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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Los imprevistos del azar

Pablo Corbalán en el prólogo a Memorial de Hierbas, finalista del Premio Novelas y Cuentos 1972, confesaba: "Desgraciadamente, no sé quién es Luis Mateo Díez" y se alegraba de poder entrar en el limbo de la buena escritura sin nada de información previa, para llegar, eso sí, a aventurar -hace treinta años- que "se trata de un escritor verdadero, de un creador literario y de un profundo observador de la vida, de sus luces y de sus sombras". Hojea el lector -treinta años después- aquel librito y visita en uno de los relatos a doña Saturnina, y cree que en esta vieja viajera acaso halla ecos de esta doña Dega, esa vieja enamorada de la vida, apasionadamente generosa, entregada en su discreta bondad, escéptica un tanto, eso sí, en materia de amor, o de amores, pues casó tres veces, de forma desigual, y de las tres se quedó viuda, aunque le sobreviviera aquel niño expósito de su lejana infancia, que bien pudiera haber sido su verdadero amor, aunque ella tal vez no estuviese muy convencida.

EL ECO DE LAS BODAS

Luis Mateo Díez

Alfaguara. Madrid, 2003

194 páginas. 17,50 euros

Doña Dega es La viuda feliz, la mejor de las tres novelas cortas, con las que Luis Mateo Díez, con una insólita utilización y frecuentación del género -ese quedarse a medias, entre el relato, ese estallido y ese acierto al primer disparo, y la novela, que ya exige otro esfuerzo y que se valora por acumulación-, nos obsequia en su último libro, que no es un echarse a dormir la siesta del carnero, tras culminar, en entregas anteriores, esa inmensa trilogía, El reino de Celama, una obra hecha con los cimientos de los de perdurar en la literatura española contemporánea. El eco de las bodas reúne tres novelas cortas, dos de ellas con una cierta ligereza y un humor socarrón -muy de Luis Mateo Díez, de algunas novelas y relatos anteriores, que ahí andan en el desván de la memoria-, y la última, una conmovedora historia de amor y de bondad humana (papel éste de envolver con lo que no es muy frecuente despachar el género narrativo, dicho sea de paso), que es, sin más, una pequeña y gran obra maestra, una pieza sencilla, que parece estar escrita sin esfuerzo, con las palabras justas, aunque para llegar a esa joyita hayan tenido que pasar treinta años, los que lleva Luis Mateo Díez publicando y ya conocemos mejor que -entonces- Corbalán al autor; pero envidiamos sanamente su capacidad de adivinación -Pablo Corbalán, oscurecido en el injusto olvido, ha sido uno de los más grandes críticos literarios de los últimos cuarenta años, y el más generoso sin duda-, el de poder encontrar en él al "profundo observador de la vida, de sus luces y de sus sombras".

En El eco de las bodas Luis Mateo Díez está ya cómodamente instalado en su propio espacio, en ese mapa contorneado que es Celama, el territorio mítico y simbólico del que surgieron esas maravillosas ruinas de su trilogía, la de las vidas de las gentes del Páramo, pero son también sus confines, al otro lado del río, donde podrían asentarse esos pueblos y ciudades, de nombres insólitos y sonoros como una topografía leonesa y real no anegada por las aguas del pantano del señor ingeniero Benet, y donde transcurren muchas de esas otras vidas, un tanto provinciales, donde ha situado sus relatos y novelas.

Vidas como estas que apa-

recen en las tres historias, excelentes las tres -inolvidable la última-, donde se cruzan el azar y los imprevistos de la vida, vidas paralelas (no de semidioses sino de vulgares mortales) donde echan un pulso el azar y el amor, uno y otro con sus imprevistos y sus molestias. Hay mucha mirada socarrona, una cierta tolerancia y una discreta exaltación de los beneficios de la rutina. Hay también en estas tres novelas cortas -sobre todo en las dos primeras- mucha seguridad en uno mismo como para levantar con su lapicero la piedra donde acecha el alacrán del costumbrismo, para no desconfiar del terreno que se pisa, de lo que, hasta ahora, ha demostrado -su solidez narrativa-, y presentar a veces a sus personajes con esa aparente ligereza y conseguir que resulten los diálogos y expresiones que vienen del más rancio costumbrismo excelentes piezas literarias. Y es que, en definitiva, en estas novelas cortas utiliza el humor como calibre de pistola de bolso de señorita de provincias para acertar males mayores y establecer, al final, burla burlando, una cierta teoría sobre la intervención del azar en el amor y para reivindicar, además, algo tan inasible como la bondad humana.

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