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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La Montserrat de Bermejo

La esplendorosa Virgen de Montserrat que pintó Bartolomé Bermejo (activo entre 1468 y 1501) termina hoy su periplo por España, de donde salió, cuando apenas se había secado la pintura, hace cinco siglos, en dirección a Acqui Terme (Piamonte), para permanecer allí, en el altar de una capilla de la catedral, no desestimada pero casi olvidada. Siendo una de las obras más conmovedoras del pintor cordobés (agradable y pía a la primera mirada, explosiva de sentido, y hasta lúgubre cuando se la observa con detenimiento y documentación), era casi imprescindible contar con su concurso para la exposición Bartolomé Bermejo y su tiempo. La pintura gótica hispanoflamenca, que hemos podido ver en el MNAC de Barcelona y en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. A finales del año pasado el director de este último, Javier Viar, precedido por una carta de recomendación del obispo de Bilbao a su colega de la diócesis de Acqui Terme, se fue a parlamentar a esta ciudad, de donde se volvió, metafóricamente hablando, con el retablo bajo el brazo. Y teniendo en cuenta que ésta ha sido la pieza decisiva, diría yo, en el éxito enorme de la exposición en Bilbao, imagino que hoy Viar se hallará en los sótanos del museo, con el móvil desconectado y el nudo de la corbata flojo, contemplando a sus anchas por última vez la fabulosa Virgen, recibiendo sus últimas mercedes y asistiendo al embalaje. Al lado tendrá la tremenda Piedad que Bermejo pintó en Barcelona, y que, según Frederic-Pau Verrié cuenta en el catálogo, es su obra maestra. Pudiera ser, pero a ésta la puede visitar cualquier día en la sala Capitular del museo de la Catedral de Barcelona, y en cambio, irse hasta Acqui...

Ay, Virgen de Montserrat de Bermejo, qué bella y santa eres, qué graciosa y solemne, y qué blanca de rostro

Ay, Virgen de Montserrat de Bermejo, qué bella y santa eres, qué graciosa y solemne, y qué blanca de rostro, confirmando que la negritud de la imagen que se venera en el monasterio de la montaña es tizne sobrevenido y accidental. Estás sentada, a manera de trono, sobre una sierra que te identifica, estás vestida y coronada con gran riqueza y refinamiento, llevas al Niño en tu regazo y miras con benignidad al acaudalado negociante que te hizo pintar, y que ni siquiera se ha acordado -consecuencia de la emoción, o quizá de la enfermedad que le consume y que dentro de pocos años y pese a su relativa juventud se lo llevará a contemplarte, ya no en el espejo del arte, sino cara a cara- de descubrirse la cabeza...

Según me contó el señor Viar la semana pasada cuando estuve en Bilbao, la de Montserrat fue una virgen muy popular y objeto de mucha devoción en gran parte del mundo cristiano, al estilo de la de Lourdes hoy. Por eso no es de extrañar que un italiano, Francesco della Chiesa, que comerciaba con Valencia, le encargase al gran artista del momento, el cordobés Bartolomé Bermejo, un retablo a ella dedicado para colocar encima del altar de la capilla de su familia en la catedral de su ciudad.

Bermejo había asimilado con excelencia las lecciones y las revolucionarias técnicas al óleo de los pintores flamencos que gustaban e influyeron en nuestros pagos, y que los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, coleccionaban con entusiasmo, a través de los mercaderes con plaza en Brujas o Amberes o a través de embajadores. Uno de éstos, llamado Diego de Guevara, reunió una colección impresionante, en la que figuraba el célebre Matrimonio Arnolfini (1434), de Jan van Eyck, que ahora hay que visitar en la National Gallery de Londres. Precisamente en una Virgen con el Niño de Bermejo presente en esta exposición aparece el espejo redondo y convexo que Van Eyck colgó de la pared al fondo del retrato de los Arnolfini y que tanta tinta ha hecho correr. ¿Es que se puso de moda copiar ese espejo? ¿O Bermejo, que quizás se formó en el estudio de Rogier van der Weyden, vio el retrato de los Arnolfini allí o en alguno de los monasterios e iglesias de Flandes donde se vendían y compraban paños, pinturas y orfebrería? Podemos imaginar lo que queramos pues buena parte de su vida no dejó huella...

En cualquier caso, ésta que dejó de la Sancta Maria de Monteserato de Acqui es indeleble: la Virgen ocupa el lugar central; el niño sostiene en un cordel a un pájaro, símbolo del alma, a punto de escaparse, del enlutado y enfermizamente pálido pero distinguido Della Chiesa. Al fondo, los barcos en la bahía crepuscular aluden a su profesión, el comercio. La Universidad a la izquierda y el monasterio a la diestra simbolizan sus vocaciones frustradas, el conocimiento y la santidad: como el agonizante Andy Warhol en la canción de Lou Reed, Della Chiesa también hubiera preferido dedicarse "a cosas menos humanas y más divinas".

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