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Columna
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Luces y apagones

Qué lejos está la pintora Mari Puri Herrero (Bilbao, 1942) de haber convertido en fruto presente lo que tanto prometió en sus primeros comienzos. La muestra de sus últimas obras presentada en la nueva galería Colón XVI de Bilbao (Henao, 10) es decepcionante. Abunda en las formas indefinidas y las reviste de sugerencias. Mas son sugerencias que no nos dicen nada, en especial porque proceden de un astucioso abuso por dejar los cuadros medio acabados. En otros momentos ese inacabamiento toma la función de boceto. Pero en este caso se convierte en un recurso ventajista, puesto que todo boceto no es sino el chispazo de una idea que precisa concretarse; a veces (las menos) consigue convertirse en plena luz y otras (las más) ese chispazo termina por transformarse en puro apagón. Hay demasiados apagones visibles en esa exposición.

Quiero insistir en lo de dejar los cuadros medio acabados y/o en forma de bocetos. Para esquematizar hay que saber mucho sobre un cuadro. Dicho de otro modo: se puede dejar por terminado un cuadro cuando se ha dicho todo sobre él. Si se quiere alcanzar la esencialidad de una obra, no pueden encontrarse elementos que sean ajenos a ese espíritu. Pues bien, por un lado, se perciben demasiados elementos ajenos en cada cuadro lejos de los logros esenciales; por otro lado, no se ha dicho todo sobre los cuadros, justamente por el abuso de dejarlos medio acabados o al modo de bocetos.

Sólo una de las obras se salva de la decepción. Se trata del óleo titulado Sueño. Ha fabricado en él la artista una ensoñación atrayente y, sobre todo, un misterio impostado a través la masa espinosa central (cuya grafía recuerda a la de Balerdi). No obstante, hay zonas en ese cuadro donde las pinceladas que reflejan el inacabamiento son demasiado banales e imprecisas. En cuanto a la factura de las pinceladas, se diría que están preñadas de rutinario aburrimiento. Da la impresión de que se aburre pintando. No se sabe si para suplir tal aburrimiento ha optado por presentar en sus cuadros el rostro cómodamente amable de la pintura comercial.

Ya que he mencionado a Balerdi, habrá que decir que a Mari Puri Herrero le falta la pasión y el gusto por pintar que poseía el artista donostiarra. La limpieza en el trazo que atesoraba Balerdi está ausente en la mayoría de los cuadros de la pintora bilbaína. Es más, cuando podía insertar en tal o cual pasaje de un cuadro una esplendente sinfonía de verdes, por falta de matices deviene ese pasaje en algo apelmazado, e incluso lo pervierte hasta convertir lo verde en sinónimo de lo sucio. No está bien matar la pequeña libertad de los colores.

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