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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Más verbo que carne

Una especie de santuario en ruinas, con obreros que arreglan y arrojan cascotes de cuando en cuando (son blandos y rebotan demasiado); una creación del gótico burlón que sabe hacer muy bien Paco Nieva; una monja insigne, que es Doña Inés de Ulloa, con su cruz de Calatrava, y su dueña, Doña Brígida, que aquí se llama Doña Celeste, por Celestina, claro. Son Concha Velasco y Nati Mistral. Dos actrices muy admiradas por mí.

Esperaba uno de esos duelos que a veces suceden en el teatro, pero quizá por necesidades de producción el papel de Nati Mistral está muy reducido y el de Concha Velasco exaltado, con monólogos. No para: palabras, palabras, palabras. Hay una ficción: que es sólo teatro, que es una representación que de cuando en cuando guiña el ojo al público: para hacerse simpática. Y quizás para justificar la supervivencia en nuestros tiempos de estos personajes.

Y otros: Hortensio es el jardinero, como su propio nombre indica; ese tipo tan importante en todas las ficciones vagamente eróticas el del jardinero del convento, que es un Valladares afligido por una joroba y un andar torcido, a pesar de lo cual se ve su apostura. Y es que es un trasunto de Don Juan: al final de todo -que llega pronto, no hay que preocuparse- cuando Don Juan se revela y se ofrece a Doña Inés, es ésta la que le rechaza. ¡La mujer moderna! Allá le deja y se va.

Comedia inútil

Hay otra pareja, no estrictamente necesaria -en realidad, la obra no es necesaria-, la de una monja llamada Cleofé (interpretada por Luz Nicolás) y una especie de emigrado europeo (Dritan Biba): se lían, el chico embaraza a la monja y se largan. Esta paradoja de que Inés deje a Don Juan, ese sexo libre en el convento deshecho, es lo que ofrece Antonio Gala en una comedia inútil, quizá distraída, en la que el público ríe mucho cuando las monjas dicen algún taco.

No hay demasiados, tampoco: los justos para épater le bourgeois, que ya viene cargado de ellos de las dos o tres obras deslenguadas y pornográficas con que ha empezado la temporada en Madrid. No serán, quizá, los mismos espectadores: pero tampoco son aquellos que se hubieran levantado airados de sus butacas de hace unos lustros. Demasiado poco para ser audaz. El verbalismo de la obra no llega a mucho, y la carne no existe más que en esas salaces alusiones.

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