Seis meses de la infamia
Hoy se cumplen seis meses del comienzo de la guerra de Irak y nuestros corazones no han hallado paz en la guerra , según la visión que acuñó Unamuno. Seis meses de aquella agresión cruel, ilegal, injusta, vil, espantosa, infame, atroz, bárbara, criminal, salvaje. Se hace interminable la lista de calificativos que merece la guerra invasora de la tierra iraquí que se decidió en las Azores. Allí, el más nefasto jefe que ha tenido el imperio americano en las últimas décadas y sus dos cómplices Blair y Aznar, culpables también de felonía contra la causa europea, decidieron tumbar al tirano Sadam, su protegido de antaño, porque ya no les servía. Para conseguirlo todo fue lícito: el desprecio a la vida de miles de inocentes, la rapiña asesina, el ultraje a la cultura; sus botas opresoras aplastaron la condición humana. La de los iraquíes y la nuestra.
Durante aquellas semanas, en la cita de protesta callejera, con el grito descarnado de ¡basta! recuperamos el norte del idealismo y la solidaridad. Cuando las bombas dejaron de caer y los cañones callaron, junto al rechazo a la "razón de la fuerza" empleada, nos quedó de ese tiempo una renovada esperanza en el ser humano, capaz otra vez de movilizarse contra el sufrimiento ajeno.
Que no decaiga este impulso, que no se convierta con el tiempo en simple melancolía, depende de la firmeza de nuestras convicciones. También de la perseverancia de los líderes de fuerzas progresistas, de que no se desencante -una vez más- a esa parte de la sociedad civil capaz de comprometerse con firmeza con los valores de la libertad y la solidaridad internacional.
En momentos como los vividos entonces, cuesta coincidir con aquello que José Prat decía que cada día, aunque creamos que se retrocede, ofrece posibilidades de avance hacia los valores de la bondad y la belleza; pero siempre hay que hacerlo, siempre hay que apretar los dientes y preguntarse a uno mismo cómo puede contribuir a que sea posible.
Si queremos que la juventud europea se fije en un modelo humano distinto del que los señores de la guerra representan, un modelo sobre el que se asiente una ciudadanía futura de una Europa plural e integradora, tendremos que educarla desde la niñez hasta la edad adulta en el aprecio a la paz, la actitud participativa que enriquezca la convivencia democrática, la práctica cotidiana de la tolerancia y la solidaridad, el compromiso irrenunciable con la libertad y la visión sensible y culta de la vida, por más complicado que resulte hacerlo. También en la enseñanza superior deberíamos cambiar los contenidos y modificar las estrategias educativas, para que la formación en esos trascendentes valores impregnase los estudios universitarios.
Francesc Michavila es catedrático y director de la Cátedra Unesco de Gestión y Política Universitaria de la Universidad Politécnica de Madrid.
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