La dignidad de la política
Confieso que cuando escuché a doña Esperanza Aguirre, de quien yo había valorado hasta entonces su cortesía y su respeto, llamar Goebbels a Rafael Simancas, secretario general de la Federación Socialista Madrileña y también hijo de emigrantes económicos a Alemania, sentí un gran desasosiego y un disgusto muy profundo. Comprendí que, aunque obviamente el grave insulto no era de la señora Aguirre, sino del aparato del PP, cuando se prestó a ser vocera de esa indignidad estaba dando un paso difícilmente reversible en las relaciones entre los dos grandes partidos nacionales, y no sólo en la Comunidad de Madrid. Pero aquel desgraciado improperio, que es una actitud generalizada del PP y de su presidente, el señor Aznar, en relación con el trato y la falta de respeto en sus relaciones con el PSOE, y las respuestas correlativas con que el PSOE devolvió la afrenta, iban a significar un poco más en el descrédito de la política y en la falta de respeto de los ciudadanos por los políticos.
En el punto de partida está la dialéctica amigo / enemigo que el PP viene aplicando a sus relaciones con el PSOE. En este caso de los tránsfugas y de la vergüenza de unas elecciones paralizadas por las maniobras de dos traidores a su partido, defraudando a la soberanía popular y a la mayoría alternativa del PSOE y de IU, ese tratamiento inadecuado e impropio de un partido democrático, la falta de respeto se concretó en aprovechar la coyuntura para intentar hundir al Partido Socialista. En un momento de gran dificultad para los socialistas, burlados e incapaces de entender las razones de los tránsfugas, con una culpa in eligendo e in vigilando, el PP no sólo no tiró hacia arriba del PSOE para ayudarle a salir del atolladero, sino que empujó hacia abajo para tratar de desprestigiarle y hundirle ante los madrileños. Ganar las elecciones era la máxima regla, "caiga quien caiga". Ni siquiera han tenido la generosidad desde su mayoría, reforzada con el apoyo de los tránsfugas, de permitir el funcionamiento normal de una comisión de investigación. Han impedido comparecencias y documentos indispensables para llevar la investigación a buen fin.
No creo que el PP como organización nacional esté, en pleno, detrás de la evolución del caso de los tránsfugas, pero sí creo que personas individuales o sectores con peso social dentro del partido están comprometidos con un grupo de empresarios de la construcción para perpetuar un modelo corrupto en la política de viviendas y de ordenación del territorio. Pero no me preocupa centralmente esa corrupción concreta, ni que un partido pierda la sensibilidad para comprender que debe desembarazarse de personas indeseables, por muy influyentes que sean y por muy apoyadas que estén por gentes del partido o del Gobierno, ni tampoco que el otro gran partido no sea capaz de erradicar de sus filas a otros indeseables, ni vigilar la moralidad pública de las listas de candidatos. Me preocupa fundamentalmente que todo este barullo sea un motivo para que germine, o se desarrolle si ya existía, un desprecio por la política, un desapego de la acción pública y un escepticismo o una falta de respeto por los políticos.
Creo que en todos los partidos democráticos existe una mayoría de políticos decentes y una minoría de corruptos y de "conservaduros", como decía don Manuel Jiménez Fernández refiriéndose a la mayoría de la CEDA. Pero creo que dentro de ellos y en su entorno viven y se benefician personas con intereses espurios, con valores privados vinculados a la búsqueda de beneficios irregulares y de tráfico de influencias, y que es un imperativo romper con ese mundo para dignificar la política y para volver a situarla en el escenario del interés general.
En todo el debate sobre Madrid he apreciado la dignidad y la integridad con la que Rafael Simancas ha afrontado la crisis y cómo ha defendido al Partido Socialista, reconociendo el error de los tránsfugas y pidiendo perdón a los ciudadanos por las equivocaciones cometidas. Sin embargo, el tono general del debate, hasta ahora, no ha contribuido a visualizar la dignidad de la política, ni a que los participantes reciban el respeto y la consideración de los ciudadanos.
