_
_
_
_
DISCURSO DEL PRESIDENTE A LOS MANDOS DE LAS FUERZAS ARMADAS

"La eficacia de este combate lleva a acciones anticipatorias"

El presidente Aznar justifica los ataques preventivos contra "un terrorismo bajo formas de destrucción masiva"

Hace escasas semanas dirigí unas palabras a los embajadores españoles reunidos en Madrid, donde estaban citados para unas jornadas de trabajo. Al concluir mi intervención ante ellos pensé inmediatamente que el siguiente auditorio elegido para hablar de nuestra dimensión exterior iba a ser alguna de las convocatorias de jefes militares previstas en la agenda del Ministerio de Defensa. Las misiones internacionales de España son, sin más preámbulos, el asunto que motiva mi presencia ante ustedes, con quienes me reúno a las once horas del 20 de octubre gustosamente y muy dispuesto, tanto a no hacerles perder el tiempo de este curso, como a no perder el mío.

Señores: el Gobierno español está persuadido de que estamos atravesando una de esas fases en las que se produce un cambio sustancial en el mundo, y ante el cual la peor respuesta sería la de reaccionar tardíamente, manteniendo rutinas y retrasando el tomar decisiones.

Un terrorismo con armas no convencionales exige un cambio de actitud si se quiere ser eficaz
Los presupuestos para la defensa deben crecer paulatina pero continuadamente
La relación de Europa con EE UU no está en su mejor momento, pero no es el caso de España
La contención diplomática del poder de nuestro socio va contra el sentido de la historia
Más información
La oposición en bloque rechaza la doctrina del ataque "anticipatorio" expuesta por Aznar

Nuestro momento viene marcado esencialmente por dos factores: la posición dominante -o hegemónica, si se prefiere- que le ha deparado a Estados Unidos la nueva situación, y la aparición de la amenaza del terrorismo internacional. Como bien saben, el orden estratégico se vino abajo en 1989; la caída del muro berlinés abrió las puertas a una reorganización del sistema mundial, que los ataques a las dos principales ciudades norteamericanas no hicieron otra cosa sino acelerar, y proporcionar una mayor complejidad al cambio mundial en curso.

Siempre es difícil de trazar el curso de la historia cuando uno la está viviendo, y aún más en momentos de profundos cambios como éste. Pero es una enorme ventaja vivir de cerca esos cambios, porque, sin esa experiencia directa, las probabilidades de acertar en favor del país se reducen sensiblemente.

Es cierto que todo gran cambio genera unas incertidumbres, titubeos y temores, porque unos aspiran a ganar y otros creen perder la situación adquirida anterior. Por lo que a la parte española se refiere, les adelanto que yo no creo que haya motivos para instalarse en la preocupación.

Por primera vez en largos años -hay quienes dicen que en muchas décadas-, a España el rumbo de los acontecimientos no le pilla con el pie cambiado. Por vez primera en mucho tiempo, los cambios del entorno internacional suceden a la par que mejoran los datos reales de nuestro país. Es decir, estas mutaciones internacionales encuentran un país acostumbrado ya a cambiar por sí mismo, un país dispuesto a escuchar propuestas para acertar con el sentido del cambio.

La cuestión es, pues, si podemos influir en esas transformaciones globales, beneficiando directamente a la nación por un lado y, por otro, reduciendo los efectos negativos que pueden traer esos cambios.

Esta sala conoce mucho mejor que yo que la seguridad y la defensa están inmersas en esta gran transformación. Permítanme compartir con ustedes mi visión de lo que está naciendo, y la orientación estratégica que deben marcarse las Fuerzas Armadas, para este medio internacional emergente.

Aquella sentencia atribuida a Napoleón -aunque fuera del Mariscal Turenne- de que "Dios está siempre del lado de los batallones más grandes", ha sido verdad durante siglos pero está dejando de ser exacta. Los tomos de Historia militar, muchos de los cuales han salido de esta misma casa, lo atestiguaban.

