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Artistas y artesanos

El mundo editorial sufre cíclicamente momentos de pánico y de euforia muy similares en su irracionalidad a los que experimenta la Bolsa. ¿Qué tiene de malo que en la pasada Feria del Libro de Francfort la atención general se centrase en los 34 kilos de las memorias de Mohamed Alí? Ni las grandes novelas desde un punto de vista literario suelen generar grandes ventas, ni la Feria del Libro es un acontecimiento cultural destinado a rendir homenaje a la creación literaria. ¿Se imagina alguien a Proust, a Joyce, a Kafka -no ahora, sino en su época-, convertidos en estrellas de la feria? Porque si Proust alcanzó cierta popularidad al final de su vida, Joyce nunca fue popular más que entre un grupo de amigos, y Kafka, ni siquiera eso. Su rentabilidad se produce a largo plazo y, frecuentemente, de forma escasamente relacionada con su obra. Marcel Proust, por ejemplo, podría acabar dando nombre a una marca de perfume y Kafka no le iría mal a una disco. También los modistos, a fin de cuentas, organizan sus desfiles a partir del cuerpo de una modelo y de unos conjuntos que nadie va a llevar por la calle pero que sirven para llamar la atención sobre sus diseños. De lo que se trata es no de subastar a la modelo que avanza por la pasarela, sino de vender esos diseños.

Otra cosa es que, debido a la coyuntura económica, desciendan globalmente las cifras de venta, o que exista una tendencia a disminuir los hábitos de la lectura debido a que la gente dedica a otras tareas su tiempo de ocio. De hecho, incluso en áreas comerciales antes destinadas a la venta de libros, el espacio dedicado a los productos audiovisuales no cesa de crecer a costa del dedicado a la letra impresa. Eso terminaría por convertir al librero tradicional, apegado exclusivamente a los libros, en una especie de anticuario. No obstante, el libro aún tiene cuerda para rato en la medida en que quien lee de forma habitual difícilmente dejará de hacerlo, fascinado, pongamos por caso, por la programación televisiva. El problema reside más bien en ganar nuevos lectores.

Similar problema de renovación se percibe de un modo general en lo que se refiere a la creación literaria; de eso ya he hablado en otras ocasiones. Se trata de un hecho que no afecta a la fórmula best seller, perpetuable como cualquier otro producto de consumo sin mayor problema, como bien lo demuestra el éxito clamoroso de Harry Potter. No: la falta de renovación afecta a la creación literaria propiamente dicha, algo que en circunstancias como la de la Feria de Francfort no deja de echarse de menos por más que el negocio esté en otra parte. Y, sin embargo, son precisamente las necesidades del mercado, unidas, sobre todo, a los cambios en los hábitos de la sociedad, lo que hace cada vez más difícil la aparición de nuevos escritores. ¿Por qué ha de proponerse escribir una novela alguien que apenas las ha leído? Son cada vez más los novelistas que, al ser entrevistados, hablan no tanto de sus referentes literarios cuanto de los cinematográficos, algo que dista mucho de ser normal, por más que así se perciba. Hay que tener en cuenta, por otra parte, que si bien un género literario no se agota como se agota un filón, la expresión verbal tal vez no sea la más adecuada en el futuro para referirse a una realidad cotidiana tan mediatizada por las diversas pantallas que dan paso a la realidad virtual: una realidad en la que cada vez se halla más inmerso ese lector en potencia que es el ciudadano medio.

Nada de todo eso es obstáculo para que, frecuentemente, el artista -el escritor, el pintor, el músico- sea hoy más apreciado que nunca. Su figura, su mero nombre. El Año Gaudí o el Año Dalí son un magnífico ejemplo de tal fenómeno. Y Shakespeare puede ser un inmejorable pretexto para que actores y cantantes salgan desnudos a escena, logrando de paso que el público vuelva a interesarse por el teatro y por la ópera. A partir de ahí, una foto con ocho mil culos en pompa se convierte en un gran cuadro que a la vez tiene algo de gran concierto. Pero en ocasiones como la Feria del libro de Francfort lo que se echa en falta son figuras no del pasado, sino, en lo posible, del futuro, caras nuevas que den expresión física a la máxima calidad literaria. Y eso es lo que empieza a escasear. Por mucho que de lo que se trate sea de vender libros, ni Coelho ni Harry Potter (¿cómo se llama su autora?) son suficientes.

Hará unos cincuenta años, una conjunción de factores -fundamentalmente, un cambio en los hábitos sociales y las necesidades del mercado- propiciaron la desaparición de los artesanos, hoy apreciados en el recuerdo como oro en paño. Similares factores propician ahora la imperceptible desaparición del artista sin que ello impida que el aprecio a su figura se vea incluso incrementado, ni que, pese a su ausencia, todo siga funcionando sin el menor problema.

Luis Goytisolo es escritor.

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