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Columna
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Otoño

Salgo al jardín. Ya florecen, pasados los rigores del verano, fieles cada septiembre a la cita, la bignonia rosa y el sedum autumnalis. Brumas matinales fantasmagóricas arropan los flancos de Sierra Nevada, y por la noche se precisa echar una manta. Han llegado del Norte los primeros mosquiteros (se percibe su mínimo susurro entre los laureles) y pronto, allá en Islandia y Spitzbergen, sentirán los ánsares la imperiosa llamada de Doñana. El litoral granadino ha quedado libre de la muchedumbre de turistas nacionales y foráneos, y Pepe Ladrón de Guevara puede volver a contemplar sin estorbos las olas de Almúñecar. T.S. Eliot capta estupendamente el momento de transición en Tierra baldía, aunque en el poema no se trata del mar latino sino del viejo Támesis, que ya no lleva en su seno, como unas semanas antes, el abigarrado testimonio de las noches veraniegas (botellas, cajas de cartón, colillas, pañuelos...). "Las ninfas se han ido... las ninfas se han ido, y sin dejar su dirección". ¡Qué pena!

Y es que a los poetas, a quienes enardece, como a todos nosotros, la primavera, les suele sumir en la angustia y hasta en la desesperación la llegada del otoño, con sus días más cortos y sus intimaciones del invierno que se aproxima.

No lo ve exactamente así John Keats, cuyo poema Al otoño es sin duda el más célebre de los dedicados por los vates ingleses al tema que nos ocupa. No hay niño británico (o no había) que no conozca sus versos iniciales, donde la estación aparece como amigo íntimo y cómplice del sol que madura uvas, manzanas y avellanas. Hay un guiño en su última estrofa, es cierto, a las canciones primaverales. Olvídalas, recomienda Keats. El otoño también tiene su música.

En Francia, de los poetas que uno conoce, el que canta el otoño con más sutileza y melancolía es Paul Verlaine. "Caía la tarde, una tarde equívoca de otoño", "Los largos sollozos de los violines del otoño / hieren mi corazón / con una languidez monótona", "Recuerdo, recuerdo, ¿qué me quieres? / El otoño hacía volar el zorzal...". Las alusiones son constantes. Me imagino, por otro lado, que para muchos franceses decir septiembre es recordar la voz de Edith Piaf y su inolvidable interpretación de Las hojas de otoño, hojas que tapizan las veredas y hacen imposible olvidar los tiempos felices.

¿Y en lengua española? Hay mucho otoño en los primeros poemas de los hermanos Machado y de Juan Ramón Jiménez. Y Lorca, en Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, imagina cuán triste será el de 1934, con la ausencia definitiva del amigo: "El otoño vendrá con caracolas, / uvas de niebla y montes agrupados, / pero nadie querrá mirar tus ojos / porque te has muerto para siempre...".

Dos años después, con el poeta ya asesinado -según Marcelle Auclair, Lorca interpretó la muerte de Ignacio como augurio de la suya-, sería el otoño más cruel de todos, el de los peores presagios, el de la mayor barbarie. Al escuchar esta mañana el silbido de los mosquiteros, he pensado en la ceguera de los que se niegan a practicar la paz. El otoño nos recuerda que todo se marchita y se va. ¿Por qué amargar la vida aún más?

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