Pero no va a ser siempre así en adelante:

Los expertos nos señalan que hoy no podemos conformarnos ya con medir cuántos carros de combate, bombarderos, misiles o buques tienen quienes nos pueden hacer daño, como durante décadas se hizo para valorar la capacidad de la Alianza Atlántica frente al Pacto de Varsovia. Hoy, las amenazas pueden adoptar otras formas, materializándose en forma distinta a la de las unidades tradicionales, y sus pautas de combate puede que no pasen necesariamente por el enfrentamiento abierto y directo, reglado y limitado. El terrorismo ejercido contra Nueva York y Washington lo escenificó ante el estupor del mundo entero.

En segundo lugar, las expectativas de que los conflictos armados obedecieran en el futuro a los parámetros de la racionalidad y el cálculo político propio de los Estados, empezaron a ser desmentidas precisamente en la Europa balcánica.

Son esas "nuevas guerras" que las Naciones Unidas, la Unión Europea, la OTAN, la comunidad internacional en definitiva, han conocido como casos de venganzas y odios fanatizados, donde la distinción entre combatientes y civiles quedaba casi borrada por el dominio de los grupos armados, auténticos señores de la guerra, que incluso relevaban a los ejércitos regulares y a los Estados constituidos.

El tercer aspecto es el impacto de la revolución tecnológica en los asuntos militares. Ustedes son profesionales, más dispuestos quizá que otros grupos sociales, a prestar suma importancia a los desarrollos tecnológicos en su sector. Los nuevos sistemas sensores que permiten saber más del territorio donde se va actuar; la precisión y autonomía de las armas, la logística, los transportes... son innovaciones que la televisión mostraba ya durante la primera guerra del Golfo. Por poner un solo ejemplo más reciente: en la intervención en Afganistán no se ha reparado lo suficiente en que las operaciones militares se condujeron directamente desde el Cuartel General en Florida, a miles de kilómetros del teatro de operaciones.

Por último, nuestras naciones viven definitivamente en un estado que podríamos llamar de opinión pública de urgencia. Es el efecto de la preponderancia informativa adquirida por los medios audiovisuales sobre los escritos. Por tanto, sería ilusorio no prever que la defensa se ve también predeterminada, tanto en su justificación última como en su desarrollo práctico, por una opinión pública más informada, y conectada casi permanentemente a cuanto acontece, muy especialmente influida por las televisiones de alcance global.

En particular, a nadie se le oculta que la instantaneidad y la emotividad de las imágenes ofrecidas a la sociedad civil suponen hoy una característica -más acusada que nunca- de toda acción militar que autoricen los Gobiernos democráticos.

En definitiva, podemos concluir que la década de los 90 vivió confiada en que se había llegado a una situación internacional de equilibrio, garantizada por una sola potencia, donde la violencia sólo tenía lugar en zonas relativamente alejadas, zonas periféricas. Esa burbuja de paz se rompe por los secuaces del tristemente famoso Bin Laden.

El terrorismo puede llegar a disponer de medios sofisticados en sus finanzas, en sus comunicaciones, en su estructuración interna, pero hasta el 11 de septiembre no habíamos previsto cómo un pequeño grupo, ridículamente armado, puede causar un nivel de destrucción intolerable. Es más, el fanatismo de los terroristas también hizo ver que el único límite a sus objetivos sería la parvedad de sus medios técnicos, pero no ningún freno político o moral ante lo que juzgan pueblos o grupos de naturaleza moralmente diabólica e inferior.

Los españoles somos de los pocos pueblos, quizá, que no nos sorprenderíamos al saber que este terrorismo no va a desaparecer fácil ni rápidamente. Al contrario, está muy bien preparado para resistir. De ahí que la lucha antiterrorista será un imperativo y una constante de las políticas de los Estados libres y de la agenda internacional.

