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Reportaje:

Memoria submarina

El doctor Joaquín Portela, de 81 años, recoge en un libro sus aventuras como buzo

Ánforas enterradas, arrecifes coralinos, peces atigrados, islas exóticas... Todo ello pervive en la retina del doctor Joaquín Portela, un otorrino gaditano de 81 años que hizo del submarinismo una pasión. Sus peripecias bajo el mar han quedado registradas en el lujoso volumen Un salto a la aventura. Maravillas y peligros de los mares de coral, editado por la Diputación de Cádiz y Mundo Vela. El libro, prologado por el comandante Jacques-Yves Costeau, recoge las experiencias del doctor Portela y su grupo Ánfora, que desde los primeros años ochenta realizaron numerosas inmersiones en costas gaditanas y cinco grandes expediciones.

"De joven me atrajo más la navegación, pero he buceado siempre", recuerda Portela. "Mis compañeros

[el empresario Carlos Calvo, el constructor Manuel Muiño y el visitador médico Francisco Martín Beardo], eran aficionados a la pesca submarina, hasta que cambiaron el fusil por la cámara fotográfica. Nos reunimos en el gimnasio de Carlos, fundamos Ánfora y preparamos el primer viaje a las Seychelles". Joaquín Portela contaba entonces sesenta años.

Como buen buzo, Portela no ha sido ajeno a los tiburones. Dos formidables dentaduras colgadas en las paredes de su casa le recuerdan cierto encuentro desagradable en las mencionadas islas: "De repente, Carlos me señaló que tenía delante un tiburón. Aquello me deshizo, porque no estaba acostumbrado a ver ejemplares como aquel. No sé cómo me las arreglé para encaramarme a toda prisa a una piedra de granito, muy resbaladiza, sobre la que oscilaban unas palmeras. Me indicaron que el peligro había pasado, pero yo ya no me atrevía bajar. 'Que venga el barco a por mí', les dije. Con el tiempo he entendido que el tiburón se acerca a lo que él cree que es interesante, no con el ánimo de matar a nadie".

Las anécdotas se amontonan en su memoria: "Yo usaba entonces gafas de corrección. Les quitaba las patillas y las deslizaba dentro de las gafas de buceo. Pero cuando éstas se llenaban de agua, las separé y las lentes se escurrieron. Tuve que pedir socorro, porque ya no veía nada", recuerda.

La siguiente excursión, a las Maldivas, también le deparó algún sobresalto. "En España, las botellas de aire comprimido llevaban una anilla a la derecha por si necesitabas reserva, pero allí no", explica Portela. A 30 metros de profundidad, quise echar mano de ella y no la encontraba. Por suerte, un amigo vino a asistirme y me indicó el borlón del pecho que reemplazaba a la anilla".

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Sucedieron dos excursiones más, al Caribe cubano y al Mar Rojo, y una última a Mozambique y Madagascar, donde sentaron un precedente para programas como Supervivientes. "Los programadores nos llevaron a una isla desierta, donde nos mataron de hambre durante dos o tres días. Allí no había ni cocos para comer, sólo enormes ratas almizcleras, de modo que protestamos y obligamos al piloto a regresar", cuenta Portela.

Toda esta experiencia acumulada consta en los archivos audiovisuales del grupo Ánfora, que fueron exhibidos en el Festival de Cinema Científic de Barcelona.

Jubilado ya, Joaquín Portela extraña el medio submarino: "Antes, acostumbrado al deporte, me atrevía con todo. Ahora me resisto a realizar inmersiones, no por el esfuerzo, sino por el peligro que podría suponer", aclara mientras exhibe la foto dedicada de Costeau. "Nos dijeron que era más fácil ponerse en contacto con el Presidente de la República Francesa que con él. Pero le mandé el libro a París cuando el pobrecito aún estaba vivo, se lo llevó a la Polinesia y me lo devolvió con sus correcciones", apostilla.

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