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Columna
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¡Menuda vuelta!

Dicen los psicólogos que hay que realizar la vuelta al trabajo después de las vacaciones poco a poco, tomárselo con tranquilidad y relajarse ante la tarea de once meses que quedan por delante. Yo les recomiendo, también, que no pongan los telediarios, y si van a leer el periódico cójanlo con la mano izquierda y con un martillo en la derecha para golpear a la víbora o al portavoz de tal partido que saldrá entre sus páginas. El problema, amigo lector, es que los políticos volvieron antes que usted de las vacaciones aguijoneados por este curso de convocatorias electorales transcendentales y se han puesto a cantar como el gallo, aleteando sus bellos colores, exagerando toda diferencia con el fin de ser identificados, con lenguajes procaces en ocasiones, con argumentaciones radicales que se pueden volver en su contra, para cuando usted, en zapatillas, conecte el televisor o la radio, o coja el periódico. La tarea de estos políticos es asustarnos, provocarnos, perturbarnos, hacerse así necesarios, porque si no les hacemos caso no sabremos qué gran desastre nos va a alcanzar o en qué gran aventura trascendental quieren embarcarnos.

"¡Cobarde de la pradera!" es lo que le falta de llamar un político a otro con la vacua esperanza de que descubramos la intensa labor de oposición que realiza. "Mariposón", llamó el otro. Y si Ibarretxe vuelve con el soberano susto, los socialistas desasosiegan con "más Estatuto" y Maragall con la reforma de la que "peina canas" -la Constitución, que algunos de los que le dimos el "no" descubrimos que como los buenos vinos con los años gana en solera-, frente al "no pasarán", fracasada pancarta de la izquierda donde las haya, enarbolada hoy por el PP.

Para colmo, descubre usted con la nostalgia del veraneo que tras el lamentable espectáculo de la comisión de investigación de la Asamblea de Madrid -en directo para los madrileños por la tele, como el programa aquel del Pocholo- no se resuelve nada, y que mientras Aznar abre su cuaderno azul y decide con éxito su sucesión, a Cristina Alberdi, miembro de un partido que proclama su pluralidad en el encuentro de Santillana del Mar, le expedientan por hacer declaraciones. Frente al éxito del PP, indemne de la huelga general, del desastre del Prestige, de la guerra de Irak, y de la sucesión de Aznar, Simancas vuelve a la Asamblea de Madrid y Alberdi es expedientada. "Hasta la derrota final" era el lema electoral de un colectivo anarco espiritual que se presentó, sin éxito, en las últimas elecciones en Bilbao. Tiempo de silencio. Para colmo, Gorka Knörr achaca a los socialistas la falta de seguridad en sus locales porque no votaron los presupuestos del 2002. Inmoralidad o chantaje.

Tanta palabrería en torno a cuestiones muy serias, como la reforma constitucional o de los estatutos, afortunadamente ha generado la atención de teóricos sesudos, denunciando en algún caso que lo que se puede vender como federalismo no sea más que cantonalismo, o que el ímpetu reformista acabe identificado sencillamente con las actitudes de los nacionalismos más radicales, como lo contempla Joseba Arregi.. Sorprendentemente, el que parece volver más sosegado ha sido Ibarretxe. Es difícil entenderle, porque su lógica es para los de su casa; nos cambia la imagen del plan soberanista por uno para la convivencia, pero lo novedoso es que ya no tiene prisa por plantear el referéndum. Ya no está ni mucho menos claro que el PP pierda las futuras elecciones generales. Sospecho que esa es la auténtica razón que le ha llevado a la prudencia, lo que, de ser cierto, significaría que para el nacionalismo vasco hoy sólo es el PP quien impide su propuesta de soberanía. Así, le hace al PP muy necesario, tan necesario como Espartero en 1835.

Pero qué íbamos a hacer sin ellos. No les haga usted demasiado caso y descubrirá que al final no pasa tanto y ha ganado en salud por no preocuparse. Mucha gente como usted acabará, acertadamente, discerniendo entre lo que dicen ser y lo que en realidad son y, con una sensatez que dura ya veinticinco años, los mismos que los de la Constitución, muchos electores como usted acabarán poniendo las cosas en su sitio. Que ya no tenemos edad para que nos asusten, nos cambien de país de un día para otro, vuelvan a llamar a nuestros hijos a la mili, o declaren un estado de excepción. Aquellos sí que eran sustos y no los de ahora.

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