El desafío del terrorismo global es que requiere una respuesta global. Y el problema de un terrorismo con armas no convencionales, bacteriológicas o de otro tipo, pero de efectos catastróficos, es que exige un cambio de actitud si se quiere ser eficaz. Creo que será fácil aceptar que ningún responsable político sensato puede quedarse satisfecho, esperando pasivamente a librarse de atentados espantosos, fiándolo a alguna variable afortunada. Después de lo ocurrido a otros países, el sentido de la anticipación en la acción es una parte más del sentido de la responsabilidad que le incumbe a un gobernante.

Esto que digo puede sonar a una nueva doctrina de seguridad, pero no lo es. Simplemente, hay que asumir la opción de que, para bien o para mal, el terrorismo se ha erigido en poderoso factor de inseguridad al comenzar el nuevo siglo. Desdeñarlo, despreciarlo, conspira contra el sentido común.

Quienes veníamos sufriendo el terrorismo en nuestro suelo y en nuestra carne por más de 25 años, estábamos, quizá, más preparados que otros países de potencia superior a la nuestra para evitar la tentación del quietismo y la dilación. El Gobierno comprendió también rápidamente que el país que el 11 de septiembre encajaba el mayor y más brutal atentado de la historia tiene derecho a la comprensión y la solidaridad activa de sus aliados.

Cierto es que una consecuencia de fechas tan significativas como las dos citadas -septiembre de 2001 y noviembre de 1989-, es que Estados Unidos ha pasado a ostentar una "visibilidad" que parecía olvidada desde las lejanas crisis de la pasada Guerra Fría.

Ahora, en la presente crisis iraquí, algunos países han recurrido diplomáticamente al consabido equilibrio de poder, para definir su respuesta. Pero es un principio no válido entre aliados. Es un principio en absoluto operativo y que mina el requisito de la confianza en el seno de la Alianza. Hoy por hoy no hay alternativa práctica y realista a la garantía y seguridad que representa Estados Unidos.

El espíritu de confrontación, que puede satisfacer el orgullo de algunos, y puede llegar a la contención diplomática del poder de nuestro socio al otro lado del Atlántico, me parece un contrasentido histórico. Va contra el sentido de la historia. Al menos contra el sentido de una historia de regiones cada vez más interdependientes, en un mundo más abierto y global.

A este respecto, el voto unánime sobre Irak del Consejo de Seguridad responde a este convencimiento creciente de que un desorden duradero en ese país, significaría un temible factor perturbador de toda la situación mundial.

La Resolución 1511 del pasado jueves en Naciones Unidas, así como la próxima Conferencia de Donantes en Madrid una semana después, son pasos en esta nueva vía que responden a la preocupación por recuperar el consenso internacional.

Pero la seguridad común europea lleva esperando demasiado tiempo a que nuestro continente tome más en serio su defensa. No les descubro nada nuevo al ratificar que pueden contarme entre los europeos partidarios sin reservas de aumentar -ya- las capacidades defensivas de nuestros países, uno a uno, y de la Unión Europea en su conjunto.

Nuevas amenazas de índole desconocida y una nueva configuración del poder mundial: éste es el marco y la coyuntura estratégica donde España tiene que moverse. En ninguno de ambos casos pienso que estemos mal situados.

Les hago un breve paréntesis:

Cuando se formó el Gobierno de 1996, el momento no era bueno, sinceramente. Arrastrábamos años negativos económicamente y problemas de credibilidad interna.

Siete años más tarde, un país exportador neto de capitales y con importantes inversiones en regiones del mundo; que ha sabido llegar a ser una de las economías más abiertas, y destina grandes recursos a la modernización de sus infraestructuras porque su crecimiento es sostenido, y está por encima de la media de sus vecinos, aportan con todo ello la base material indispensable para ser valorado como nación seria, creíble y responsable por sus socios y aliados.

