Espectáculo
Como la mentira ha convertido a la sociedad en espectáculo y como el mayor espectáculo de la sociedad es la mentira, la pretensión de verdad resulta muy aburrida. Escucho las declaraciones lluviosas de Rajoy, tristes como una tarde de otoño inevitable, y me cuesta trabajo entender que sea el elegido, el candidato. Sus palabras tienen la lentitud y el humo de una locomotora cansada de existir, una existencia metálica que cruza los paisajes burocráticos de España, muy lejos de las vías y las urgencias de la alta velocidad. Pero a su voz no le hacen falta los adornos del carisma, las simpatías del seductor, los golpes de efecto. No hay mayor espectáculo que la seguridad en lo que uno dice cuando se está defendiendo la blancura de la negritud. Sin pestañear, el ministro explicó un día ante los españoles que la tragedia del chapapote fue una bendición de Dios, que la gestión de la catástrofe rozó el azul celeste de las perfecciones marinas, y se convirtió así en el personaje indicado para suceder a Aznar. Este candidato vive al margen de la pasión o del abatimiento, del frío o del calor, parece el dueño del grado cero de un termómetro que no aspira a cuantificar los accidentes de la realidad, sino a desplegar palabra a palabra las consignas electorales de su partido. Sus argumentos son un ronroneo sin alteraciones, una contundencia sin fisuras capaz de asumir que el sol ilumina las noches y que la luna sólo brota en los cielos del lunes por la mañana. La mentira acaba resultando convincente en una sociedad espectacular, y la ciudadanía se entretiene, porque hay que ser muy artista para que funcionen el ratoneo político y el birlibirloque. El PP ha conseguido que parezca inexcusable la operación de echar leña a los fuegos que se quieren apagar.
El problema es que esta inclinación social a las mentiras hace inviable, por aburrida y poco creíble, la propensión a la verdad. Los científicos y los profesores lo tienen duro. Cada vez resulta más difícil dar clase sin caer en la miserable sensación de que se está aburriendo a un público que necesita entretenimiento. Las universidades deberán convertirse en parques temáticos, igual que las democracias. Si los presupuestos del Departamento me lo permiten, voy a intentar una experiencia renovadora. Para que los alumnos entiendan el significado espiritual de Federico García Lorca, los disfrazaré de personajes lorquianos. Las chicas vestirán como Mariana Pineda, Bernarda Alba, Yerma o Doña Rosita, y los chicos podrán elegir entre los atuendos del gitano andaluz, el negro neoyorquino o el jinete que no llegará a Córdoba. Yo me disfrazaré de luna que baja a la fragua con su polisón de nardos. La atmósfera se completará con el lamento de una guitarra, el aroma a jazmín nocturno y una grabación de fuentes, disparos perdidos y cascos de caballos. García Lorca se hará realidad, y así, todos disfrazados, no sólo nos divertiremos mucho, sino que tendremos la sensación de que estamos viviendo una experiencia verdadera. El éxito está asegurado, igual que el éxito de los mentirosos que se disfrazan de políticos responsables para convencernos de que en invierno hace calor y de que en verano suele nevar sobre las costas de España.
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