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COPAS Y BASTOS
Columna
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Paseo profético

Alejandro Jodorowsky promociona su libro El tesoro de la sombra (editorial Siruela) por la radio. Tiene un palique prodigioso, que te hipnotiza con psicomágicos y balsámicos aforismos. Habla de su devoción por el Tarot, y de cómo le resulta más útil para entender el presente que para prever el futuro. Envidio su capacidad para interpretar el mundo usando leyendas, zapatos o cualquier otra cosa. Es la segunda vez en pocas horas que alguien me sorprende con su habilidad para hallar en su entorno respuestas a preguntas profundas. La víspera, leyendo al escritor brasileño Rubem Fonseca, me tropecé con el cuento Copromancia. Narra la historia de un hombre que lee en sus propios excrementos las incidencias fatídicas de su porvenir. Fonseca es un autor que sus admiradores descubrimos gracias a la editorial Bruguera cuando, en 1980 y en traducción de Basilio Losada, nos permitió disfrutar de un espléndido libro titulado El cobrador. Animado por la ficticia realidad de Jodorowsky y la realísima ficción de Fonseca, decido que a la mañana siguiente saldré a la calle en busca de lenguajes proféticos.

Barcelona no es la ciudad más apropiada para sistematizar profecías: funciona por impulsos y plagas. Hay obras por todas partes, coches en doble fila que la grúa municipal no se lleva y, en las esquinas, sufridos coreógrafos de la carga y descarga. Pese al desorden, el alcalde Clos amenaza con una conferencia, el dia 28, en el auditorio del Institut d'Educació Contínua, de la Universidad Pompeu Fabra, titulada Barcelona, capital de Catalunya: ambició i futur compartits. Se ruega confirmar asistencia, dice la invitación que me han enviado. También he recibido otras, igualmente adivinatorias. Ejemplos: el miércoles se celebrará un debate titulado Contra la mort de l'esperit en el edificio de La Pedrera, y el Instituto de Cultura anuncia para dentro de unos días la proyección de Mecagum Déu, vídeos familiars sobre el nacionalisme. Puede que la ciudad esté actuando como el personaje de Fonseca: deduciendo el futuro a través de la textura de sus heces e intentando contrarrestar su lado oscuro. Que el espíritu aún no esté muerto, que el nacionalismo inspire vídeos familiares y que exista un instituto de educación continua me reconforta, ya que a mi alrededor abunda la mala educación discontinua. La prueba: un coche se salta un semáforo en rojo, casi me mata y el conductor todavía tiene el morro de llamarme hijo de puta. Siento deseos de asesinarle, pero me acuerdo de Jodorowsky. Funciona: como si de un mantra se tratase, recupero la paz y me alejo levitando.

El paseo prosigue. Pienso en acercarme a la librería Abacus para ver como Víctor Amela presenta el libro Niños y adolescentes difíciles, pero no recuerdo si el acto era hoy o mañana. Profetizo que será un éxito, porque Amela es capaz de hacer que cualquier libro parezca interesante y, además, es admirador de Jodorowsky. De hecho, es admirador de casi todo: por eso son tan gratificantes sus intervenciones en radio (La Ventana), prensa (La Vanguardia) y televisión (BTV). Pero tengo una duda: ¿por qué nunca escriben sobre niños y adolescentes fáciles? Yo lo fui, y echo de menos haber sido objeto de estudio. Veo cómo caen las horas y cómo el paisaje se ensombrece. Y cómo, pese a todo, la ciudad sigue siendo un festival estético increíblemente estimulante. Con excepciones. En la esquina de paseo de Gràcia y la calle de Mallorca, la joyería Suárez inaugura cuartel general. Hay un cañón de luz que enfoca el edificio y coches de lujo aparcados en doble fila, un desfile que, contemplado desde lejos, despierta más antipatía que envidia. Predomina el besuqueo artificial, el apretón de manos inmobiliario y una tensión mandibular propia de quien está muy pendiente de las cámaras. Veo caras conocidas, más irreales que nunca, e incluso detecto, infiltrado en medio de un pelotón de candidatos a la fama fácil, a un híbrido de rata, capullo y babosa humana. Me sorprende que no acudan vagabundos de toda la ciudad a lanzarles huevos podridos. Esa será, intuyo, una constante de nuestro futuro: coches aparcados en doble fila, una impunidad circulatoria proporcional al precio del vehículo y luz artificial para exagerar el lujo y disimular así la amenaza de la miseria. Más tarde, las cosas se complican. A medida que avanza la noche, las faldas de las chicas se van acortando y, contrariamente a lo que sería normal, son cada vez más jóvenes (y yo más viejo). A medida que avanza la noche, ya no distingo qué diferencia hay entre coctelerías. O sí: en una te dan cacahuetes, en otra quicos, en otra almendras, siempre demasiado salados, supongo que para aumentar la sed. Una sed que, a tenor de lo visto durante este paseo, sigue siendo una de las características de una ciudad que, de madrugada, encuentra un admirable equilibro entre lo espiritual, lo espiritista y lo espirituoso.

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