Y una nación que despliega estos nuevos valores, tiene que ser consciente de que hay nuevas responsabilidades que asumir. Es un nuevo espíritu de iniciativa que puede sufrir temporalmente algún resquemor, hasta que se consoliden como nueva pauta de la acción exterior española.

Con la excepción quizá de la tensión política del nacionalismo radical, no hay nada de entidad suficiente que lastre los proyectos de una España democrática asentada, que cumple los 25 años de su Constitución. Además de la creciente presencia de españoles en instancias multinacionales, esto se refleja en un neto cambio de actitud en los foros en los que participamos.

Y en buena medida -y quiero reconocerlo explícitamente hoy aquí- se debe a la notable labor que también han sabido desarrollar los hombres y mujeres que pertenecen a las Fuerzas Armadas.

Hoy, España, además de la simpatía habitual y solidaridad por nuestra democracia, concita un respeto y atención a sus propuestas a los que quizá todavía no nos hemos acostumbrado.

No puedo negar que encima de mi mesa se han ido acumulando, a un ritmo que nadie podía sospechar hace unos pocos años, asuntos que afectaban a la seguridad internacional y a la defensa. Tal vez sea ése uno de los rasgos de los tiempos modernos. Pero también quiero decirles que, por convicción personal, siempre he creído y confiado en las Fuerzas Armadas como una institución privilegiada para sostener la acción exterior de la nación. Precisamente por eso he defendido y sostenido la participación de tropas españolas en diversas operaciones. No voy a cansarles con un relatorio desde la Operación Alba en el 96 hasta Irak en este año. Baste con decir que las tropas españolas hoy desempeñan su misión desde Bosnia al Índico pasando por Afganistán.

No ha sido fácil ni ha estado exento de riesgos y pérdida de vidas. Particularmente este año con la trágica desaparición de 62 de sus compañeros muertos en el accidente del avión en Turquía el 26 de mayo. O más recientemente con el asesinato en Bagdad de José Antonio Bernal. Pero no creo equivocarme si digo que esos sacrificios no sólo no han sido en vano sino que han sabido encajarse con la conciencia de estar haciendo lo correcto. Es más, esto ha sido así no sólo y ejemplarmente en las Fuerzas Armadas, sino también en la sociedad.

De hecho, la valoración positiva que los españoles tienen de sus Fuerzas Armadas es, en la actualidad, singularmente alta. Quisiera destacar tres elementos que dan razón de esa valoración: por un lado, el haber abandonado el servicio militar obligatorio, una auténtica distorsión en sus últimos años para las relaciones cívico-militares, dando paso a unas Fuerzas Armadas totalmente voluntarias; por otro, la constatación de que nuestros soldados realizan una labor positiva en sus fines y acertada en sus medios, en las misiones exteriores. Finalmente, el clima de opinión pública, propiciado por el avance internacional de España en los últimos años.

Por injusta que fuera, la impresión de unas fuerzas arcaicas y obsoletas ha ido cediendo paso a una imagen de unos ejércitos profesionales y modernos. Suele decirse que los mandos militares siempre piden más dinero y es perfectamente comprensible el por qué. Las Fuerzas Armadas no son una institución barata en términos absolutos, aunque sí lo sean en función del papel que desempeñan: la salvaguarda de nuestra sociedad y medio de vida. Y es bastante probable que muchos de los aquí presentes sientan decididamente que el Presupuesto debería dedicar más recursos a la defensa.

Efectivamente, yo creo que hay que gastar un poco más. Pero no quiero infundirles una impresión errónea. Desde que soy presidente del Gobierno se ha intentado mejorar la "capacidad de compra" de los ejércitos, si se me permite la expresión. Y, aunque es cierto que el crecimiento del PIB ha sido superior al de los presupuestos de defensa, no es menos cierto que éstos han experimentado una subida que, complementada con las aportaciones de otros Ministerios, han permitido profesionalizar la tropa y marinería, acometer una mejora salarial indispensable, y dar paso a una extensa modernización del material.

