El escenario como diván
Antonio Orozco se encerró solo con su guitarra en un café abarrotado de público. Ofreció un recital inusual. Una suerte de concierto fórum en el que, entre canción y canción, explicaba qué le había llevado a escribirlas, relataba anécdotas y se sometía a las preguntas de sus seguidores. Aunque estuvo cerca de dos horas sobre el escenario, apenas pudo cantar poco más de media docena de canciones, muchas de ellas coreadas por esos cientos de incondicionales apretujados. Sincero, Orozco desveló sus inseguridades y alguna intimidad. Una especie de terapia del triunfo con un público que hacía de psicólogo que escucha. El escenario se transformó en su diván. Como si fuera uno más de El club de la comedia, hizo chascarrillos, contó chistes y toreó el asedio de preguntas.
Antonio Orozco
Chesterfield Café. 16 de septiembre. Madrid.
Cuando conseguía cantar, sin más acompañamiento que su guitarra desnuda, Orozco ponía esa pasión de la que ha hecho imagen de marca. A medio camino entre el andalucismo y el pop romántico de corte italiano, desgranó esas canciones de amor que le han llevado a considerarle ya como uno de los intérpretes y autores españoles de mayor proyección comercial.
Babelia
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