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Columna
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Richardson e Inglada

Fue, ciertamente, una de las fiestas más emocionantes imaginables, y tal vez aún más íntima y eufórica debido a las atenciones del desorbitado chubasco que cayó sobre la ciudad. Málaga bajo una manta de agua, Málaga empapada hasta los huesos, quién lo diría, y eso el día, tan largamente esperado, de la vuelta a casa del genio andaluz, español, francés y universal que fue Pablo Ruiz Picasso. Genio... y amante del sol. Me comentó un taxista que la lluvia no quería perder tan magno evento. Le habría gustado a Picasso el piropo.

Nunca se produjo abrazo tan entrañable entre lo español y lo francés como el registrado el 27 de octubre de 2003 en la ciudad natal del pintor. Yo recordaba, al presenciarlo, la mala prensa que recibía el país vecino, día tras día, machaconamente, en ciertos medios allá por 1978. Desde entonces, con la entrada en Europa, las actitudes han cambiado de manera espectacular. Se me ocurre pensar que Picasso es el máximo símbolo de la reconciliación hispanofrancesa, con el museo en Barcelona, las excelentes obras suyas en el Thyssen y en el Reina Sofía (además del Guernica) y, ahora, con este milagro que ha sido posible en Málaga.

Entre la muchedumbre que se apretujaba en la recepción del Palacio de la Aduana había, además de las numerosas personas que han hecho posible el MPM con su dedicación, su inteligencia y su hombría de bien -la familia Picasso, Carmen Giménez, Carmen Calvo, los Temboury y tantos más-, había, digo, tres biógrafos de Picasso, dos internacionalmente conocidos y otro todavía no, aunque no por ello menos meritorio: el inglés John Richardson, el francés Pierre Daix (cuya obra lamento no haber leído) y el español Rafael Inglada.

Richardson, que muy pronto cumplirá los ochenta años, tuvo una estrecha amistad con Picasso a lo largo de una década. Nos contaba que, de Málaga, el pintor decía recordar sobre todo su cielo azulísimo, sus playas y los ojos oscuros de sus mujeres. El primer tomo (1881-1906) del ingente proyecto picassiano de Richardson se publicó en Londres en 1991 y supuso un hito en la historia del género biográfico, no sólo por la profundidad de la investigación llevada a cabo (con la colaboración de la historiadora de arte Marilyn McCully), sino por su innovador formato, con fotografías y reproducciones en casi cada una de sus 500 páginas de texto. El segundo volumen (1907-1917) vio la luz en 1996. Ambos han sido traducidos al español (Alianza). El tercero y el cuarto se están elaborando todavía.

Entretanto, Rafael Inglada (Málaga, 1963), que no pudo beneficiarse de las confidencias de Picasso, está llevando a cabo, metódicamente, la investigación más minuciosa de todas sobre los primeros veinte años del artista, Picasso antes del azul (1881-1901), que, como la obra de Richardson, tendrá cuatro partes. Las dos primeras han sido ya publicadas por el Ayuntamiento malagueño: Documentos familiares inéditos e Infancia en Málaga (1881-1891). Les seguirán La Coruña (1891-1895) y Barcelona y el primer viaje a París (1895-1901).

Cualquier nueva información sobre un genio se agradece. Esperemos que ambos biógrafos sepan resistir hasta el final.

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