Partíamos de años de recortes a medio ejercicio presupuestario -algo, no ya olvidado, sino impensable en la actualidad-, y de una crónica descapitalización. Tan sólo un país que progresa y refuerza su base económica está en condiciones crecientes de hacer un sitio al interés por la defensa.

A pesar de las insuficiencias, entre ellas la falta de recursos humanos, no creo equivocarme al decirles que, las Fuerzas Armadas españolas de 2003 cuentan con más y mejores capacidades ahora que hace seis años. Es más, esas capacidades mejorarán dentro de otros seis años, y más allá: cuando los programas recientemente aprobados empiecen a dar sus frutos, aún serán mejores.

Así y todo, no quiero rehuir mi compromiso, que estoy convencido que será el del siguiente Gobierno, de que los presupuestos para la defensa deben crecer paulatina pero continuadamente. Es imaginable hacer un poco más con el mismo dinero, pero no es lógico esperar mucho más si la actividad no va acompañada de mayores dotaciones. Sería una irresponsabilidad grave pedir más dando menos.

Pero gastar más lleva aparejado que se gaste mejor. El secretario general de la OTAN no deja de repetírselo a quien quiera escucharle. Y gastar mejor implica muchas cosas, algunas de ellas muy innovadoras. Para empezar, significa gestionar mejor, pero no sólo. Significa también saber racionalizar los esfuerzos colectivos para lograr una mayor eficacia de lo invertido.

Pero gastar más también implica otro reto más complicado. Supone gastar en aquello que va a permitir el desarrollo de nuevas capacidades, en adquirir los sistemas más operativos para el futuro y no los del pasado. Pasa, ante todo, por entender las adquisiciones más que como una mera mejora y actualización, como una auténtica pieza de transformación.

Es cierto que la palabra "transformación" se ha convertido en un concepto de moda en otras capitales, y a otras escalas más ambiciosas. Pero hasta donde yo veo, se trata de una moda conveniente, oportuna y aplicable a España.

Me gustaría detenerme unos minutos en este punto.

¿Qué es lo que se plantea en torno a la transformación, o a la revolución de los asuntos militares? Pues, sumariamente, es ese fenómeno general de cambio, que se apoya en innovaciones técnicas pero que afecta a muchos más campos: desde la gestión de los recursos y del personal, hasta las doctrinas de empleo de la fuerza, como también la estructura orgánica de los ejércitos. Se trata de un cambio profundo y extenso que no deja nada sin tocar. Por ejemplo, cada vez se habla más de "mandos unificados" y "fuerzas conjuntas de intervención" con total normalidad.

Yo, lo que más quisiera destacar en esta mañana ante todos ustedes es la necesidad de estar abiertos, y saber aprovecharlo en favor de los superiores intereses de la nación. Imagino que muchos de ustedes pensarán en su fuero interno que las Fuerzas Armadas ya han experimentado demasiados cambios, que han vivido en los últimos dos decenios en un cambio permanente.

Estoy en gran parte de acuerdo.

De verse aislados, a formar parte con todas las de la ley en organizaciones de defensa colectiva, como la OTAN, donde participamos plenamente en sus estructuras tras el amplio acuerdo parlamentario de 1998. De basarse en la recluta universal obligatoria, a depender de su poder de atracción para que los jóvenes ingresen de forma totalmente voluntaria. De ser una fuerza voluminosa a configurarse con un nivel de fuerzas más ajustado; de contar con una estructura geográfica a una funcional. De estar esencialmente volcadas a la defensa del territorio, a desempeñar misiones de apoyo amplio a la paz, o en la lucha antiterrorista internacional.

¿No son suficientes cambios?. Me temo, sinceramente, que no. Se han puesto las bases de una imprescindible modernización, pero ahora nos encontramos ante la necesidad de encarar otro salto cualitativo.

