a Maragall estos días. Al candidato del PSC se le acusa de pertenecer a la burguesía radical progre barcelonesa o bien a la gauche divine. Para ser de izquierda hay que ser proletario, y como esos no lo son no les voten. Hasta ahí llega el poder de los adjetivos, cuya eficacia, dirigida a los otros, se conforma con desenmascarar una impostura. Si pretendieran algo más, los proletarios se quedarían en casa sin ir a votar. Lo saben muy bien Marine Le Pen y otros legionarios, quienes a continuación no se lanzan a gritar que ellos sí son proletarios, sino que cambian hábilmente de tercio y, frente a los farsantes de la izquierda froufroutante, se presentan auténticos como una margarita de los prados, es decir, como legionarios. ¿Qué es lo que nos iguala a todos? La nación, señores. La vestal-legionario Le Pen no engaña a nadie y abraza a los Pierre Dupont elevándolos a su misma altura carente de frufrú. Para que la altura no sea ilusoria ladra además contra los inmigrantes, que están y han de estar abajo, mucho más abajo. Todo muy auténtico y sudoroso, algo que a las lentejuelas de la gauche caviar les está vedado.

Yo, sin embargo, echo de menos a la gauche divine. Añoro a esos burgueses que no sé si creían en lo que decían cuando hablaban del proletariado, si es que hablaban de éste, que me da que sólo lo hacían en caso de emergencia. Pero si se afiliaban a la izquierda, o pululaban entre sus bambalinas, era porque ésta, y sólo ésta les aportaba un terreno de juego que desbordaba sus simples intereses de clase. Hasta les permitía arriesgarlos. Gracias a ellos, la izquierda era algo más que un catecismo para resentidos o una oficina de colocación de burócratas. Ellos la convertían en el lugar de su libertad, de su juego y de su riesgo, y le contagiaban su ebullición y su toque heterodoxo.

¿Sólo frufrú? Tal vez, pero basta con ver lo adusta que se está poniendo la cosa para añorar el cancán. Además no es cierto que sólo fuera espuma, como lo muestran los efectos letales causados por su desaparición. La izquierda es triste, hélas!, y la derecha un abismo. Pues no nos engañemos, no ha habido, ni hay, ni habrá una droite divine.

Ahora dicen que la progresía se ha quedado trasnochada, y los que no gustan de trasnochar se han pasado a la derecha. ¿Siguen siendo igualmente divinos? Ni de lejos, porque, para empezar, los verdaderos divinos pienso que se quedaron en casa rechinando los dientes. Los otros se pasaron del mester de juglaría al mester de clerecía.

En realidad, hallaron su destino. No hay más que escucharlos o leerlos. Si al menos se hubieran convertido en Léon Bloy, pero tampoco, el leninismo de siempre con cambio de decálogo, o de catálogo, pues es bien sabido que el mercado hasta a las tablas de la ley les pone un chiringuito. Lo han convertido todo en una amenaza, o en un martillo pilón, y uno ya no sabe dónde refugiarse. La Constitución es una espada de Damocles, la libertad una máquina de construir cárceles, la militancia una caza de brujas. Lo decía Manu Montero en unas declaraciones cuya sinceridad es de agradecer: "Yo antes tendía a suponer que en realidad nosotros teníamos una ventaja, que podíamos ser mejores, pero desgraciadamente empiezo a descubrir que... pues a lo mejor no éramos mejores". Se refiere a la gauche, a la gauche tránsfuga, que se sigue declarando gauche y dando tanto placer a la derecha.

Para nuestro consuelo, nos queda el frufrú y nos queda Maragall, gane o pierda. Aunque sería estupendo que ganase. Porque la izquierda es también - quizá sobre todo, ahora que la lucha de clases está en horas bajas - un estado de ánimo, una forma de ir por el mundo. Y si gana las elecciones, Maragall debe constituir un gobierno de izquierdas. Ha de asumir ese riesgo, aunque su pacto con ERC pueda ser utilizado por la derecha para minar al PSOE. ¿Qué más pueden decir que no hayan dicho ya y qué ventajas pueden seguir extrayendo de un proceso de derechización galopante que empieza a resultar patético? Sólo Maragall puede centrar a la izquierda y ofrecer una alternativa que enderece de una vez el actual caos democrático. Sin miedo.

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