Esperpéntico
Los toros debían de tener la dehesa en pleno Callejón del Gato, porque si no no se entiende. Allí mismo, en vez de comederos a la vera de la placita de tientas, había espejos cóncavos y convexos donde se reflejaba su casta y salía deformada hasta conseguir una deformidad amorfa que sólo se puede definir como un auténtico esperpento, y que perdonen don Latino de Hispalis, Max Estrella, Madama Collet y Claudinita semejante comparación, pero resulta grotesco contemplar una corrida de toros sin toros, con presidentes que hacen oídos sordos ante el grito desesperado de una afición que ya no puede más.
El primer toro salió dando tumbos y el presidente -en este caso César Gómez- lo mantuvo en la arena. El siguiente tampoco se sostenía en pie, pero siguió sobre el ruedo hasta que lo atronó El Juli, y así hasta seis cornúpetas desesperadamente inútiles para la lidia, que fueron asomando su alma derrotada por la puerta de unos chiqueros que parecían la morada del marqués de Bradomín, tan viejo, tan feo, tan sentimental.
Martín / Abellán, Juli, Barrera
Cuatro toros de San Martín y dos remiendos de La Quinta, (2º y 4º), desiguales de presencia; todos inútiles para la lidia. Miguel Abellán: silencio en los dos. El Juli: silencio en ambos. Antonio Barrera: aviso y silencio; silencio. Plaza de la Ribera, 25 de septiembre. 5ª de feria. Más de tres cuartos de entrada.
Pero lo peor de todo, lo más lacónico, fue ver cómo el ardor guerrero del público en los dos primeros toros fue dando paso después a un progresivo desentendimiento sobre lo que sucedía en el albero. Se entiende: en La Rioja se sabe vivir y beber y la taberna en la que se ha convertido la plaza de la Ribera es singular por su rareza, con su inconfundible techo metálico que parece un enjambre donde los elementos se dispersan en una suerte de matemática fractaria.
Así, lo que se esperaba como una bronca mantenida, se fue diluyendo con la misma sobriedad con la que los tres coletudos iban despachando a sus enemigos. Al final, ni Rubén Darío, ni Basilio Soulinake ni los sepultureros convertidos en el tiro de mulillas pudieron recomponer una función que para sí hubiera querido parecerse a las Luces de Bohemia.
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