Hacia un mundo peor
"Un mundo mejor es posible", dice una de las consignas en las que creo; a condición de que no lo hagan los centristas ni los reformistas. Lo digo porque Rajoy cuenta al director de Abc que su partido es centrista y reformista y, por muchos esfuerzos que hace el periodista vasco a favor de la palabra "derecha", Rajoy no la pronuncia. Ni la sugerencia de "conservador liberal", que fue un eufemismo de otros tiempos, aparece en éstos, y alguien dice (un tal Cañuelo) que el propio director de Abc es conservador liberal. Todo es -decía el poeta mal visto, pero valioso, Campoamor- del color del cristal con que se mira. Mi cristal mira al PP como impregnado, mojado, en la descomposición del franquismo bajo la piedra del valle, y a Rajoy como el hombre que debe mantenerlo así. Mi cristal está teñido en rojo, y tengo una profunda desconfianza hacia todos los ministros de Interior, actuales o presentes: rojos incluidos, claro.
Los hombres como Rajoy, centristas y reformistas, se van al cuerno en Cancún, en su conferencia de comercio mundial, no frente a los reventadores de las globalizaciones, sino entre sí mismos. El problema del Tercer Mundo -por usar una expresión también antigua- es el de que no le quiten lo que tiene y se lo paguen a su precio justo, y no le pongan aranceles en los países del primerísimo mundo; lo que necesita es que se valore su trabajo. Simplemente que no continúe el viejo robo que comenzó a establecerse en relación directa a la carrera de armamentos como los depredadores de Darwin. De tal forma que, en la Europa no tan lejana -yo no estoy aún fosilizado y, a veces, algo me revitaliza- se mataban entre sí para obtener el dominio de los colonizados, hasta que surgió el Imperio con más armas de la historia, y ni siquiera está robando ya al Tercer Mundo: está impidiendo que exista, mientras con un baile grotesco de destrozonas los seres como Rajoy debaten cómo debe construirse lo que acaban de destrozar (todavía no han acabado). Antes de que vuelva Vietnam. No digo Estados Unidos: todos, con Ana Palacio bailando en el corro de la patata, o incitando al aliguí (con la mano, no; con la boca sí). Claro que un mundo mejor es posible: pero no matando a Arafat ni mandando cuatro medicinas caducadas a restañar África.
(Al higuí: del árabe al iqih, alcanzar. Un alimento colgaba de un alto palo, se le hacía bailar, y las gentes saltaban para comérselo. Buena metáfora).
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