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Columna
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Yo quiero ser reina

Que esté, que esté, que esté, que esté yo... Por favor, por favor, por favor, por favor, que no me hayan olvidado... Eso es lo que se oye estos días en la ciudad, un zumbido como de insectos azules que sale de las librerías porque acaba de publicarse el nuevo Diccionario Espasa de Literatura Española y muchos escritores, sobre todo los más fatalistas, se acercan a los estantes y hojean, con manos de cien dedos y mirada de halcón, el libro enciclopédico de Jesús Bregante. A ver, a ver...; aquí está, por ejemplo, la i latina; veamos: Insúa, Iparaguirre, Iriarte, Iriarte y Cisneros, Iriarte y Oropesa... Al final, unos suspiran de alivio y a otros se les pone la cara de hielo: si no salgo, no existo.

Es sólo un ejemplo, pero la verdad es que en estos tiempos dominados por la imagen, la fama se ha convertido en lo contrario de la invisibilidad. La cosa es tan fuerte que vale hasta para después de muerto. Claro que sí. ¿O es que no se han fijado en que hay diferentes tipos de reputaciones hasta para cuando la gente se muere, la mueren o lo que sea? Hay muertísimos, muertos y muertitos. Ya verán: como las mezclas marean, vamos a seguir con el ejemplo de los escritores.

Hay escritores que tienen derecho a una foto en la portada de todos los periódicos y otros sólo en los periódicos donde escribían. Los hay que tienen un entierro de cuatro o cinco páginas, con fotos y artículos de opinión; que tienen derecho a telegrama del Rey, ministro junto a la tumba y muysentidospésames de unas cuantas personalidades; y, de ahí para abajo, los hay que sólo salen en una página, en media, en un cuarto y sin foto, en una columna y hasta en un breve.

Y ahí no acaba la cosa porque, más o menos destacados, todos esos autores salen en su propia sección, la de Cultura; pero hay otros casos en que se les manda a la sección de necrológicas, donde también pueden aparecer, según su valor en el mercado, con o sin foto; con o sin artículo de opinión; en la parte de arriba de los obituarios o en la de abajo, etcétera. Y, claro, los hay que ni salen, a no ser que la familia pague una esquela. Por cierto, que de los más conocidos, a unos les ponen sus editoriales esquelas grandes y a otros, pequeñas; a unos, dos y a otros, ninguna... Santo cielo, muchos deben morirse haciendo cuentas fúnebres, intentando calcular cuánto espacio les van a dedicar los periódicos al día siguiente. Hay que ver, sufriendo hasta el final.

Ahora que el Príncipe se va a casar, hay personas que también se hacen un poco famosas a costa del asunto. Personas y hasta ciudades enteras, por lo visto: Oviedo ha recibido con júbilo la decisión de don Felipe, oí que decían la otra tarde en la televisión. Madrid prepara con entusiasmo la boda en la catedral de la Almudena. Pero, sobre todo, la noticia le ha puesto el foco blanco encima a la gente que vivía, en un barrio de Madrid, cerca de la novia, esa chica del telediario que llevaba una reina escondida dentro.

"Yo soy el quiosquero que le vendía los periódicos a Letizia cada mañana", dice un hombre que muestra a la cámara tres tomos del coleccionable de EL PAÍS que están reservados para ella, como siempre, con su nombre escrito en un papel. "Yo soy el portero de su casa; cada mañana, muy temprano, me sonreía al salir del garaje". "Yo soy una de sus compañeras de la facultad". "Yo soy el que la fichó para Canal Plus". "Yo soy el que se la quitó a Canal Plus". "Yo soy su profesora; le puse un sobresaliente". "Yo la atendí mil veces en mi tienda de ultramarinos". "Yo soy la vecina de abajo; en los últimos tiempos la oía caminar más deprisa que de costumbre".

Allá donde haya un micrófono, habrá alguien con ganas de que le pregunten. ¿O es al revés? Escúchenme, tengo algo que decir: yo soy amigo suyo desde la infancia, yo le vendí la ropa que lleva, yo fui su maquilladora, yo fui su confidente y conozco sus gustos, yo sé de buena tinta que la novela en la que su ex marido contaba su divorcio ha sido retirada de las librerías.

Y Madrid se va a transformar para el acontecimiento. Madrid, a principios del verano, será la capital de las monarquías del mundo. Madrid, tan visible, tan televisado, tan lleno de reyes y príncipes como un cuento de Hans Christian Andersen. Los más republicanos, que se saquen un billete a Noruega, o algo. ¿Qué llevará puesto? ¿Quién le coserá el traje? ¿Dónde van a vivir? ¿En qué sitio de Madrid? Mamá, yo también quiero ser reina.

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