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Columna
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Lectora

FRENTE AL tema clásico de la mujer representada pictóricamente desnuda, como ofreciéndonos su cuerpo, el arte de nuestra época, quizá al hilo del inesperadamente masivo fervor femenino por la lectura, descubrió el más perturbador placer de capturar su alma, tal y como ésta sólo se muestra al resguardo de las miradas, como cuando, por ejemplo, una joven se halla en la intimidad con un libro entre sus manos y deja volar su imaginación quién sabe dónde. "¿Qué estará pensando?", se interroga al respecto el furtivo contemplador de esta escena pintada, mientras escruta todos los reveladores detalles allí visibles y, en especial, si es capaz de discernir lo que ocupa la atención de la absorta lectora. En septiembre de 1878, la pintora impresionista americana, afincada en París, Mary Cassat (1844-1926), abordó este tema en un cuadro titulado Mujer leyendo, donde aparece representada su hermana Lydia Cassat (1837-1882) mientras está enfrascada en la lectura del diario Le Petit Journal, un gesto de moderna desenvoltura.

En este caso, se multiplican los acicates de la morbosa curiosidad por sorprender el ánima femenina, al haber sido la inquisitiva autora del cuadro mujer y hermana de la modelo, que a la sazón contaba 41 años y le acababa de ser diagnosticada una enfermedad incurable, de la que murió cuatro años después. De esta manera, junto a la ansiedad antes descrita de poseer lo que trasluce la expresión ensimismada de quien se encuentra absorto leyendo, aquí incrementada por no se sabe qué intimidades compartidas, las que se cruzan entre mujer y mujer, y no digamos cuando se trata de hermanas, Mary Cassat debió estar acuciada por el hecho de saber que estaba reteniendo la imagen de alguien presto a desaparecer con su secreto. Por de pronto, Mary Cassat no dejó de retratar a su hermana Lydia durante los que fueron sus últimos cuatro años de vida, repitiendo cada vez esa misma posición en la que ésta estaba absorta en cualquier en menester, fuera leer, coser, tomar una taza de té o pasear.

Con los lujuriantes tonos pastel de su rutilante paleta impresionista, realzados por raudales de luz, Mary Cassat convierte la efigie de su hermana en un modelo de placidez burguesa, en la que las flores, el raso y la esplendente atmósfera de crepitante y sensual colorido obran como un conjuro contra la inminente muerte. A partir de estas imágenes, que retienen sin descifrarlo el enigma de la modelo con los días contados, la escritora Harriet Scott Chessman ha escarbado en lo invisible de la existencia de ésta a través de la novela titulada Lydia Cassat leyendo el periódico matinal (Ediciones B), donde invirtiéndose las tornas, es la retratada la que explora el misterio del arte de quien la pinta. Literatura y pintura se convierten así en un juego de espejos, en los que se entrecruzan miradas furtivas en pos de fugaces fantasmas, cuya precaria y para nosotros desconocida existencia se mantiene en vilo, antes de desaparecer, gracias a unas manchas pintadas y unas palabras que retienen su misterio y el nuestro.

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