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Columna
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Distintos por fortuna

Como si desde que empezó el año no estuviéramos en campaña han llamado pistoletazo de salida de la de octubre al rebumbio mitinero del domingo pasado en Madrid. Bien es verdad que lo que ha pasado entretanto nos ha metido de cabeza en los bajos fondos de los partidos y que, bajo la peste de sus cloacas, algunos desconcertados llegaron a la absurda conclusión de que todos son lo mismo. Por eso hay que agradecer a Rajoy que dijera por su propia boquita: "Por fortuna, no todos somos iguales". O sea: a unos les sale un Tamayo y una Sáez, que para no ser arrastrados hacia la izquierda "negocian" sobre ladrillos, y a otros, un Romero de Tejada, con sus amigos, bodas, empleos, llamadas de móvil y reuniones en Génova para que la izquierda no les altere la inmobiliaria.

Efectivamente, no todos son iguales y, puesto a elegir, lo que tiene que hacer el votante es distinguir muy bien unas diferencias que deben mantenerse. Porque a veces se diría que cada partido quiere cambiar al otro con sus recomendaciones y en lugar de hablar de lo propio y verbalizar sus males se ocupan del vecino; incluso dan acogida a los que se pelean con los de su propia casa.

Si el PP hiciera caso a las recomendaciones que le hace el PSOE podría terminar dejando de ser coherente como formación de derechas para correr además el riesgo de que le salga una diputada por peteneras a la que los socialistas acojan en sus brazos para organizarle una campaña en contra. Y, ya puestos, metería a dos roedores en sus listas que se le rajaran en el momento decisivo. Y hasta quién sabe si se atreverían a prescindir de un Romero de Tejada como si fuera incompatible por sus amistades y sus empleos con la atención que deben de prestar a los constructores. Sin esas deferencias con la construcción, el PP sería algo muy distinto a lo que Aguirre ofrecía a los jóvenes: "Un partido unido, cohesionado y que sabe qué mecanismos hay que poner en marcha para que en Madrid se siga creando bienestar, prosperidad y sobre todo empleo". Lo de la unidad en la voz repetida nadie podrá discutírselo a la candidata. En lo de la prosperidad tampoco miente: por la Asamblea desfilaron el pasado mes muchos de los ejemplos notorios de gozo y prosperidad de los populares, aunque nos privaran de otros modelos no menos provechosos o aprovechados en su renuncia a excederse en la presunción de bienestar.

Lo del empleo es a veces una consecuencia de todo lo anterior: si se construye, no importa cómo ni en qué terreno ni a costa de qué, necesitarán obreros que curren. Pero que el PP conoce los mecanismos es, desde luego, lo menos discutible: son tan expertos en lo que hay que hacer que ya hemos visto cómo después de haber perdido unas elecciones han conseguido repetirlas para ganarlas.

Y por lo que tiene que ver con el PSOE, de hacer caso al PP, tendría que valorar si lo que le hace falta es un caudillo para que la democracia les preocupe menos y la mano dura más, si ha de hacer más examen de conciencia, dolor de corazón y propósito de la enmienda, que es fácil creer que falta les hace, o si les conviene dejar de revolver en los trapos sucios y en las intimidades de la derecha y están dispuestos a recuperar el olfato perdido para detectar a los traidores que en sus filas apestan.

Y al final, si no quieren ser un peligro, tendrán que oír a Aznar haciendo ascos a los comunistas para complacerse a sí mismo y a la extrema derecha que le vota. O a Güemes, portavoz del PP en la Asamblea, para quien los cambios en la lista del PSOE representan la izquierda "más trasnochada y más antigua". La izquierda moderna es para él Tamayo y la honrada Matilde Fernández, una antigualla. Me han recordado a Bukowski: "Es bastante fácil parecer moderno".

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Lo recordé cuando Almeida (no confundir a las Cristinas) le espetó a Tamayo en la tele que ella estaba convencida de que él y Sáez consumaron su traición a cambio de algo. Tamayo, sin desmentirla, le contestó que no le extrañaba que pensara lo que pensaba viniendo de donde venía, del PCE. Con lo que está claro que el PP y Tamayo coinciden al medir lo moderno. Y es que "por fortuna, no todos somos iguales". Tampoco pasa nada porque Rajoy haya dicho esta vez la verdad.

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