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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Que la vida iba en serio

Josep María Pou es uno de esos actores que desprenden un aura a su alrededor y cuya presencia basta para llenar un escenario. Pero no se trata sólo de la magia del volumen. El espléndido actor tiene también una de esas miradas de reconcentrado desconcierto que el espectador atribuye desde lejos a los primeros planos de los grandes actores cinematográficos. Aquí pone todo su arte al servicio de una historia amarga, donde David Hare, autor contemporáneo británico casi desconocido en España, indaga en las múltiples implicaciones entre situación política y vida personal, una especie de reflexión donde se funde lo que la vida hace con nosotros y lo que nosotros hacemos con ella. Todo al hilo de una conmovedora historia que discurre entre una noche y el amanecer, para hablar de la imposibilidad de una relación conflictiva entre dos amantes.

Celobert

De David Hare. Versión de Joan Sellent. Intérpretes, Josep María Pou, Roser Camí, David Janer. Iluminación, Julià Colomer. Vestuario, María Araujo. Escenografía, Quim Roy. Caracterización, Toni Santos. Dirección, Ferran Madico. Producción del Teatro Romea de Barcelona. Teatro Rialto. Valencia.

Se trata de un conflicto trágico servido bajo el celofán de la comedia de alto estilo. Tom Sergeant (Pou) es un empresario próspero y maduro que sufre una depresión a raíz de la muerte de su esposa y busca refugio, consuelo o acaso un nuevo entendimiento con su antigua amante, mucho más joven que él, Kyra Hollis (en un buen trabajo de Roser Camí), para poner de relieve que, aun queriéndose como pocos, su convivencia resulta imposible porque su entendimiento de lo que sucede en el mundo es totalmente opuesto. El protagonista no podrá entender que su antigua amante haya renunciado a una vida sin estrecheces a cambio de dedicar su vida y su energía, también su amor acaso, a colaborar en una escuela enclavada en un gueto de desfavorecidos. La sombra terrible del periodo thatcheriano planea sobre toda la obra.

Todo este tejido, donde lo político es el entorno preciso de lo personal está muy bien servido por la versión de Sellent y por una escenografía de Quim Roy que sugiere un cierto entorno claustrofóbico en lugar de mostrarlo abiertamente, y donde Ferran Madico recurre a la exactitud del tempo para manejar un material noble pero difícil de montar en todos sus matices. El resultado es algo más de un par de horas de buen teatro, en un montaje que, dada la importancia de David Hare, bien podría haber sido arropado por otras actividades paralelas, como se hizo en Barcelona.

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