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MI AVENTURA | EL VIAJERO HABITUAL
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El eco de un fado en el Alentejo

DECIR AMÁLIA es decir Portugal. Y el apellido casi nunca es necesario, pues todos evocamos de inmediato a la extraordinaria cantante de fados como Quando os outros te batem beijo-te eu o Triste sina. Es verdad que su vida (ahora recordada en un musical de gran éxito en Lisboa) estuvo ligada a la dictadura de Oliveira Salazar; pero si el gran antifascista Zeca Afonso aplaudió a quien consideraba la más grande artista portuguesa, nosotros no debemos sino escuchar su voz y apreciar el talento indiscutido de una mujer excepcional.

En la costa alentejana hay un lugar unido a su memoria. Se trata de una playa bautizada popularmente Praia Amália (si tiene o tuvo otro nombre, nadie supo decirnos), donde la cantante poseía una casa junto al acantilado. La casa es discretísima, apenas visible desde la distancia y sabiamente retranqueada de la línea de costa. El acceso tanto a la quinta como a la playa es público y sobradamente conocido por las gentes del lugar, si bien no resulta sencillo para el forastero.

En mitad de la carretera, entre Brejâo y Azenha do Mar, aparece un camino de tierra con una extraña señal: una margarita metálica. La flor servía para avisar de la llegada de doña Amália: nadie osaba molestar su descanso. El camino se detiene ante la verja y tapia, bajísimas, de la quinta (ojo: hay perros), donde los vecinos de los pueblos próximos prendían ramilletes de flores con los que agasajaban diariamente a su huésped. A la izquierda del murete encontraremos un sendero que lleva a la playa.

Ahora debemos ser cautos, andar despacio, recrearnos en el paseo. Escuchar el canto de los pájaros, oler -huele maravillosamente bien- el aire impregnado de dulzones perfumes de arbustos y flores, beber agua de la fuente que se abre paso entre un bosquecillo de bambú, buscar el curso de agua que hiende la tierra para aparecer al fin precipitándose en una cascada, tras servir a un molino (hoy arruinado).

La playa, como casi todas las de la región, es como una dentellada arrancada a un muro. Escarpada, pedregosa, a veces con arena, a veces no, violentada por el viento del Atlántico, salpicada por las animadas olas que dejan su espuma como adorno. Es fácil imaginar a Amália Rodrigues mirando el horizonte. Quien desee llegar hasta aquí, por favor, que lo haga con la mayor delicadeza posible, que no olvide que cuando en los pueblos cercanos se casa una pareja, acude a Praia Amália a fotografiarse, pues si toda la costa alentejana es de una belleza cegadora, este lugar está habitado por la leyenda.

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