De vuelta
Hay regresos felices como éste de volver del otro mundo. A él me había remitido un periodista comentando la parola de cierto concejal de Mazarrón, el cual, en sesión del Concejo, había exigido explicaciones sobre ciertos infórmenes. Tuvo buena razón el cronista recriminando al edil. Pero no tuvo ningún motivo -yo lo siento así- para añadir al reproche idiomático esta glosa: "¡Si Lázaro Carreter levantara la cabeza!". Lo que estaba destinado a ser un simple epifonema (o sea, la exclamación que como remate suscita lo que se acaba de decir), lo convirtió el enterrador en un epicedio o réquiem benévolo. Una de dos, o está poco ducho en necrología filológica, cosa loable, o ignora, y esto es malo, qué significa levantar la cabeza. ¿Quizá padecer tortícolis? Pobre.
Por cierto, el infórmenes del concejal no es enteramente mazorral. Se trata de un disparate morfológico inspirado tal vez por los perjúmenes del cantar nicaragüense. Ese plural aparece por América Central en otras formaciones como chísmenes o el infórmenes del edil. El cual, ¿de dónde la sacó? ¿Aparece en algún habla española sureña? ¿Se la trajo de Nicaragua el munícipe? O, enardecido por la canción que difundió Carlos Mejía Godoy, ¿inventó los infórmenes a imagen y semejanza de los perjúmenes? Son cuestiones que interesaría conocer a mi sabio amigo Juan Antonio Frago, elucidador del misterioso vocablo en América, y también de suliveyan 'levantan'. Unos perjúmenes que suliveyan; esto se dice por Ultramar guiñando un ojo. Con los dos cerrados se municipaliza por Mazarrón infórmenes.
Todo esto y cosas más graves han sucedido durante mi ausencia, es decir, durante los meses en que he faltado aquí. Es el significado más frecuente de ese nombre, que el DRAE define como 'tiempo en que alguien está ausente'. Pero ocurre que desde los pasados años ochenta y, según parece, procedente del español de Ultramar, están surgiendo usos más bien raros de tal vocablo, pues se oye o se ve escrito cómo en tal o cual parte hay ausencia de escuelas u hospitales, que la regata resultó deslucida por la ausencia de viento, y cosas así. Un hispanohablante normal, nada presuntuoso, hablaría en España de falta de escuelas y hospitales, y de que los nautas se divirtieron poco porque la falta de viento los dejó de velas caídas. Y jamás se le ocurriría decir ausencia de fe (en inglés, sí: absence of faith), ni traduciría el título de una película de Paul Newman, estrenada hace unos veinte años, Absence of Malice, como se hizo al estrenarse en España, Ausencia de malicia, en vez de, como es de ley, Falta de malicia. Es cierto que el DRAE, desde 1950, da a ausencia, entre otras acepciones, la de "falta o privación de algo"; es acepción que requeriría mayores precisiones; tal como está, autoriza a decir, por ejemplo: "En ausencia de pan, buenas son tortas". "Estoy tiritando de ausencia de calor". A ese vocablo lo acompaña como falso compañero de viaje el inglés (o francés) absence, el cual está carcomiendo ausencia y metiéndole un significado propio. Así, se está colando el de 'no existente' donde sólo habitaba el de 'no presente'.
Varias necedades deslumbrantes han sucedido también. En general, son decisiones caprichosas de algún deslenguado que, a veces, se pegan en la lengua como sanguijuelas. Ahí tenemos, asomándose insolente a los medios, el adjetivo semafórico, para significar 'del o de los semáforos'. Por lo cual, desde hace unos veinte años, al principio poco y ahora ya remontando, se ha visto y oído que la tormenta causó una larga interrupción de la red semafórica, o que debe mejorarse el control semafórico de la ciudad. Según cabía suponer, no es invención hispana, sino francesa (sémaphorique). Y resulta muy apropiada para disculparse por llegar tarde: "Es que había un apagón semafórico descomunal". Y aquí paz y después gloria.
No han faltado, qué va, los atropellos que causa sacar un vocablo de su sitio natural, lo cual acontece por el cráneo diminuto de quienes conducen el idioma en dirección contraria. Unos pocos ejemplos bastarán por hoy. Un informador asiatiza su parla asegurando por radio sin morderse la lengua que "la comida asiática está haciendo fulgor en Madrid". Quizá se queda corto, porque el pato laqueado brilla tanto que ha convertido la ciudad en ascua, y suple a la luna un continuo sol naciente. Metidos en fulgores, un radiador de fútbol señaló a sus oyentes que el lateral izquierdo volvía al campo luciendo un vendaje en el muslo, es decir, como una Gran Cruz. Otro colega repasaba hace poco en crónica escrita los sonrojantes sucesos veraniegos de la Asamblea de Madrid diciendo que el conflicto "continuó más vivaz que nunca". Vivo le pareció poco para calificar aquel acontecimiento agónico. La acción de posar para ser retratado ha recibido el nombre de posada; se ha oído mucho en los interminables fastos áulicos de estos días, tan retratados; había que traducir el francés posage, y como verterlo intacto al español quedaba feo, a alguien se le ocurrió aquella feliz invención que derruye las ya macilentas posadas de antaño. Bien sabido es que abundantes famosos y famosas -lo son en virtud de falta de virtud y desazón de pelvis- citan a fotógrafos y cámaras para que los retraten escapándose de ellos. Y así, pudo admirarse días atrás a una no famosa por su cuna, sino por su cama -hermoso decir de Muñoz Seca-, saliendo de un local de sauna; al aparecer en televisión las imágenes del acontecimiento, el presentador aclaró que habían sido capturadas aquella misma tarde. Era acción más intrépida y policial que captadas. Uno de los entremetidos en lecho ajeno que abundan en esas tertulias, gordito y sonriente él, afirmó con fino mohín zalamero: "Es que a mí, la Pantoja me estuporiza". ¿Pretendía decir estupidiza?
Sin embargo, al volver, debo recordar el uso de nuestra lengua para una de las más fuertes provocaciones que ha padecido nunca el intelecto nacional; se trata de la explicación dada por nuestra ministra de Exteriores al auge de los atentados en Bagdad; dijo, según la prensa, que eran ni más ni menos, ni menos ni más, una "reacción al éxito" de la Conferencia de Donantes que casi a finales de octubre le sobrevino a Madrid. Así, pues, los guerrilleros iraquíes, muy enfadados por el "éxito" de doña Ana Palacio, al grito de 'Allahu Akbar' (Dios es grande), 'kalashnikov' en mano y mortero a mano, lanzaron pepinazos y ráfagas a los ocupantes como venganza. Esto sí que estuporiza. Señor, ¿hemos pecado tanto?
Fernando Lázaro Carreter es miembro de la Real Academia.
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