Militancias
Detesto cordialmente la militancia, todas las militancias. Nunca me he sometido a militancia partidista alguna y tampoco he aceptado encuadrarme en ninguna de las partidas o cuadrillas literarias (llenas de torquemadas, santacruces y robespierrillos) que mandan en el cotarro cultural y se reparten odios y prebendas. Ni los poetas de la experiencia ni los de la diferencia lograron animarme en su momento a incorporarme, con armas y bagajes, es decir, con mis alejandrinos y octosílabos, en sus líricas bandas. He preferido siempre equivocarme solo. Qué solo, pero qué bien. No parece un mal lema.
La militancia me resulta incómoda incluso desde el punto de vista etimológico. Me horroriza su campo semántico, que es un campo infestado de minas. No estoy dotado para la militancia; no he conjugado nunca el verbo "militar" y me da sarpullidos la milicia, lo siento. Puede que obedecer sea amar, pero odio obedecer de la misma manera y en la misma medida en la que odio mandar.
Por todas estas causas no he escrito nunca artículos sobre los toros o sobre el tabaco, dos temas que aparejan el ejercicio, voluntario o no, de cierta o solapada militancia. No me he querido nunca manifestar en contra ni a favor de los toros (me pueden llamar tibio) ni a favor o en contra de los cigarrillos (llámenme equidistante si quieren). Son temas, además, que para un columnista significan reconocer que tienen, por lo menos de forma temporal, el cerebro en barbecho.
Dicho lo cual no tengo más remedio que confesar que la columna de hoy trata sobre el tabaco, y que está escrita, por una vez, con fervor militante. La ministra de Sanidad, Ana Pastor, me ha convertido al fin en militante, y no de su partido. A la ministra le parece que insertar en los paquetes de tabaco imágenes espeluznantes de enfermos terminales de cáncer, órganos necrosados y otras amenidades que lograrían encogerle el ombligo a H. P. Lovecraft o a Stephen King es algo positivo, una cosa estupenda "para que la persona que coge una cajetilla pueda valorar los efectos que tendrá en su salud". Pasaremos del texto tremebundo a las fotos espeluznantes. Ya se sabe, el valor de las imágenes y todo eso. A partir de enero los paquetes de tabaco serán una película de miedo y una revista médica por el mismo precio, que por cierto no deja de subir. La hipócrita cruzada antitabaco ha conseguido transformarme en militante del Ducados y el Farias. Un militante contra los militantes.
¿Cómo es posible tanta hipocresía? Los mismos que se niegan a divulgar las fotos que muestran los horrores de la guerra; los mismos que sostienen que la imagen de un niño sin brazos y sin piernas y sin padres es simple propaganda demagógica contra la guerra preventiva de Irak, esos mismos defienden la inclusión de la más morbosa e hiriente casquería en una cajetilla de tabaco. Nadie propone intercalar, entre anuncio y anuncio de televisión, imágenes virtuales de cómo quedará nuestro cerebro (si es que algo queda de él) después de deglutir toneladas de mierda catódica a lo largo de toda una vida. Nadie dice que uno de los mejores y más fiables métodos para dejar de una vez para siempre el tabaco es partir a la guerra. Manda huevos, que diría el señor Trillo.
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