El cardenal
Sorprende que nadie parezca sorprendido. Cuando ya la diócesis de Sevilla había abandonado toda esperanza, recuperar la púrpura cardenalicia con este arzobispo, de pronto monseñor Amigo es elevado a la excelsa condición. ¿Qué ha podido ocurrir? Veamos, repasemos.
Por ser, dicen, "el último taranconiano", fray Carlos no ha estado nunca en la cuerda que ahora hay que estar, dentro de la Conferencia Episcopal española, marcadamente reaccionaria. Allí fue siempre gallo esbelto, pero ajeno. Sus opiniones a lo divino se mantienen en estricto respeto a la doctrina oficial. Si algún pensamiento propio le asiste sobre los conflictos más agudos (divorcio, homosexualidad, celibato, condón, parejas de hecho...) bien que se lo guarda. Él no es un Setién, un Rouco, un Braulio Rodríguez, famosos por sus arriesgadas posiciones sobre esto o aquello, terrorismo, pena de muerte, beatificación de Isabel la Católica... Ni siquiera se ha alineado con algún que otro obispo andaluz en criticar la presencia militar en las procesiones. En doctrina, pues, es un teólogo opaco, por no decir insípido. Y en humanas materias, navega. Acoge en su templo a los desheredados más diversos, como se enfrenta al poder de las cofradías sevillanas por el control de sus dineros (inútilmente, por cierto); apoya a los sindicatos en la huelga general y hace méritos, aunque no sabemos cuáles, para ser Hijo Predilecto de Andalucía. (¿Será por haber privado a los sevillanos del libre goce del Patio de los Naranjos, además de la catedral y la Giralda?) Pero a continuación respalda sin recato al cura Castillejo y sus millones, dejando con las vergüenzas al aire a su colega de Córdoba, a un par de canónigos suyos despistados y a las comunidades cristianas de base, subrayando con esplendor y bodas de oro pantagruélicas la severa derrota que el presidente de Cajasur ha infligido al buque insignia de Chaves. Y en Sevilla. Más: en junio del 98, en visita de los obispos del Sur al Papa, recibió de éste una cariñosa amonestación por los excesos de la religiosidad popular en Andalucía, sin duda a instancias de los pastores norteños, que siempre han visto con sorna la tolerancia que aquí se tiene para con esa mezcla abominable de fiesta, neopaganismo y cristianismo. (Recuerden la guasa aquella del "polvo del camino" que le hicieron decir al polaco cuando visitó el Rocío).
¿A qué se deberá entonces este brusco cambio de opinión en la curia romana? (Demos por sentado que Woytila poco pinta ya en esto, como en nada, convertido en pobre fetiche de espectáculos rentables). Es difícil no relacionarlo con el asunto Castillejo. Es imposible no recordar los rápidos movimientos de este cura "de talento" (palabras del nuevo cardenal), en los días más críticos del conflicto Cajasur: visita al nuncio del Vaticano un 12 de diciembre de 2002, puenteando a la Conferencia Episcopal; viaje relámpago previsto ese mismo día a Roma, del que nada se supo; visita al gabinete de Javier Arenas seis fechas después. Y cese del obispo de Córdoba, enemigo frontal, por patada hacia arriba, a la sede granadina, evacuada providencialmente por traslado de su anterior inquilino, el integrista Cañizares, seriamente implicado en la manipulación de una herencia destinada a los pobres. Magistral carambola. Chapeau, cardenal.
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