¿Cómo debemos encarar este cambio cualitativo, y con qué alcance y ambición? Primero, con un cambio de mentalidad o -si se prefiere llamarlo así-, con la asunción de una nueva doctrina de seguridad.

Las misiones de paz han sido la columna vertebral durante los años 90 y, posiblemente, seguirán teniendo un lugar central en el futuro. Pero ya sabemos que no estamos libres ni de las viejas amenazas ni de las amenazas nuevas. En julio del año pasado nos despertamos súbitamente con la Isla de Perejil ocupada. Y, por primera vez en muchos años, nuestros soldados se vieron forzados a actuar para retomar ese peñón, devolviéndolo a la situación anterior. Hay, o puede haber ocasiones, en que la mera disuasión de existir unas Fuerzas Armadas evaluadas como superiores, no sea suficiente, y entonces deban emplearse en misiones definitivas para la defensa o la seguridad.

La lucha contra un terrorismo bajo formas de destrucción masiva exige una nueva forma de entender la seguridad. Diferenciando menos lo interior y lo exterior, sin límites geográficos definidos, y, como ya señalé anteriormente, la eficacia de este combate lleva al supuesto de emprender acciones de carácter anticipatorio, aunque estén restringidas a casos determinados.

Hay una gran literatura, en parte debida a nuestros clásicos, y que ustedes deben conocer muy bien, donde se detallan con acierto cuáles deben ser las consideraciones esenciales para este tipo de acciones: justicia de sus objetivos, proporcionalidad en los medios y respeto a los no combatientes, simplificando en extremo estos requisitos.

Nuestra transformación tiene que permitir nuevas capacidades para esas misiones de diversa naturaleza, y en escenarios asequibles a pesar de la distancia o la geografía. Hay que hacer realidad esa posibilidad de proyección estratégica, hay que contar con los sistemas adecuados de mando, inteligencia y control, hay que dotarse de los medios suficientes de autoprotección y supervivencia para su actuación sobre el terreno.

Y estas tecnologías tienen que ser incorporadas en nuevas formas orgánicas. Ya es inevitable referirse a "lo conjunto" cuando uno habla de operaciones militares. Hay que seguir profundizando en el concepto no sólo en el mando a nivel de JEMAD, sino en la concepción y el entrenamiento, muy particularmente esto último, de las unidades que van a ser desplegadas en esas futuras misiones.

Es más, me atrevería a decir que la transformación, en ese sentido, es una derivada importante de la educación y preparación profesional del militar de hoy. Requiere tecnologías y sistemas, pero depende de la determinación y voluntad de las personas al servicio de la defensa. De ahí que un nuevo planteamiento de la enseñanza militar sea una cuestión a no olvidar ni descuidar. Tan importante como dar con un perfil claro de carrera militar, para mandos y soldados y marineros.

Es esencial, pues, que entendamos esta profunda adaptación, esta transformación como un reto que excede con mucho la reforma de los mandos y cuarteles generales o las adquisiciones. Por muy importante que esto sea.

Es natural la resistencia al cambio y puede debatirse el alcance de este planteamiento. Pero es un camino que España tiene que tomar, porque no puede quedar retrasada respecto a sus principales socios y aliados. Ustedes saben que muchas de las propuestas de la Alianza Atlántica en la reunión de Praga del año pasado van en esta dirección. Y la Política de Seguridad y Defensa de la Unión Europea apunta en la misma dirección, aunque en menor medida por su condición todavía embrionaria.

Porque, no nos consolemos vanamente ni nos equivoquemos. Hagan lo que hagan las organizaciones multinacionales, los retos del futuro deben ser afrontados en primer lugar por los españoles y sus gobernantes. España, por el mero hecho de ser lo que somos: una democracia consolidada en el sur de Europa y estar donde estamos, tiene unas necesidades defensivas perentorias, que no pueden esperar. Además, España ha sabido hacerse ese hueco en el escenario internacional, y lógicamente tiene nuevos intereses y más personas que salvaguardar en diversos puntos del globo.

