_
_
_
_
Reportaje:

El estado de la Compañía

La apuesta del Papa por los nuevos movimientos y contra los teólogos libres frenó a los jesuitas

Las preferencias de Juan Pablo II por los nuevos movimientos -Legionarios de Cristo, Opus Dei, Camino Neocatecumenal y Comunión y Liberación- arrinconaron en las dos últimas décadas del siglo pasado a las congregaciones religiosas tradicionales, entre las que siempre destacaron los jesuitas. La apuesta de Roma fue inequívoca. Y sus consecuencias, también, incluso con medidas de presión, castigos o reiteradas intervenciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe, heredera de la Inquisición. Veinte años después, los dirigentes de la Compañía de Jesús, reunidos estos días en Loyola (Guipúzcoa), hacen un valiente balance con sensación agridulce.

Fundada en 1540 por Ignacio de Loyola, la Compañía de Jesús era la orden religiosa más grande del mundo, con 30.000 miembros, cuando el polaco Karol Wojtyla llegó al pontificado del catolicismo hace 25 años. Los jesuitas tenían colegios y grandes universidades en los países más ricos del planeta, y gestionaban numerosos medios de comunicación, pero contaban, además, tras el revolucionario Concilio Vaticano II, con un movimiento misional imponente y atrevido, heredero del que inició en América y Japón el tercer propósito general de la orden, el navarro Francisco Javier, cuyo fama alcanzó tan alto que dio nombre a la capital de California (EE UU).

Disciplina romana

El compromiso misional se convirtió pronto, tras las reformas del Vaticano II, en un compromiso radical con los pobres y la liberación de los pueblos, cuajado en la Teología de la Liberación, acuñada por el peruano Gustavo Gutiérrez y repleta de teólogos y animadores jesuitas. "Cuando Roma inicia en 1980 su campaña contra este movimiento teológico, su objetivo es disciplinar a la Compañía", recordaba ayer uno de sus integrantes.

El principal incidente de aquella severa doma fue la intervención papal sobre el general de la orden, el vasco Pedro Arrupe, que llevaba en el cargo desde 1968 y fue predilecto de Juan XXIII, el papa del concilio. Juan Pablo II, apenas elegido, prohibió a Arrupe la convocatoria de una Congregación General de la orden para 1981, donde el bilbaíno pensaba dimitir, y le tuvo aislado durante el año siguiente, sin dignarse a recibirle, terminando la tarea con su súbita sustitución por una persona de la confianza papal. El elegido fue el italiano Paolo Dezza, de 80 años, pronto premiado con su elevación al cardenalato. Juan Pablo II, que incluso emitió una orden escrita suspendiendo la constitución jesuítica, no permitió la normalización de su funcionamiento interno hasta dos años más tarde, en 1983, con la elección del actual propósito general, Peter-Hans Kolvenbach. Hoy todos reconocen que las heridas y los recelos han sido superados, y que las relaciones con la máxima jerarquía romana son cordiales. El Papa envió el pasado jueves un telegrama de felicitación a los reunidos en Loyola, "recibido con profundo gozo y agradecimiento". "Aceptamos la invitación a renovar, en estos días de recogimiento y reflexión sobre nuestro carisma, la obediencia que debemos a su Santidad", dice la contestación al telegrama, firmada por Peter-Hans Kolvenbach.

Pero el análisis sobre el "estado de la Compañía" que Kolvenbach ha presentado a la 69 Congregación de Procuradores reunida en Loyola recoge quejas que dejan al descubierto algunas secuelas de la intempestiva intervención papal de hace 23 años. Así, refiriéndose a algunos informes de jesuitas llegados de los países más remotos, Kolvenbach reconoce la existencia de quejas -"con razón"- por "un manifiesto retroceso en nuestro compromiso de solidaridad con los pobres".

El propósito general de la Compañía también se hace eco del descenso de vocaciones y de algunos problemas de "abusos sexuales que ponen gravemente en duda la credibilidad apostólica y la imagen del jesuita". La mera mención de estos problemas en un informe interno, pero finalmente entregado a los medios de comunicación, aleja aún más a los jesuitas del viejo modelo comunicativo preponderante entre la jerarquía romana, cerrada siempre a reconocer hechos y desgracias tantas veces evidentes.

Otra muestra del abierto modelo posconciliar que practican los jesuitas la ofrece

Kolvenbach cuando advierte a los reunidos en Loyola de que sus informes reflejando "una desbordante actividad apostólica en todas partes del mundo" deben ser matizados por el consejo indio de que "un hombre sano es un enfermo que ignora estarlo". Además, los jesuitas siguen preocupados más "por la calidad que por el número" [de miembros], pero reconocen haber perdido en los últimos 20 años a 10.000 de sus efectivos. Hoy tienen 929 novicios y "la edad de los candidatos sigue subiendo", reconoce Kolvenbach.

Peter-Hans Kovenbach (en el centro, con perilla), en la cumbre que los jesuitas celebran en Loyola.
Peter-Hans Kovenbach (en el centro, con perilla), en la cumbre que los jesuitas celebran en Loyola.JAVIER HERNÁNDEZ

La romería

"Dicen que no son mis vasallos, sino de su General y del Papa, pues allá se los mando", bramó Carlos III al firmar la brutal expulsión de España de todos los jesuitas. Pero el Papa ordenó recibirlos a cañonazos y tuvieron que refugiarse en Córcega, como apestados. Las tribulaciones de los jesuitas nacen con su fundador: Ignacio de Loyola ya fue encarcelado dos veces por la temible Inquisición. Entre sus propósitos generales, siempre abundaron los españoles, un problema para Roma. Lo fueron los cuatro primeros: san Ignacio de Loyola, Diego Laínez, san Francisco Javier y san Francisco de Borja. Y también el penúltimo, Pedro Arrupe, bilbaíno. Todos se negaron a recibir cargos del papado, aunque no resistieron la tentación de la la romería: viajar o vivir en Roma. Hoy, el Vaticano les soporta a medias, a cambio de haber dejado por el camino a muchos efectivos, castigados o hartos de ceder a tanta imposición.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_