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VUELTA 2003 | Roberto Heras, cuarto español que se impone en dos ocasiones

Una fuerza de la naturaleza

Quienes le conocen auguran una rápida recuperación moral a Isidro Nozal tras la decepción vivida

Carlos Arribas

Isidro Nozal, por lo menos, tiene sentido del humor y sabe lucirlo a tiempo, cuando la situación y el ambiente que le rodea más le debería empujar en teoría hacia las lágrimas o la autocompasión. Cuentan que llegó tan hundido moralmente a la meta de Abantos después de perder la Vuelta en 11 kilómetros de mortal cronoescalada que se derrumbó sobre un asiento del autobús y dijo: "No valgo para esto. Dejo el ciclismo". No era la primera vez que amenazaba con lo mismo. En el pasado Tour, en el que no estuvo a la altura que esperaba, ya lo había dicho un par de veces. Evidentemente, no se ganó lo que buscaba, las palmadas de ánimo o el "pobre chico, cómo has sufrido", sino un "déjate de bobadas, sal ahora mismo a felicitar a Heras y muéstrate sereno en la derrota", por parte de uno de los directores del ONCE-Eroski.

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Un poco más lejos, Manuel Azcona, quien le había dirigido desde aficionado y actúa ahora de representante, cogía el camino de regreso a Pamplona con las manos vacías: había bajado a Madrid para negociar un nuevo contrato con Manolo Saiz, un aumento sustancioso de los 45.000 euros anuales que ahora percibe, pero el director cántabro, en pleno proceso de recuperación del ataque de nervios contra una moto y su motorista y un cámara que acabó en injurias y blasfemias -hasta la Conferencia Episcopal ha enviado una queja al ONCE por lo que Saiz, exasperado, dijo de la Virgen-, no tuvo tiempo de recibirlo. A su alrededor, entre la prensa, entre la gente de otros equipos, la etiqueta que le debería colgar a Nozal el resto de su carrera ciclista poco a poco terminaba de rotularse. Decía: "Julián Gorospe, cosecha 83".

Fue hace 20 años cuando Hinault fundió a Gorospe, la gran promesa del ciclismo español, en una etapa de la Vuelta. El vizcaíno perdió el maillot amarillo y lo perdió todo. Nunca llegó a ser el gran ciclista que prometía ser. "Y a Nozal le pasará lo mismo", decían los agoreros. "Pero... no. Nozal no es así", responden los que saben, los que conocen al Guri, los que le admiran y quieren. Y también los rivales. "Nozal, dentro de muy poco, se dará cuenta de que sólo tiene 25 años y de que ha estado a punto de ganar una Vuelta, no de que la ha perdido", dice Roberto Heras, el hombre que le derrotó; "aprenderá de mi ejemplo y del ejemplo de todos los que hemos perdido algo y hemos remontado. Y, sobre todo, saldrá de esta Vuelta con el convencimiento de que puede volver para ganarla".

Cuentan sus amigos de grupetto, del autobús de rodadores que se forma en las etapas de montaña de las grandes vueltas, que un día del Tour de hace dos años, un Tour en el que el cántabro rodó fabuloso, recaló entre ellos Nozal. Y les decía, para su espanto: "Qué mal debo de estar para tener que ir con vosotros. No valgo para ciclista". Los veteranos, a su alrededor, se reían. "De qué planeta habrá salido este chaval", se preguntaban. De Cantabria. Del campo. De un camión. De un hacha y unos pinos. De la naturaleza. Una fuerza. "Mira", le dijo un día durante una etapa del Circuito Montañés a un compañero del pelotón mientras atravesaban una zona en la que se adivinaba que había habido un bosque, pero de la que sólo quedaban unos tristes tocones; "todo ese destrozo lo hemos hecho mi padre y yo solos, con el hacha".

Cuando se entrena por territorios desconocidos y tiene sed, no pregunta a sus compañeros de grupetta dónde hay un bar para parar a echar una Coca-Cola, sino que, con su vozarrón que tan bien cuadra con sus rizos rebeldes, pregunta: "Oye, Txente

[porque a veces va a entrenarse por Navarra con su amigo Txente García Acosta], ¿dónde hay un regato por aquí?, que estoy seco". Y hasta que no da con un arroyo y se lanza a beber no para.

Nozal salió de un equipo juvenil cántabro y recaló en un conjunto amateur navarro, el ACR, al que llegó pesando más de 80 kilos. Fue una tarea de pulido la emprendida por Pedro Modrego en el coloso cántabro, que perdió 10 kilos en dos años, pero no un ápice de la fuerza proverbial que poco después le permitió exhibirse, a lo bruto, en la subida al Golobar, en la Vuelta a Palencia, ganar la etapa y enamorar a Saiz.

Con el director cántabro, que tanto le quiere, continuó su proceso de aprendizaje, su mejora técnica, su adelgazamiento -pesa 66 kilos, ya es un corredor espigado-, se ha hecho un gran corredor. Pero hay una cosa que nunca le podrá enseñar Saiz, quizá porque sea su propia asignatura pendiente: la ironía, una fuerza más que le ayudará a superar el bache.

Ayer, en la última etapa, fue Nozal y se escapó. Rápidamente, cogió unos segundos de ventaja. Súbitamente, todos se pusieron tensos. Los us postal de Heras subieron a la cabeza del pelotón. El bejarano rápidamente bajó al coche de Marino Lejarreta, que dirige el ONCE en ausencia de Saiz, a preguntarle qué pasaba. Pocos kilómetros después, Nozal frenó junto a la cuneta. El pelotón le cazó y Nozal, cuando vio a Heras, no pudo por menos que decirle: "Tranquilo, hombre, que era una broma".

SCIAMMARELLA

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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