Sería impensable y ridículo pretender el retorno a una especie de autarquía defensiva. Ni siquiera Norteamérica se lo podría permitir ya. Pero, de ahí a esperar ingenuamente que las alianzas vayan a servirnos como garantía última de nuestra seguridad, hay un trecho demasiado amplio como para no rayar en la más ingenua de las irresponsabilidades. Después de lo vivido en los últimos tiempos, sería además una irresponsabilidad culposa.

Las condiciones de seguridad para nuestro país han coincidido con una profunda crisis de los organismos de defensa colectiva, en los que hemos confiado tranquilamente en los últimos años. No cuenten conmigo entre los que se felicitarían de un futuro europeo sin que existiera la OTAN, además no creo que eso vaya a suceder en un futuro previsible. Pero tampoco puede ignorarse que no atraviesa un buen momento. Como no está en su mejor momento la relación de Europa con Estados Unidos, aunque la relación atlántica de algunos europeos no pueda ser mejor, como es el caso de España.

Éste es el verdadero contexto estratégico, el mundo alterado e inédito en el que nos está tocando vivir, y desde el que partí a la hora de mejorar y transformar nuestra propia defensa.

El reto actual es tanto consolidar esa posición como prepararse para actuar como la nación seria, dinámica, responsable y creíble que hemos llegado a ser, y cuya capacidad de acción estamos empeñados en acrecentar. En los últimos años se ha ahondado enormemente en la comprensión social del papel y la relevancia de las Fuerzas Armadas.

Yo creo y sigo creyendo que la decisión de estar por el cumplimiento de las resoluciones de las Naciones Unidas y, en su defecto, por el cambio forzoso del peligroso régimen anterior en Irak, no sólo fue una decisión correcta sino justa y necesaria. Era la hora de nuestra responsabilidad y ante ella hemos cumplido.

Ahora bien, no podría concluir sin una referencia a la débil conciencia nacional de la defensa. En parte se puede explicar a causa de la prolongada retirada de nuestra nación de los asuntos internacionales y a la consiguiente conciencia pacifista. Pero sólo en parte. Tampoco es desdeñable un difuso sentimiento antiamericano que arranca de hace más de cien años. Si España debe asumir mayores y más complejas responsabilidades en su acción exterior, éste es un terreno que no se puede abandonar. Bien al contrario. Pienso que las fuerzas políticas deberíamos ser las primeras en cubrir la distancia que todavía hay entre la situación objetiva de nuestro país y la conciencia subjetiva de sus riesgos y oportunidades.

Para terminar, es innegable que vivimos tiempos de un cambio profundo. Y yo, sinceramente, creo que el trabajo de saneamiento, normalización y modernización, acometido por la sociedad española en su conjunto en los últimos años nos permite el optimismo sobre nuestro futuro estratégico.

Un futuro que nunca está dado de antemano y mucho menos regalado sin apenas coste alguno. Insisto en mi visión de un futuro pleno de posibilidades, riesgos y oportunidades, que nos deparará no pocas sorpresas. La misión de la defensa es estar preparada para evitar las más desagradables. No es fácil cuando tenemos en cuenta el acelerado ritmo de la historia contemporánea. Pero ése es el gran reto del que debemos salir airosos, por un estricto sentido de la responsabilidad hacia la nación.

Muchas gracias a todos y a la atención que estoy seguro habrán puesto a mis palabras.

Aznar, entre el ministro de Defensa y el jefe del Estado Mayor de Defensa en la Escuela Superior de las Fuerzas Armadas.
Aznar, entre el ministro de Defensa y el jefe del Estado Mayor de Defensa en la Escuela Superior de las Fuerzas Armadas.EFE

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_