Pero del mal puede derivarse un bien si los dos grandes partidos, y también Izquierda Unida, son capaces de hacer autocrítica y sacar las consecuencias adecuadas. Me interesa el punto de vista del Partido Socialista, de mi partido, para que se recupere la credibilidad y el respeto. Ya Fernando de los Ríos repetía que en la España política faltaba respeto, y esa afirmación, que era y es obvia, se debe en gran medida a que los actores principales, los políticos, o no se hacen respetar o no merecen respeto.
Por eso el núcleo central de los discursos políticos siempre, pero especialmente en esta coyuntura, debe basarse en el valor de la política como cauce para defender el interés general y la dignidad de todas y cada una de las personas. Descartada la ilusión del socialismo científico y su pretendida capacidad para la adivinación del futuro y para el establecimiento de conclusiones verdaderas, el socialismo ético, el único posible, fundamenta su valor en la defensa de una moralidad pública. Esa dignidad supone, según Kant, que todos somos igualmente seres de fines y no podemos ser utilizados como medios ni tenemos precio. Por eso, desde el Renacimiento hasta nuestros días, la dignidad del hombre centro del mundo y centrado en el mundo se concreta en que somos seres capaces de elegir, de construir conceptos generales y de razonar, de crear desde la estética valores artísticos o literarios, de comunicarnos y de dialogar, de vivir una sociabilidad racional y basada en normas sofisticadas y complejas, y de ser capaces de autodeterminarnos, decidiendo sobre el bien, la salvación o la felicidad.
El objetivo de una política socialista, sobre estas bases, será establecer programas de organización social, en las instituciones, en los derechos, en la escuela, en la sanidad, en la seguridad social o en la vivienda, capaces de crear condiciones sociales favorables al desarrollo integral e igualitario de la dignidad de todos. Eso conduce a discursos sobre el programa propio y críticas a los contenidos de otros programas que se alejen de esos objetivos. Y, si la dignidad es el referente, lo es en todos los sentidos, también para respetar al adversario y para crear lazos de amistad civil, y para descartar la dialéctica amigo / enemigo y el odio como motor de la vida política. Una campaña electoral objetiva, respetuosa y centrada en los valores positivos de nuestro programa y alejada de las miserias de otros planteamientos no sólo dignifica la política y el talante de nuestro partido, sino que devuelve en los ciudadanos el clima de respeto indispensable pa
-ra la existencia real de una cultura democrática. Si el Partido Popular persiste en sus descalificaciones y no somos arrastrados a entrar en su juego, si permanecemos en las reglas del juego limpio, se puede producir un vuelco en la opinión pública. Lo ideal sería que todos los partidos tuviesen ese mismo comportamiento de impulso de una sociedad bien ordenada, desde los esquemas programáticos propios, y que los ciudadanos escogiesen por la racionalidad de los programas y por la capacidad de cada uno de presentar unas medidas favorables a una sociedad abierta y defensora de la dignidad humana. Desde mi punto de vista, el programa socialista es el que más se aproxima a ese ideal, pero en todo caso la decisión correspondería a la mayoría. Estaríamos en un escenario distinto, ese que los hombres verían cuando la sociedad está en el corazón de la Historia; en un momento donde la política es respetada y los políticos considerados como los operadores del interés general. En Madrid la política no puede ya caer más bajo. Está en una encrucijada de traiciones, de corrupción y de indignidad. Pero esa misma situación puede ser el principio de la regeneración si somos críticos y capaces de entender lo que quieren los ciudadanos. Espero que en ese camino de recuperación de la dignidad los socialistas estemos en primera línea.
Gregorio Peces-Barba Martínez es catedrático de Filosofía del Derecho y rector de la Universidad Carlos III de Madrid.
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