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Crónica:VUELTA 2003 | Quinta etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

La carrera de los excesos

Nuevo triunfo de Petacchi la víspera de la contrarreloj que examinará a los favoritos

Carlos Arribas

Hay orgullos peregrinos que conducen al exhibicionismo, al exceso. Unipublic, por ejemplo, se enorgullece de los kilómetros y kilómetros de vallas que almacena en Valencia. Llegan los periodistas y les dicen: superamos al Tour, que nos pide ayuda, y vallas, para el prólogo de París. Y también, y tienen razón: estamos a la vanguardia, hemos inventado las valla sin patas, adiós a los accidentes, ningún ciclista tropezará más con ese enemigo insidioso y oculto. Así que las llegadas de la Vuelta son el alarde de la valla. Las hay por todas partes, hagan o no hagan falta.

La figura de David Latasa, un ciclista ya alto de por sí, se agiganta cuando cruza la meta andando, el maillot deshilachado por la espalda, el culotte destrozado, la bicicleta de la mano. Habla Latasa, o más bien grita, y en sus palabras, su lamento, hay ecos de los pioneros, reflejos de aquel Octave Lapize que gritaba "¡asesinos!" a los organizadores del Tour que les habían obligado a ascender por primera vez el Tourmalet. "Nos quieren matar", proclamaba Latasa. "Tanto preocuparse de nuestra seguridad, tanto que dicen y van y ponen las vallas de repente en mitad de la calle. Es como si dijeran 'mataros, pero eso sí, con el casco puesto'. Latasa lo podía contar, y también podían hablar Unai Etxebarria, el ganador de la víspera, y Alberto Martínez, pero el cuarto hombre que se tragó la valla, que se la encontró de sopetón cuando volaba con el pelotón a más de 80 en el último kilómetro de una etapa lanzada por el Moncayo, el italiano Cortinovis, no tenía ese derecho. En su aterrizaje contra el metal cayó de morros, se partió la boca -sufre fractura abierta del maxilar inferior, y de la clavícula- y tuvo que ser transportado al hospital para que el cirujano máxilofacial le reparara el desaguisado. No pudo ni oír la facilidad con la que Petacchi ganó su segundo sprint.

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También terminó triste la excesiva aventura de José Antonio Pecharromán, el ciclista que renunció a ilusionar a la afición tras su explosión en la Bicicleta Vasca y la Volta a Catalunya. Al parecer, el ciclista nacido extremeño, en Coria (Cáceres), y hecho manchego, en Daimiel (Ciudad Real), anda reñido con su director, el interminable Miguel Moreno, porque éste, que le paga 24.000 euros al año, y no le quiso ofrecer primas especiales por sus victorias, le buscó el contrato de su vida con el Rabobank. Pero, el extremeño logró por su parte un apaño por 300.000 euros con el Quick Step, quien le ha recomendado que no se gaste mucho en los últimos meses del año. Así que, con una absoluta falta de compromiso -similar, por otra parte, a la displicencia con la que han renunciado a convertirse en figuras populares gente como Casero, Heras o Aitor González-, Pecharromán decidió correr la vuelta al ralentí. Llegó rezagado todos los días. Ayer se retiró.

No mostrará sus habilidades contra el reloj el día en que el ministerio de Fomento exhibirá -orgulloso, como Unipublic de sus vallas- todas las circunvalaciones, autovías y autopistas que rodean a Zaragoza, pues tal es el excesivo trazado -y aburrido- por el que se examinarán en 44 kilómetros los favoritos. ¿Quién podrá con Igor? ¿Aguantará Nozal? ¿Qué pasará con Sevilla y su hinchada cadera? ¿Resucitarán Aitor, Casero y compañía?

Navas, Astarloa, Kroon y Piccoli (de izquierda a derecha) en su escapada de más de 140 kilómetros en la etapa de ayer.
Navas, Astarloa, Kroon y Piccoli (de izquierda a derecha) en su escapada de más de 140 kilómetros en la etapa de ayer.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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