Plastilina
Aquí se ha privatizado todo menos RTVE porque cuanto más libre es la economía, más controlada tiene que estar la información. La electricidad, el gas, las carreteras, la sanidad, la educación, y hasta la justicia y el oxígeno, son susceptibles de ser privatizados a condición de que las noticias continúen secuestradas por el Gobierno de turno. Esa filosofía intervencionista cuesta un ojo de la cara, pero cuando la cara es del contribuyente basta regular su dieta informativa para que no dé cuenta de que le estamos vaciando minuciosamente las cuencas. Si controlas las grandes factorías de noticias, la realidad deviene en un trozo de plastilina a la que puedes dar la forma que más te convenga en cada instante.
Estos temperamentos liberales, que predican que hay que dejarlo todo en manos del mercado (un regulador excelente, dicen, del tracto gastrointestinal), tienen pánico a la libre circulación de las noticias porque las noticias generan opinión. Cuando se informa libremente, los ciudadanos adquieren ideas propias. No sé si la Constitución garantiza el derecho a las ideas propias, aunque también garantiza el derecho a una vivienda digna y ya ven. ¿Se imaginan lo demoledora que podría ser una opinión libre sobre Aznar? En un mercado de telediarios libre, los disparates que sobre el terrorismo o la guerra preventiva ha desgranado este hombre en los últimos días (tras haberse besuqueado, por cierto, con Gadafi) estarían en las tiendas de pensamiento político de todo a cien, mientras que las palabras de Kofi Annan se distribuirían en las boutiques del sentido común. Ahora mismo está todo revuelto.
Un mercado en el que la información estuviera verdaderamente emancipada mediría los niveles de inteligencia y de moral de cada discurso o cada acto y colocaría a su autor en la estantería de la historia que le correspondiera. Los telediarios, aunque la deuda de RTVE supera ya los 6.000 millones de euros, continúan intervenidos porque el Gobierno considera un servicio público esencial hacernos creer que Aznar mide más de lo que mide.
Es evidente que no hay proporción entre el precio y los resultados, sobre todo porque 6.000 millones de euros son 999.000 millones de pesetas.
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